¿A qué legado se refiere Claudia Sheinbaum cuando habla de darle continuidad a la supuesta transformación que encabeza López Obrador? Las promesas incumplidas del tabasqueño estallan en la cara de funcionarios y aspirantes incapaces que sólo están para validar a ciegas el mayor engaño de nuestra historia política contemporánea.
Partiendo de la premisa de que Sheinbaum ha ofrecido al arranque de su campaña cuidar el legado de AMLO, esto bastaría para que, al contrastarse el discurso del tabasqueño con la realidad, se prendan las alertas de los ciudadanos que razonarán su voto.
Estamos en la etapa de las promesas, los ofrecimientos y la promoción de proyectos políticos en un contexto de hartazgo sobre la forma de hacer política. Asqueados del acarreo, la manipulación, las rancias prácticas de proselitismo y de una casta que sólo busca preservar privilegios, los electores se ven obligados a diferenciar propuestas para definir qué proyecto de nación les produce más simpatía o menos aversión. Un contexto ciertamente contradictorio porque el desencanto produce abstencionismo, ese factor calculado por los partidos y sus alianzas para ganar elecciones con escasa participación en comicios que son definidos por minorías que sí votan.
La ecuación necesaria para poner la vara alta a quienes buscan el poder es razonar las decisiones y participar para que ninguna estrategia beneficiada por la abstención imponga triunfos que posteriormente provocarán arrepentimientos tardíos. México necesita vencer el perverso ciclo de la explotación de la ignorancia y la necesidad, un reto titánico en el colofón de un gobierno profundamente demagogo y populista.
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Hay datos duros basados en cifras oficiales para meditar con responsabilidad la decisión que se habrá de tomar frente a las boletas electorales. Ahora toca soportar la estridencia, las promesas que no empobrecen, el suplicio de millones de spots y la competencia de las ocurrencias para ver a candidatos de todos los colores hacerse los chistosos, ponerse a bailar o cantar, asumir la pose de ciudadanos ejemplares que se autodeterminan como la mejor opción para resolver los problemas que siempre han estado ahí y nadie ha resuelto con miras de largo plazo.
Somos un país que se desbarata y construye cada 6 años, uno que tropieza cíclicamente con las mismas piedras. Quizá sea un flaco consuelo saber que así es en la gran mayoría de las naciones y para muestra basta mirar hacia al norte con las enormes posibilidades de Donald Trump para volver a gobernar en los Estados Unidos, que ya padeció un gobierno de locuras, desplantes y provocaciones inéditas en la que se considera una de las democracias más emblemáticas del orbe.
¿Bajo qué premisa coherente se podría deducir que, si la candidata del régimen ofrece continuidad de una irreal transformación, tendría que cumplir las promesas que lanza durante su campaña política? ¿Cuál sería la duda razonable sobre su capacidad de mentir para seguir el protocolo de su mentor?
¿Acaso se hizo un buen gobierno que cumplió su palabra? ¿México quiere realmente seguir por el camino de un proyecto basado en la imposición de una sola visión que aniquila contrapesos determinados en nuestra Constitución?
Las promesas incumplidas de Andrés Manuel López Obrador en la campaña de 2018 y los solemnes juramentos violados ya como presidente, revientan a Morena en 2024.
Hagamos un sintético recuento de sólo 10 ofrecimientos fallidos basados en hechos evidentes y datos duros cotejables.
¿A qué legado se refiere Claudia Sheinbaum cuando habla de darle continuidad a la supuesta transformación que encabeza López Obrador? Las promesas incumplidas del tabasqueño estallan en la cara de funcionarios y aspirantes incapaces que sólo están para validar a ciegas el mayor engaño de nuestra historia política contemporánea.
Eso significa Morena en términos reales, una farsa de viejas prácticas con lo peor del “nuevo PRI” rediseñado de guinda que se desmorona ante la revisión más elemental basada en datos medibles y ciertos.
Los electores están hartos de ocurrencias, trivialidades, bailes, cánticos ridículos y ficciones en campañas que no se comprometen realmente con la verdad y los vigentes apremios del país. El peor escenario es la continuidad de la incapacidad de un falso mesías que mintió sin pudor para convencer con pura saliva. En este proceso electoral la palabra del presidente vale menos que un litro de la gasolina que iba a costar 10 pesos.
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EDICTOS
Y hablando de ocurrencias, en un México con la educación pública destrozada, con un sistema de salud obsoleto y una crisis hídrica sin precedente, la “ideota” de una cárcel estilo Bukele es algo que debería evitar Xóchitl, en cuyo cuarto de guerra los “genios” refritean modelos espectaculares que no suman en nada a la causa de contrastar proyectos para convencer electores ¡Por ahí no es señora Gálvez!
¿Será mucho pedir que los candidatos suban el nivel de sus proyectos y mejoren la calidad del debate? No es necesario firmar con sangre, ya que se ha derramado demasiada. Basta con tener palabra y honestidad para cumplirla.
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