Un momento que me cambió: conocer al perro rescatado que me consoló durante una profunda pérdida
'Con exclusión de todos los demás'… Shirley Manson con su perra rescatada Veela.

La primera vez que rescaté a un animal fue hace casi 15 años, mientras estaba en una pausa de mi banda, Garbage, en 2007. Paseando por Los Ángeles con pocas cosas que ocuparan mi tiempo y una imaginación catastrófica, mi esposo sugirió que podríamos considerar adoptar un perro de uno de los refugios locales. Al principio estaba un poco indecisa. Me pareció un compromiso enorme (no me equivoqué) y no estaba segura de tener la capacidad emocional para conectar con el amor de un pequeño e indefenso ser vivo.

Mi madre acababa de ser diagnosticada con la enfermedad de Pick, una forma de demencia criminalmente agresiva que puede sacar a una persona, como lo hizo con mi madre, del juego en menos de dos años a partir del día del diagnóstico. Estaba profundamente perturbada por el curso que su enfermedad estaba tomando y me resultaba difícil conectar con la vida de alguna forma alegre y significativa.

Una noche, mi esposo astutamente me enseñó la foto de una irresistiblemente adorable camada de cachorros terrier que estaban en adopción en la tienda de mascotas local. “Vamos a buscar uno”, sugirió.

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‘Caliente, suave y reconfortante’… Veela con la madre de Shirley Manson. Cortesía de Shirley Manson

Cuando llegamos al centro de adopción de PetSmart Charities, el cachorro que más me había llamado la atención había sido reubicado, pero ahí habían otros tres retorciéndose y chillando en una jaula cercana. “Puedes cargarlos si quieres”, me dijeron. Con entusiasmo obedecí, pero a pesar de disfrutar del calor de sus pequeños diminutos cuerpecitos y de admirar sus adorables caras, no experimenté ninguna conexión real. Uno a uno, volví a poner a cada cachorro en la jaula. Mi marido parecía abatido. “¿No lo sientes?” me preguntó, con evidente decepción.

La señora a cargo de la adopción preguntó rápidamente si nos interesaría un perro “más viejo”, ya que la madre de los cachorros también estaba en adopción. Trajo una cosita pelirroja y escuálida y la dejó en mis brazos. Me volteé hacia mi esposo, sonriendo. “Esta es mi perra”, le dije.

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Amor de cachorros… Veela, la perra rescatada de Manson, con sus crías.

Habíamos intercambiado algo extremadamente profundo en ese momento, yo y esta perra. Se había hecho un voto. De por vida, estuvimos de acuerdo. Con la exclusión de todos los demás, dijimos.

Su nombre era Veela y, después de todo, no era tan mayor. Nuestro veterinario calculó que tenía entre seis o nueve meses. La había encontrado vagando por la calles del centro sur de Los Ángeles, sin hogar y muy embarazada, una joven cuyos padres aceptaron que tuviera a Veela en una pequeña caja de cartón en su casa hasta que diera a luz.

Poco después de que la adoptamos oficialmente, mis padres vinieron desde Escocia. Fue una visita tensa, ya que la enfermedad de mi mamá estaba progresando rápidamente y parecía sumamente debilitada y vulnerable.

Veela lo percibió. Se mantuvo cerca de mi madre, apretujada a su lado en el sofá, en el carro, en el jardín. Valoro un montón de fotografías de este tiempo con las dos entrelazadas.

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Una tarde, mi madre y yo estábamos viendo la televisión juntas con Veela en el regazo de ella. Apareció un anuncio mostrando un elefante. “¿Qué clase de animal es ese?”, preguntó mi madre, sus ojos azules me perforaban con inquietud y miedo. “Mamá, ese es un elefante”, dije gentilmente. Se veía confundida y asustada. Me acerqué y sostuve la mano de mi madre sobre la mía, rozando a una Veela durmiente. Un pequeño croissant enrollado. Caliente, suave y reconfortante. Mi madre sonrió. Le devolví la sonrisa de la forma más tranquilizadora que pude. Respira, pensé, emparejándome con las respiraciones de Veela. Respira.

Cuando murió mi mamá, en menos de 12 meses después, fue Veela quien habló directa y efectivamente sobre el dolor que estaba experimentando. Durante ese tiempo, estaba grabando un programa de televisión de ciencia ficción en el cual interpretaba a un Terminator omnipotente y poderoso que no sentía emociones humanas. En la vida real, tenía problemas para procesar la muerte de mi madre pero siempre que regresaba a casa del trabajo ahí estaba Veela, bailando sobre sus piernas traseras, exigiendo que la sacaran a pasear, que la alimentaran, que la abrazaran, que interactuaran con ella. Lentamente, comencé a sanar.

Perder a una madre, perder a una gran madre, es experimentar una pérdida insondable. Dudo que hubiera sobrevivido sin las profundas enseñanzas de mi perrito rojo: vivan su vida, humanos. Vivan con curiosidad. Coman bien. Ejercítense. Tomen una siesta. Manténganse entusiastas. No teman expresar su amor. Sean tontos. Diviértanse. Y continúen, continúen, continúen.

Sigo adhiriéndome a la filosofía de Veela lo mejor que puedo. No siempre lo hago bien, pero no siempre me equivoco. A pesar de sus avanzados años, sigue siendo la grandiosa maestra y yo sigo aprendiendo de ella mientras avanzo a través de mi propia vida y a través de todas mis temporadas.

Continúa, humano.

Continúa.

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