Reservas de caza en Sudáfrica tienen que sacrificar animales ante baja en visitantes
Foto: Lourdes Castro en Unsplash

Impalas corren por los pastizales, ibis vuelan sobre el lago y hay relámpagos en el horizonte que anuncian la llegada de una tormenta desde las montañas Drakensberg.

Los visitantes guiados a través de las 10,000 o más hectáreas de la reserva de caza Nambiti en la provincia KwaZulu-Natal de Sudáfrica ven lo que para ellos es un paisaje natural que nunca cambia.

Njabulo Hodla, el subgerente de la reserva, ve algo más: maleza creciente que alguien tendrá que podar, caminos que necesitan mantenimiento, rejas a reparar y animales que tendrán que sacrificar en algún momento, cada uno es otra víctima del Covid. “Es difícil, muy difícil. Jamás he visto una temporada como esta”, dice el hombre de 31 años que trabaja en Nambiti desde 2008.

El Covid golpeó a Sudáfrica más fuerte que a otros países del continente, con más de un millón de casos registrados y 29,000 muertes de acuerdo con cifras oficiales. Como en otras partes de África, la pandemia trajo daños económicos masivos, con miles de negocios en bancarrota y decenas de millones de personas incapaces de ganarse la vida. La economía perdió 2.2 millones de empleos durante la segunda mitad de 2020.

La enorme industria turística, que emplea a uno de cada 20 trabajadores y proporciona alrededor del 3% del PIB, está devastada.

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En otros años, la temporada de vacaciones de diciembre significaba decenas de miles de visitantes extranjeros gastando cientos, o hasta miles, de dólares al día. Ahora, con el crecimiento en la tasa de infecciones diarias y las dificultades de las autoridades para contener la segunda oleada, nadie espera que los turistas vuelvan pronto.

“Reservas como la nuestra pasaron de tener muy buenos ingresos, proporcionar 300 empleos y un proyecto masivo de conservación, a no tener literalmente nada. Nos caímos hasta el suelo”, dice Clarke Smith, director de Nambiti. “Aún sentimos el dolor … y el impacto sobre la región es muy marcado”.

Nambiti es un proyecto comunitario, a diferencia de muchos, por lo que una gran proporción de las ganancias y una renta anual van hacia los habitantes locales. Este año, tales ingresos están bastante reducidos y, con muchos de los empleados todavía con horarios reducidos o en casa, los próximos meses serán muy complicados.

“En lugar de un bono de fin de año, las personas llegan a casa con sólo la mitad de su salario, o con las manos vacías”, dice Hodla, quien creció en una de las aldeas cercanas. “Las comunidades cercanas están sobre la línea. La reserva tiene un papel muy importante. Todos conocen a alguien que trabaja aquí”.

Muchos temen que si la crisis continúa por muchos meses más, cientos de miles de hectáreas en toda Sudáfrica que en años recientes se han convertido en reservas de caza más lucrativas recurrirán a la ganadería o al cultivo de cereales. Eso sería una pérdida masiva de hábitats para animales en peligro de extinción y otras especies.

Pero si el negocio de la conservación de la vida salvaje se ha visto afectado, también le ha sucedido al negocio de salvaguardar otras partes del patrimonio del país.

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Dalton Ngobose, un guía del campo de batalla de Isandlwana, ha tenido pocos clientes. Fotografía: Kevin Rushby / The Guardian

Igual que en muchas partes rurales de Sudáfrica, la provincia KwaZulu en el norte sufrió de desempleo agudo, problemas masivos de salud como TB y VIH, y pobreza extrema incluso antes de la pandemia. Las industrias batallaron mucho en las últimas décadas, con el cierre de minas y fábricas.

En algunos lugares, tales pérdidas se compensan parcialmente con el boom en el turismo de campos de batalla. Decenas de miles de turistas británicos visitan los sitios donde las tropas del Reino Unido pelearon contra los Zulúes en la sangrienta guerra de 1879 que consolidó el mando imperial en el sur de África.

Los campos de batalla de Isandlwana y Rorke’s Drift son la atracción principal para turistas ingleses, la mayoría con edad suficiente para ser aficionados de la película Zulu de 1964, que dramatiza la historia de la catastrófica derrota de los ingleses y el último bastión de estos sitios.

Este invierno (o verano en el hemisferio sur) ambos campos de batalla están “vacíos”, los memoriales, las tumbas y los museos están desiertos.

“No hay trabajo. Sólo nos sentamos aquí. La situación es mala. Hay una sequía y no hay cultivos en los campos, y un costal de mealie (harina de maíz) cuesta el doble de lo que costaba en primavera”, dice Dalton Ngobose, un guía local que no ha trabajado desde marzo.

Como no hay turistas, tampoco están los comerciantes que vendían artesanías étnicas, botanas y agua. Una porción del costo de entrada a los campos de batalla era para las escuelas, entonces esa fuente de ingresos también se secó.

Las cabañas de alojamiento cerraron durante una gran parte del verano, y abrieron hace poco, y con pocos huéspedes. Las cabañas proveen trabajos y también financian programas de apoyo para estudiantes locales, organizaciones caritativas, orfanatos y otros proyectos.

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“Si sufrimos, toda la comunidad se resiente del golpe”, dijo Shane Evans, gerente de Isandlwana Lodge, que alberga a grupos de visita en el campo de batalla.

En la aldea de Isandlwana están resignados. Con tan pocos trabajos locales, los hombres tradicionalmente viajan a Johannesburgo, seis horas al norte en auto, para trabajar en minas o, más recientemente, en hoteles. Pero ambas industrias también sufren y la mayoría de los residentes de Isandlwana que tenían empleo lo perdieron.

Los apoyos del gobierno han sido escasos, y una enorme carga para un país que aún pelea contra los legados del racista y represor régimen del apartheid. El Congreso Nacional Africano, en el poder desde 1944, es acusado de incompetencia y corrupción, pero también tiene que lidiar con una economía en picada, decenas de millones de personas en situación de pobreza y deudas masivas. Un programa de apoyo a los empleos estaba garantizado hasta finales de año, pero el dinero llega lentamente.

Una consecuencia en las aldeas cercanas a Isandlwana es que el crimen está creciendo, ya empeoró el robo de ganado y también los asaltos, según Ngobose. Una sequía reciente significa que las comunidades locales cerca de los campos de batalla no han podido plantar los cultivos que tradicionalmente suplementan los ingresos y la dieta.

El esposo de Nellie Buthelezi es uno de los despedidos por el gobierno local en el recorte de empleos hace varios meses, mientras que la cabaña donde ella trabaja está cerrada desde marzo. La mujer de 42 años, madre de cuatro, ha vivido toda su vida en Isandlwana y no puede recordar un momento tan difícil como este.

“La comida es muy cara y se acaba rápido. No tenemos dinero para la renta”, le dijo a The Observer. “Le rezamos a Dios para tener un mejor año”.

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