Falsos negativos
El altar de Irma y Felipe Campech

* Viernes 18 de diciembre: “Hay que hacer pruebas, ¿pruebas rápidas? Se requieren tomografías, sí, también.” Logramos contactar un servicio de pruebas rápidas, llegaron a casa y hasta las hicieron dobles, ambos salieron negativos. Un respiro, no hay COVID-19 en su cuerpo, pensamos que, en efecto, era resfriado tal como días antes les habían diagnosticado en su clínica familiar. Nos fuimos a dormir con ese alivio.

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Pruebas negativas de Irma y Felipe

* Sábado 19 de diciembre: su salud no se veía mermada, incluso planeábamos festejar su 45 aniversario de boda con un pastel y un festejo virtual. Pero no, algo no estaba bien. Se subieron al automóvil y se dirigieron al hospital: les hicieron la tomografía y mamá tenía afectación del 10 % en sus pulmones y sí tenía coronavirus. Había que tratarla en casa, aislada. 

Mientras, los pulmones de papá estaban invadidos, más de 70 % de afectación por el virus SARS CoV-2. No había mucho que pensar, era urgente hospitalizar. 

Mi hermana y mi madre sintieron el peso del mundo: unas llamadas y a tomar esa decisión, esa que lo llevaría a cruzar la puerta de urgencias al área de los enfermos COVID, donde se quedó. Más tarde, las otras hijas hablamos con mamá y juramos y perjuramos que sería por poco tiempo, no puede ser tan grave. 

Todos los días, desde la clínica del IMSS se comunicaban para dar informes. Por las tardes los médicos permitían a mi papá hacer llamadas a mi mamá. 

Así pasó ese fin de semana, el lunes, el martes y se velaba la posibilidad de que lo pasarían una de esas tardes ‘a piso’ (fuera del área COVID de emergencia). 

Después de cargar los tanques de oxígeno de mi mamá, pase a una farmacia a comprar jabón, crema, esponja, desodorante y demás artículos de limpieza en versión de viaje para que, una vez que los médicos lo consideraran, mi papá pudiera asearse. 

* Miércoles 23 de diciembre. Es mediodía y la llamada del IMSS fue fuera de horario. Nos dijeron que era necesario intubar a mi papá, pero que él dijo que no, así que nos hablaron para que estuviéramos al tanto. Hablamos con él, se notaba la desesperación en su voz, el miedo, la falta de aire… 

Hacia la tarde de ese mismo día, volvieron a llamar a mi mamá y le dijeron que sería una videollamada, ya que mi papá se quería despedir. Fue un golpe seco, fue verlo por primera vez en la vida abatido.  Esa tarde llegué a casa con los tanques de oxígeno cargados para mi mamá, la bolsa de artículos de limpieza. Apenas me vieron, en la casa me pidieron que me ponga una careta y suba: mi mamá se había convertido en una muñequita de trapo, su salud había empeorado.

* Jueves 24 de diciembre. Por la mañana volví a cargar los tanques de oxígeno. Mi hermana menor había ido al hospital ya que unas horas antes habíamos dicho nosotras, sus hijas, que íbamos a desobedecer y que pediríamos que lo intubaran. 

Toqué el timbre y en ese mismo instante sonó el teléfono: acaba de morir mi papá. Mi pecho se quebró. Subimos a la habitación de mi mamá y le dimos la noticia. Se desplomó; su oxigenación llegó a menos de 60 % de saturación. 

No hay espacio de duelo, solo la segunda urgencia: llamar a su doctora, cambio de tratamiento, que va a requerir más litros de oxígeno y una máscara con reservorio. 

Todo el dolor del mundo se concentró en su pequeña estancia, todo el dolor del mundo nos había invadido, pero no había mucho margen para asimilar la muerte de mi papá que acaba de atravesarnos a todas. Otra vez a cargar los tanques de oxígeno pero también hablar a la funeraria. “No hay lugar en el horno de cremación hasta el fin de semana”, ¿qué vamos a hacer con el cuerpo de papá? Nadie piensa jamás tener que hacer ese planteo tan frío, tan duro, tan cercano, tan pragmático. 

Al final, lo alojaron en la sección de Patología, dentro de una bolsa negra. Es medianoche y mientras todo esto no termina de decantar en nuestra mente, nosotras estamos cargando tanques de oxígeno. 

* Viernes 25 de diciembre. Ya no son suficientes dos tanques de oxígeno para mi mamá. Nos venden uno grande, pero hay que ir a Iztapaluca porque allá nos cambian el cilindro para validarlo y que la compañía que los carga no los reciba. Volamos para poder tenerlo rápido. De regreso nos llama otra de mis hermanas: se acabó el oxígeno, el condensador no le daba los litros suficientes a mamá y  sus manos empezaban a ponerse azules. Pisé el acelerador para poder llevarle su invisible salvador. 

Al llegar mi sobrino subió como pudo el tanque; un perico para ajustar la válvula; la oxigenación en 32. Y ella volvió a respirar. Esta situación extrema nos reveló en una sola bocanada de aire  que ya no podíamos tenerla en casa. 

Nada es sencillo en estos casos. Comenzamos a buscar hospital: al 911, a Locatel, con  amigos, como se pudiera. Fueron horas de angustia, sabíamos que ese tanque nos rendiría poco más de 12 horas y teníamos el tiempo encima. 

Mientras pedimos que nos ayuden a rellenar los otros tanques recibimos la noticia que hay lugar en el Hospital General José Maria Morelos y Pavón del ISSSTE. Antes de que los paramédicos se la llevaran de su casa, mi mamá pudo hablar con sus nietos, con mi abuela, con sus hermanos, dio detalles de papeles, de deudas, de sus pendientes. 

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Irma se comunica por videollamada con su hermana y sobrina.

Nos dijo que nos amaba, nos abrazamos a la distancia y por último, recuerdo, nos miró con esos ojitos cargados de miedo, pero también de esa templanza que tanto prodigó: “hijas, recuerden que las guerras y los virus, son para equilibrar la humanidad, su papá y yo tenemos una misión”. A las 20:30 horas del Día de Navidad ella ingresó al hospital.  Regresamos a casa todas y lloramos en silencio.

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La ambulancia que lleva a Irma al hospital del ISSSTE

* Sábado 26 de diciembre. Apenas ha pasado una semana de que toda esta odisea contra un virus empezó. Hoy  vamos a incinerar a papá: estamos mi hermano menor Alejandro y yo. Mis otras otras dos hermanas están en sus casas, una con los sobrinos pequeños y la otra recuperándose también de COVID-19.

Estamos en el hospital y toca identificar su cuerpo. Los médicos nos dan trajes especiales, todo el equipo de protección para poder ingresar a Patología. No puedo respirar. Empiezo a temblar. Nos llaman y siento cada paso que doy como si estuviera moviendo una tonelada de cuerpo. “Pasen. No vayan a tocar, serán solo unos segundos”. Sacan la bolsa negra, bajan el cierre y sí, es mi papá. 

Me ahogo entre lágrimas y doy un grito. Es el dolor de saber que durante los últimos diez meses no hubo un solo abrazo, que lo habíamos cuidado de no contagiarlo y las pocas veces que estuvimos en la entrada de su casa nos mandamos besos y cariños a la distancia.  Ya no habrá manera, unos segundos y lo metieron al ataúd. 

Agarramos camino al crematorio y en el carro pusimos la banda sonora que a él le gustaba escuchar: canciones de la infancia. Una paloma se instaló en la carroza, fue un momento cargado de esa magia que generaba don Felipe, mi amoroso padre. 

Son más de las diez de la noche, no nos llamaron del hospital. Con las cenizas de mi papá fuimos al ISSSTE, porque en este hospital los informes son presenciales: de lunes a viernes hay que estar antes de las 11:30 horas mientras que los fines de semana y días festivos antes de las 14.

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Parientes de pacientes con Covid-19 en el Hospital General José Maria Morelos y Pavón del ISSSTE

* Domingo 27 de diciembre. Estamos en el hospital y es tremendo ver la cantidad de gente que, como nosotros, está esperando noticias de sus enfermos de COVID. Mientras, al lado, la vida transcurre como si nada, como si no hubiera pandemia y se jugará la vida cada segundo cruzando las rejas del ISSSTE. Nos toca ingresar al área después de un par de horas y el médico nos dice que tuvieron que intubar a mi mamá y que ella estaba consciente. Le dijimos que el día anterior no estuvimos en el horario de informes porque estábamos en la incineración de nuestro padre. Hubo un silencio. No importa ese detalle, esa excusa y llaman al siguiente familiar. 

Los días a partir de ese momento tienen la misma dinámica: ir al hospital, esperar y salir con un informe escueto de poca esperanza. Nos dicen que ella es la paciente más grave del hospital, que ahora la invade una bacteria. 

En uno de los trayectos al hospital caemos en un bache, se revienta en neumático. Logramos salir de la vía rápida y meternos a un Centro Comercial. Intentamos cambiarlo y no hay manera. Los empleados del estacionamiento tampoco. Llamo al seguro y me dicen que en breve me devuelven la llamada. Nada. Y justo pensamos que ahí estaría ya mi papá con su amigo el mecánico y unos helados porque hace calor. Nos encerramos en el coche y lloramos. Antes de ir al hospital voy a que le cambien las llantas a mi coche y pienso que después de diez años, ya le toca. Con todos los avatares finalmente logramos llegar a las 11:30 al hospital para el informe del día.

* Miércoles 30 de diciembre. Hoy hace mucho viento y no me siento bien. Prefiero quedarme en el coche y estoy sudando. Mi hermana baja al informe y me dice que procure dormir un poco. Ese día no hay ni buenas, ni malas noticias y nos vamos.

* Jueves 31 de diciembre. Después del hospital regresé a casa sintiéndome mal, pienso que es el cansancio. Me comenzó el periodo, es eso. Me doy un baño y procuro dormir. En la noche mi hija nos preparó la cena; yo estoy en calidad de bulto, apenas y puedo caminar y  me duermo. Es el último día del 2020. 

*Viernes 1 de enero de 2021. Estamos en el hospital con la misma situación: no mejora la oxigenación de mi mamá a pesar de que tiene ventilador. Nos dicen que solo esperan a que su corazón se detenga para declararla oficialmente muerta. Yo cada vez siento que puedo menos, duermo todo lo que resto del día y una tos empieza a ser cada vez más protagonista.

* Sábado 2 de enero. Han pasado dos semanas de su internación y vuelvo a ir al hospital. Nuevamente no hay cambios. Al regresar a casa me doy un baño, me pongo la pijama, un poco de fiebre, dolor de cuerpo, hay cada vez más tos. Comenzamos a sospechar lo peor. Sí, es momento de buscar una prueba PCR.

* Domingo 3 de enero. Al parecer encontramos una, salimos pero ya no alcanzamos, ese día la fatiga se apoderó de mí.

* Lunes 4 de enero. A 7 de la mañana tengo cita para la PCR. De regreso a la casa compramos un oxímetro y mi nivel en sangre es de 80%. Me meto a la cama, no quiero pensar. Más tarde sacamos cita para una tomografía para el miércoles y justo es la fecha en la que darán los resultados de la prueba. Ya no tengo dolor, tampoco fiebre, solo la tos.

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Oxímetro con el que Saraí comienza sus controles

*Miércoles 6 de enero. Vamos a la tomografía, llega el resultado de la PCR: negativo…

* Jueves 7 de enero. Voy con la doctora de mi trabajo, ya tengo el estudio y la prueba negativa, me revisa y me dice: “eres falsa negativa y por tu tomografía tienes neumonía, es momento de que te vayas a casa y sigas tratamiento, no te espantes. Vas a salir de esto.” Por la tarde mi hermana menor me lleva el condensador de oxígeno y me dice: tus placas son como las de papá. Te vamos a llevar a casa para cuidarte. No tengo nada que decir, solo ponerme a llorar, no me quiero morir… es de madrugada ya tengo el oxígeno y comencé el tratamiento. Mis hermanas entran a la habitación: acaba de fallecer mi mamá.

*Viernes 8 de enero. Mis hermanas van al hospital para tramitar el acta de defunción, después checar con el servicio funerario cuando podrán cremarla. Dicen que entre domingo o lunes pero esta vez en este hospital no pueden tenerla tanto tiempo, aunque al final acceden. Me empeño en recuperarme, tomo medicamentos desde las 6:30 de la mañana hasta después de medianoche, no hay más síntomas.

* Domingo 9 de enero. La cremación de mi mamá será a las 10 de la noche. Me dicen mis hermanas que los horarios se han extendido por más de 20 horas, es desolador saber la cantidad de personas que están perdiendo familiares, es un doloroso acompañamiento.

Desde que llegué a casa de mis padres, mis hermanas han hecho todo por sacarme adelante: toma de signos, inyecciones, litros de té, vaporizaciones, cinco comidas al día, mi ajo en ayunas. Hacen todo para que me recupere. !Y pensar que antes no sabían ni tomar la presión! Ahora son unas expertas en cuidado y rehabilitación.

Desde el 19 de diciembre, las muestras de apoyo, mensajes, detalles de la familia, amigos, compañeros de trabajo, jefes, gente que sin conocerme se tomó unos minutos para dar el pésame o desearme pronta recuperación es un borbotón de empatía y solidaridad.  No tengo manera de mostrarles todo lo que ha significado en este tortuoso camino, cada uno fue un impulso para aferrarme a la vida.

Es 21 de enero y después de 14 días, con una afectación moderada en mis pulmones, los doctores me felicitaron, ¡Bravo! venciste a la neumonía. 

Me hice la prueba de anticuerpos y por fin salí positiva.

*Saraí Campech es reportera de cultura y conductora en Canal Once. Además colaboradora en Cinegarage, Ibero 90.9, DW, México.com, Publimetro, Horizonte Jazz 107.9, entre otros medios.

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