La variante ómicron revela el verdadero peligro mundial del ‘apartheid de las vacunas’

Regresa el uso obligatorio de cubrebocas en Inglaterra. El factor del miedo ha regresado. Después de meses de asumir que la pandemia de Covid-19 estaba prácticamente superada, el gobierno del Reino Unido ha impuesto nuevas restricciones en un intento para frenar la propagación de la nueva variante ómicron del coronavirus.

Los mercados financieros no esperaron el anuncio de Downing Street. Es demasiado pronto para saber la magnitud de la amenaza que supone la nueva cepa, sin embargo, los inversionistas asumieron lo peor tan pronto como llegaron los informes del sur de África. Los precios de las acciones cayeron fuertemente, siendo las acciones de las aerolíneas las más afectadas al reintroducirse las prohibiciones de viajes.

El endurecimiento de las restricciones en Occidente en respuesta a la variante ómicron es un caso clásico de después de ahogado el niño, tapan el pozo, ya que durante meses el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial han advertido a los países ricos desarrollados que el fin de la pandemia requiere que tanto los países pobres como los ricos estén vacunados.

Desde principios de año, Gordon Brown ha exigido al G7 y al G20 que actúen, señalando que Occidente ha estado almacenando vacunas que nunca utilizará mientras la gente en África sigue sin ser vacunada. Las advertencias del exprimer ministro no han sido escuchadas.

En la Organización Mundial del Comercio (OMC), los intentos de conseguir una exención de los derechos de propiedad intelectual para que países como Sudáfrica puedan producir sus propias vacunas cuentan con el apoyo de Estados Unidos, pero la UE, el Reino Unido y Suiza se oponen.

Algunos países ricos argumentan que, sin la protección de las patentes, las empresas farmacéuticas no tendrían ningún incentivo para producir nuevas vacunas y que, en cualquier caso, los países pobres carecen de la experiencia técnica de fabricación para convertir las fórmulas en productos terminados. Este argumento no convence ni al FMI ni a Estados Unidos, y los países en desarrollo expresarán su indignación por el “apartheid de las vacunas” en la conferencia ministerial de la OMC que se celebrará esta semana en Ginebra.

Independientemente del resultado de la disputa sobre la propiedad intelectual, ya está claro que el multilateralismo fracasó en la prueba. Si alguna vez existió un momento para la solidaridad internacional fue este, pero el Occidente prometió más y cumplió menos.

Es cierto que los países ricos de Europa y América del Norte han pagado grandes cantidades de dinero en la lucha contra el Covid-19 y están dispuestos a reducir el déficit presupuestario, pero el recorte de gastos en vacunas para los países en desarrollo siempre sería una falsa economía.

O las naciones ricas hacen posible que los países pobres aumenten sus índices de vacunación o tienen que aislarse de las partes del mundo no vacunadas. El hecho de que ya se hayan registrado los primeros casos de ómicron en el Reino Unido demuestra lo difícil que es hacer esto último.

Aunque el primer deber de cualquier gobierno es garantizar la seguridad de su propia población, existen ocasiones en las que esto solo se puede conseguir al actuar colectivamente y esta es una de esas ocasiones. Algunos problemas son de naturaleza global.

El mes pasado, la Organización Mundial de la Salud informó que menos del 10% de los 54 países de África estaban en proceso de alcanzar el objetivo de vacunar al 40% de su población para finales de 2021. Es probable que le sigan otras variantes.

El argumento a favor de donar más vacunas o renunciar a los derechos de propiedad intelectual sigue siendo el mismo que desde el inicio de la pandemia: lo que se debe hacer también es lo que más nos beneficia.

Esto es cierto incluso en el mejor de los casos, en el que las vacunas proporcionan protección contra ómicron y la nueva cepa resulta ser menos transmisible de lo que se teme actualmente.

¿Por qué? Porque mientras algunos países, como el Reino Unido, intentarán adoptar un enfoque de espera, otros pueden mostrarse más reticentes al riesgo. La semana pasada, Austria impuso nuevas y estrictas restricciones de confinamiento porque su índice de vacunación, relativamente bajo (para los estándares europeos), había provocado un aumento en el número de contagios.

China, mucho más importante para la economía mundial que Austria, suele tener un enfoque de tolerancia cero con respecto al Covid-19 y podría decidir cerrar fábricas y puertos, agravando así los ya graves cuellos de botella de la cadena de suministro.

El dilema al que se enfrentan los bancos centrales se intensificará. Por un lado, la presión inflacionista adicional reforzará los argumentos para aumentar las tasas de interés. Por otra parte, la posibilidad de que la demanda se debilite a medida que los consumidores y las empresas se vuelvan más cautelosos justificaría no hacer nada. El comité de política monetaria del Banco de Inglaterra recibe informes de Chris Whitty, el jefe médico del gobierno, y a corto plazo lo que diga sobre las implicaciones para la salud de ómicron podría ser tan importante como cualquier dato económico para determinar lo que ocurre con los costos de endeudamiento.

Y este solo es el mejor de los casos. En el peor de los casos, la nueva variante se extiende rápidamente y las vacunas solo ofrecen una protección limitada. Los índices de contagio aumentan y los gobiernos se ven obligados nuevamente a imponer restricciones sobre la actividad económica. Whitty cree que los ciudadanos estarán menos dispuestos a aceptar restricciones sobre sus libertades personales de lo que estuvieron en la primavera de 2020, y es casi seguro que tenga razón.

Aquellos que están vacunados piensan que pueden vivir su vida con normalidad. Muchas de las personas no vacunadas, los jóvenes, sobre todo, creen que el riesgo de enfermarse gravemente o morir a causa del Covid-19 es escaso (que lo es). Otro confinamiento no solo sería económicamente perjudicial, sino que muchos lo ignorarían y una venta política complicada.

Si ocurre lo peor, los países desarrollados solo podrán culparse a sí mismos porque tenían en su mano evitar que surgieran nuevas variantes. Todavía hay tiempo para hacer lo correcto. Las naciones ricas deben garantizar que se alcancen los objetivos de vacunación en los países pobres. Deben cumplir sus compromisos financieros. Deben dejar de almacenar vacunas que nunca van a utilizar. Tienen que revertir los recortes de ayuda. Deben renunciar a la protección de las patentes. Tienen que dejar de ser tan ciegos.

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