Migración digital y global: el dilema de rechazar lo que se necesita

Miércoles 5 de marzo de 2025

Ingrid Motta
Ingrid Motta

Doctora en Comunicación y Pensamiento Estratégico. Dirige su empresa BrainGame Central. Consultoría en comunicación y mercadotecnia digital, especializada en tecnología y telecomunicaciones. Miembro del International Women’s Forum.

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Migración digital y global: el dilema de rechazar lo que se necesita

La migración, física o digital, no es un problema que deba ser erradicado, sino entendido.

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Mundo digital.

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Foto: Pixabay.

La migración es un fenómeno complejo, tanto en el mundo físico como en el digital. En el primero, las personas cruzan fronteras en busca de mejores oportunidades. En el segundo, los usuarios abandonan redes sociales en favor de plataformas con menos sesgos algorítmicos, menos discursos de odio y mayor transparencia. Este éxodo ha abierto oportunidades para alternativas como Mastodon y BlueSky, que apuestan por una moderación descentralizada.

El 2024 marcó el fin de la “era dorada” de las redes sociales. Gobiernos de todo el mundo endurecieron su postura contra las Big Tech. Brasil ordenó el bloqueo de X (antes Twitter), argumentando que promovía desinformación. En Francia, el fundador de Telegram fue detenido por no moderar contenido ilícito en la plataforma. La Unión Europea, con su Ley de Servicios Digitales (DSA), impuso mayores exigencias de moderación y transparencia a Instagram, Facebook y YouTube. Reino Unido y Australia siguieron el mismo camino con leyes enfocadas en la seguridad digital.

Las demandas de los usuarios, durante años ignoradas, finalmente fueron escuchadas. La migración desde X hacia espacios que priorizan privacidad, moderación ética y herramientas de inteligencia artificial enfocadas en mejorar la experiencia digital ha sido evidente. Buscamos entornos más seguros y confiables, donde la información fluya sin manipulación y los algoritmos sirvan a las personas, no a los intereses comerciales.

Codependencia digital y la negación del cambio

En el mundo físico, los gobiernos atacan la migración en sus discursos, aunque sus economías dependan de ella. Sectores como la agricultura, la construcción y la tecnología necesitan la mano de obra y el consumo de los migrantes, pero las políticas restrictivas insisten en rechazarlos. En lo digital ocurre lo mismo: las grandes redes sociales dependen del contenido y la interacción de sus usuarios, pero en lugar de adaptarse a sus necesidades, intentan retenerlos con estrategias de control.

Las Big Tech, acostumbradas a su poder hegemónico, han subestimado a los migrantes digitales. Han impuesto reglas unilaterales, sin comprender que la lealtad digital no es eterna. Sin usuarios activos, sus datos pierden valor, la publicidad se debilita y su relevancia se diluye.

En el mundo físico, los países que rechazan la migración suelen beneficiarse de las remesas enviadas por quienes se fueron. En el mundo digital, plataformas como X dependen de la huella digital de sus antiguos usuarios, ya sea porque siguen consumiendo contenido a la distancia o porque las nuevas plataformas los obligan a evolucionar. La codependencia es innegable, pero la resistencia al cambio impide que se aborde de manera efectiva.

La migración, física o digital, no es un problema que deba ser erradicado, sino entendido. En lugar de forzar a las personas a elegir entre quedarse en un espacio hostil o buscar alternativas inciertas, es necesario construir ecosistemas más inclusivos, donde el cambio no se vea como una amenaza, sino como una oportunidad de evolución.

La movilidad ha sido, históricamente, la clave del progreso. Negarla solo acelera el declive de quienes se resisten a adaptarse.