Starlink fuera de órbita: política, negocios y desconexión global
Starlink pasó de ser un salvavidas digital a una víctima del daño colateral de la imposición de aranceles

La tecnología, los negocios y la política global están entrelazados. El internet satelital Starlink, operado por SpaceX bajo el liderazgo de Elon Musk, prometía revolucionar la conectividad en lugares donde antes era impensable. Sin embargo, recientes tensiones comerciales y políticas lo han puesto bajo escrutinio global. Como resultado, su servicio ha sido cancelado en Canadá y México, y su continuidad en Ucrania está en duda.
La suspensión del servicio en mercados clave demuestra el riesgo de depender de una infraestructura global controlada por actores privados con agendas propias. En Canadá, Starlink pasó de ser un salvavidas digital a una víctima del daño colateral de la imposición de aranceles al aluminio y acero canadiense por parte de Estados Unidos, siendo Ontario quien respondió con la cancelación de un contrato de 100 millones de dólares con SpaceX, dejando a la tecnología subordinada a la política y con la incertidumbre de miles de comunidades de perder su única fuente de internet de alta velocidad.
Las declaraciones infundadas de Elon Musk contra Carlos Slim, motivadas por la rivalidad entre dos enormes competidores de telecomunicaciones, provocaron la cancelación del servicio de Starlink en México y Latinoamérica, valuado en 7 mil millones de dólares, dejando, por un lado, a millones en un limbo digital, pero también provocando la desaceleración de SpaceX, joya de la corona del imperio tecnológico de Elon Musk y de su retórica de independencia empresarial, que ahora enfrenta el escrutinio de gobiernos y monopolios tradicionales, con suficiente peso político y de mercado para frenar cualquiera de sus proyectos.
Pero más allá de las repercusiones para Musk, los verdaderos afectados son los usuarios que han quedado en la indefinición. En zonas rurales de Canadá y México, donde las opciones de conectividad eran ya de por sí escasas, la salida de Starlink significa retroceder años en términos de acceso a la información, educación y desarrollo económico.
Pero si en Canadá y México la desconexión de Starlink responde a conflictos comerciales y empresariales, en Ucrania el servicio tiene un papel aún más delicado: el de herramienta estratégica en medio de una guerra. Con la coyuntural y polémica reunión entre Volodímir Zelenski y Donald Trump, Ucrania se convierte en un jugador más del tablero de ajedrez geopolítico. Desde el inicio de la invasión rusa, el apoyo de Musk permitió que Starlink conectara al país y ciudades devastadas, garantizando la comunicación de infraestructuras críticas y permitiendo que el ejército ucraniano coordinara ataques. Sin embargo, y desde entonces la posición de Musk respecto a la guerra ha sido ambigua sugiriendo que SpaceX no debería involucrarse en conflictos bélicos. Con ese argumento, una eventual desconexión de Ucrania no solo cambiaría el rumbo del conflicto, sino que también pondría en entredicho la neutralidad de las empresas privadas en escenarios de guerra.
Este no es un problema exclusivo de Norteamérica. A nivel global, países europeos y asiáticos buscan regulaciones para evitar que estas situaciones se repitan en sus territorios y así poder garantizar conectividad con infraestructura satelital propia. China, por ejemplo, consolida su constelación de satélites Thousand Sails. La Unión Europea también busca su independencia tecnológica con una red satelital propia. Su desarrollo tomará tiempo, pero le permitirá reducir su dependencia de empresas como SpaceX.
Ninguna tecnología opera en el vacío político; Starlink lo confirma. No es solo innovación, es poder. Un poder en manos de unos pocos, moldeado por disputas, decisiones y presiones globales. Y con ello, la conectividad del mundo entero queda en juego. Starlink prometía un internet sin fronteras, pero hoy demuestra lo contrario: la conectividad sigue atada a intereses, conflictos y juegos de poder. Así, la promesa de internet para todos sigue siendo solo eso: una promesa.