Cuando la IA no espera órdenes

Sábado 19 de julio de 2025

Ingrid Motta
Ingrid Motta

Doctora en Comunicación y Pensamiento Estratégico. Dirige su empresa BrainGame Central. Consultoría en comunicación y mercadotecnia digital, especializada en tecnología y telecomunicaciones. Miembro del International Women’s Forum.

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Cuando la IA no espera órdenes

El 2025 marcará el inicio de una nueva normalidad tecnológica, donde los agentes de la inteligencia artificial se convierten más que en herramientas

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Un agente de inteligencia artificial es un software capaz de entender el entorno.

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Foto: Pixabay

Tener asistentes digitales como Siri, Alexa y Google dejó de ser novedad. Ya no basta con que una app obedezca comandos, sino que actúe por su cuenta. El año 2025 marcará el inicio de una nueva normalidad tecnológica, donde los agentes de inteligencia artificial se convierten más que en herramientas, sino también en colaboradores activos en oficinas, hogares y hasta en catalizadores de nuestras emociones.

Un agente de IA no es un chatbot ni un sistema que responde preguntas bajo demanda. Es un software capaz de entender el entorno, aprender de él, tomar decisiones autónomas y ejecutar acciones. Desde enviar reportes hasta detectar riesgos, estos sistemas no esperan instrucciones. Anticipan, resuelven, se conectan con herramientas, y optimizan tareas como si fueran parte del equipo. El cambio es profundo: por primera vez, la automatización no solo ejecuta instrucciones, también piensa.

Las grandes tecnológicas de servicios en la nube ya prepararon el terreno digital. Amazon, Google y Microsoft lanzarán en 2025 sus propios marketplaces de agentes, donde empresas y usuarios podrán descargar soluciones listas para operar según la industria o necesidad específica. Será posible integrar agentes especializados en ventas, logística, atención médica o recursos humanos en minutos, sin desarrollos a la medida ni integraciones complejas. Este nuevo ecosistema facilitará la entrada de startups y emprendedores que quieran innovar con agilidad en sectores tradicionalmente lentos en adopción tecnológica.

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Pero el impacto real de los agentes no está en la tecnología en sí, sino en cómo modifican la lógica del trabajo. Las organizaciones que los adoptan ya no se limitan a automatizar procesos repetitivos. Ahora liberan tiempo y energía para que sus equipos se concentren en tareas estratégicas, creativas o humanas. Estudios recientes de Harvard y Wharton muestran que los equipos que colaboran con IA no solo mejoran su productividad: también generan mejores ideas, toman decisiones más equilibradas y rompen silos de información. La inteligencia se vuelve colectiva, expandida por la capacidad de los agentes para cruzar datos, proponer escenarios y ofrecer respuestas en tiempo real.

Esto también redefine los roles. Surgen nuevos perfiles como el “jefe de agentes”, responsable de diseñar y gestionar estas inteligencias para que trabajen alineadas con los objetivos del negocio. O el “arquitecto de flujos híbridos”, que reconfigura procesos combinando lo mejor del juicio humano con la velocidad de la automatización. También crece la figura del curador ético, quien vela por la transparencia, el uso responsable de datos y la supervisión constante del comportamiento de los agentes, porque delegar tareas no significa ceder control.

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En nuestra vida cotidiana, los agentes de IA se infiltran de forma más sutil, pero igual de poderosa. Son asistentes que ya organizan nuestra agenda, optimizan rutas, sugieren recetas con lo que hay en el refrigerador o ayudan a los niños a estudiar. Pero también empiezan a cumplir funciones emocionales: acompañan, conversan, ofrecen consuelo a una cada vez más creciente base de usuarios que buscan apoyo emocional y psicológico. Algunos alcanzan cientos de millones de usuarios activos. Aunque no tienen conciencia, simulan empatía, y eso basta para que muchas personas encuentren valor en ellos como tutores, compañeros o incluso confidentes.

El crecimiento de estos sistemas promete el acceso a una economía más ágil, escalable y conectada. PwC estima que la inteligencia artificial podría aportar hasta 15.7 billones de dólares al PIB global hacia 2030. Pero esta transformación también impone responsabilidades. La tecnología avanza más rápido que la regulación, y la confianza del usuario será un activo clave. Harán falta marcos de gobernanza sólidos, políticas de privacidad claras y mecanismos de supervisión auditables para asegurar que esta inteligencia no se convierta en una caja negra.

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La revolución de los agentes de IA no es ciencia ficción ni promesa futura, es una realidad en multiplicación. Queda en nuestras manos decidir si queremos ser simples usuarios pasivos de esta tecnología, o protagonistas activos de cómo se integra en nuestras vidas, nuestras economías y nuestras decisiones colectivas. Más allá del entusiasmo o la cautela, los agentes nos obligan a enfocarnos en perpetuar lo que queda de lo humano: pensamiento crítico, creatividad, criterio ético e intuición; esas habilidades que no se entrenan con datos, pero que son más valiosas que nunca cuando todo lo demás puede automatizarse.

Si los agentes de IA ya están entrando en nuestra vida, lo mínimo que podemos hacer es entenderlos, cuestionarlos y decidir cómo los queremos usar. Este no es un cambio menor ni una moda pasajera. Es algo que va a tocar tu trabajo, tu tiempo, y decisiones. Por eso vale la pena involucrarte, informarte, probar, ajustar y, sobre todo, participar activamente. No para ser experto en tecnología, sino para tener voz propia en un cambio que nos incluye a todos.

La inteligencia artificial llegó para quedarse y es mejor tenerla de nuestro lado, con inteligencia humana al frente.

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