Al Qaeda: el grupo terrorista que aprendió el secreto de la longevidad
Osama bin Laden fotografiado en 1998. Foto: Mazhar Ali Khan/AP

En el verano de 1988, una docena de hombres se reunieron en la sofocante ciudad fronteriza paquistaní de Peshawar. Al otro lado de la frontera, en Afganistán, la guerra alcanzaba un sangriento clímax, cuando cientos de miles de muyahidines locales se enfrentaban a los ocupantes soviéticos y a sus auxiliares locales.

Estos hombres, que probablemente se reunían en casas de huéspedes que funcionaban como oficinas y albergues para los visitantes extranjeros de Peshawar, provenían de Medio Oriente. La mayoría estuvo varios años en Pakistán, pero solo desempeñaron un papel muy marginal en la sangrienta guerra que asolaba al oeste. Sin embargo, solamente un puñado estuvo con su líder “de facto”, un adinerado saudí llamado Osama bin Laden, cuando este libró un ataque soviético en una base dentro de Afganistán un año antes.

Se reunieron para discutir sobre varios asuntos: los problemas de administración que tenían con la ayuda que recibían del Golfo, incluida la financiera, las rivalidades con los altos dirigentes de los llamados “árabes afganos” con sede en Peshawar, entre muchos otros asuntos. Pero también tenían la intención de hablar de un nuevo proyecto: la creación de una unidad de combatientes islamistas comprometidos y experimentados que pudieran desplegarse donde los musulmanes necesitaran su protección. El grupo también sería una vanguardia que podría atraer a más reclutas y difundir los puntos de vista radicales de sus seguidores. Su nombre sería Al Qaeda.

Trece años después, Al Qaeda y Bin Laden serían los responsables de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, que causaron 3 mil muertos. Estos condujeron a la guerra contra el terrorismo durante la administración de Bush, a las invasiones de Afganistán e Irak, a la persecución que condujo a la muerte de Bin Laden en 2011 y a una multitud de eventos a nivel mundial. Desde 1914, cuando el asesinato del archiduque Francisco Fernando desencadenó la Primera Guerra Mundial, ningún atentado tuvo tanta repercusión.

Veinte años después de aquel atentado, Al Qaeda sigue presente. Las investigaciones sugieren que los grupos terroristas individuales suelen sobrevivir entre cinco y 10 años, o incluso menos, por lo que se trata de un logro indudable. Disfrutar de tal longevidad frente al esfuerzo más costoso, tecnológicamente avanzado y expansivo jamás realizado contra un solo grupo resulta aún más sorprendente. En este trágico aniversario nadie predice el fin de Al Qaeda. Entonces, ¿cómo lo han logrado?

Es evidente que la primera ventaja que ha tenido Al Qaeda ha sido la de los fracasos y debilidades de sus adversarios. El objetivo del grupo es hacer ver a los gobiernos locales de todo el mundo islámico como corruptos, incompetentes, represivos y excluyentes. No se trata de una crítica injusta, lo que da fuerza al argumento del grupo Al Qaeda: que dichos fallos se deben al rechazo del verdadero camino que muestran los textos sagrados y las tradiciones del Islam resuenan con mayor facilidad.

Los errores de quienes dirigen la campaña contra Al Qaeda también han ayudado enormemente. En 2002, Al Qaeda perdió su refugio en Afganistán y muchos de sus miembros fueron asesinados. El resto se dispersó en los países vecinos o huyeron. Durante los dos años posteriores al atentado del 11 de septiembre de 2001, mientras Osama bin Laden se trasladaba de un refugio a otro en Pakistán, Al Qaeda se quedó sin rumbo. Aunque criminalmente indiscriminada, la red de la CIA atrapó a algunas figuras importantes, y las operaciones en otros lugares atraparon a muchos más.

Pero la retórica belicosa, la falta de comprensión de la naturaleza difusa e ideológica de la amenaza y, sobre todo, la invasión de Irak restauraron la suerte del grupo. Distrajo la atención de los legisladores estadounidenses y los recursos de sus agencias de seguridad. La guerra para derrocar a Saddam Hussein, justificada en parte por un vínculo falaz entre Al Qaeda y el régimen iraquí, pareció reivindicar muchos de los argumentos de Bin Laden y provocó una gran ola de ira en todo el mundo islámico. También abrió un nuevo frente, que permitió que Al Qaeda regresara a la lucha.

Sin embargo, no permitió que Al Qaeda ganara. La ola de violencia que los militantes desataron a mediados de la década posterior al 11 de septiembre de 2001 tuvo como objetivo aterrorizar a los enemigos, radicalizar a los miembros existentes y movilizar nuevos apoyos. Es posible que lograra los dos primeros objetivos, al menos en una parte, pero no el tercero. Mientras estallaba cada nueva campaña en Medio Oriente, en Irak, Jordania, Pakistán, Arabia Saudita, los extremistas perdieron cualquier simpatía entre la población general. En 2010, Bin Laden estaba tan preocupado por la forma en que las repetidas masacres de otros musulmanes empañaron la marca de Al Qaeda que se planteó cambiar su nombre, y envió feroces órdenes a sus subordinados para que redujeran la violencia. Una vez más, el péndulo estaba oscilando en contra de Al Qaeda, pero volvería a girar hacia atrás.

El 2011 fue un año particularmente malo para el grupo. Bin Laden murió en una redada de las fuerzas especiales estadounidenses en su casa ubicada en la ciudad de Abbottabad, en el norte de Pakistán, y otra media docena de altos cargos de la organización también murieron o fueron detenidos.

En las semanas previas a su muerte, a Bin Laden le preocupó que él, su organización y su pensamiento hubieran quedado marginados por la agitación de la denominada primavera árabe. Las multitudes en la plaza Tahrir de El Cairo y en otros lugares de Medio Oriente clamaban por la democracia, no por un régimen islámico riguroso. Al final fue el sucesor de Bin Laden, Ayman al-Zawahiri, un egipcio de edad avanzada, antiguo pediatra y veterano extremista, quien encontró la forma de explotar el repentino caos y restaurar la fortuna de Al Qaeda.

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Ayman al-Zawahiri demostró un inesperado talento estratégico y la capacidad de aprender las lecciones de las décadas anteriores.
Foto: AFP/Getty Images

Zawahiri tenía una carrera poco distinguida como líder extremista, carecía de carisma y no era muy estimado ni dentro de Al Qaeda ni en el movimiento yihadista en general, pero inmediatamente demostró un inesperado talento estratégico y capacidad para aprender las lecciones de las décadas anteriores. La principal innovación de Bin Laden a finales de los años 90 fue dirigir todos sus recursos contra el “enemigo lejano”, Estados Unidos y Occidente, y no contra el “enemigo cercano”, los gobiernos locales de Medio Oriente. Las primeras incursiones de Bin Laden en esta dirección se produjeron cuando atacó a las fuerzas estadounidenses en Yemen en 1991, pero maduraron siete años después con ataques masivos y letales contra las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania, seguidos rápidamente por un ataque marítimo contra un buque de guerra estadounidense en el Golfo de Adén. Estos esfuerzos culminaron con los atentados del 11 de septiembre de 2001 que fueron muy controvertidos dentro de su organización y a los que se opusieron muchos de sus líderes secundarios.

Zawahiri se apartó de esta estrategia, dejando en claro que el enemigo lejano ya no era una prioridad, en parte porque dichos ataques se volvieron mucho más difíciles y en parte por la respuesta que probablemente provocarían. También alejó a Al Qaeda de su doctrina ‘solo yihadista’, subrayando la importancia de establecer vínculos con las comunidades locales de todo el mundo islámico que se sentían amenazadas.

Si Al Qaeda podía proporcionar protección, seguridad e incluso gobierno, entonces podría conseguir apoyo de las bases y ampliar su alcance. La nueva estrategia no tardó en dar resultados, aportando nueva influencia y reclutas en Sahel, África oriental, Yemen y en Afganistán, donde se realizó un nuevo esfuerzo por crear vínculos con los talibanes, lo que tendría una importancia crucial una década después.

Posteriormente, en 2014, surgió un nuevo desafío: un grupo escindido que rechazaba por completo la autoridad de Zawahiri. Primero se autodenominó Estado Islámico en Irak y Siria, y después, una vez que se apoderó de una franja de terreno en esos dos países y anunció el establecimiento de un califato, simplemente Estado Islámico.
Esto pudo suponer un desastre para Al Qaeda. El Estado Islámico fue mucho más rápido al explotar las oportunidades que ofrecían la asombrosa difusión de las redes sociales y los teléfonos inteligentes, y parecía haber logrado ya el objetivo a largo plazo por el que Al Qaeda había estado luchando. Pero la brutalidad de los recién llegados, sumada a la estrategia más pragmática de Zawahiri, se combinaron para proporcionar a Al Qaeda el cambio de imagen que Bin Laden consideró antes de su muerte.

En comparación con el espectacular sadismo del Estado Islámico, incluso Al Qaeda pareció menos sanguinaria. Uno de los textos clave para ambos grupos fue un manual sobre la yihad titulado ambiguamente La gestión del salvajismo. Ambos interpretaron sus consejos de forma diferente. El Estado Islámico y su creciente número de afiliados creyeron que el título sugería el uso de la brutalidad extrema, mientras que Al Qaeda pensó que significaba la necesidad de controlar la violencia. Como hizo Bin Laden, Zawahiri también alejó a su organización tanto del movimiento sectario como del milenarismo apocalíptico de su rival. Cuando el califato del Estado Islámico se derrumbó en 2019, Al Qaeda se encontraba en una buena posición para reclamar de nuevo el liderazgo del movimiento yihadista mundial. Todavía no lo ha logrado, y el Estado Islámico todavía compite por el papel, en ocasiones de forma violenta, pero ha recuperado mucho terreno. La caída de Afganistán en manos de sus aliados de siempre, los talibanes, supuso un nuevo impulso.

Diez días después de que los talibanes tomaron Kabul, Al Qaeda emitió un comunicado en el que felicitó al movimiento por su “gran victoria contra la alianza de los cruzados”, un eco de las primeras declaraciones de guerra contra Occidente emitidas por Bin Laden 25 años atrás. Esto fue en nombre de todos los musulmanes, y un “preludio a la liberación de Palestina… Somalia, Yemen, Cachemira”, señaló el grupo, subrayando sus ambiciones globales, pero también su enfoque local. Para los dirigentes de Al Qaeda, “la derrota de Estados Unidos sitúa a la yihad global en una nueva fase”.

Es demasiado pronto para saber si esta última afirmación es cierta. Pero se pueden hacer ciertas suposiciones.
Al-Qaeda ha sobrevivido 33 años porque ha evolucionado. A lo largo de su sangrienta historia cambió conforme al tiempo. A pesar de las grandes ambiciones de sus fundadores, la organización tenía originalmente un enfoque parroquial, considerando a Arabia Saudita, lugar de nacimiento de Bin Laden, como uno de sus principales objetivos. Para propagar su ideología, buscó ejecutar atentados masivos que llamaran la atención de los medios de comunicación tradicionales, que entonces fueron la única forma de llegar a un público masivo. A continuación, Al Qaeda se puso en contra del enemigo lejano y emprendió una verdadera campaña mundial a lo largo de una década y media que se caracterizó en todas partes por una globalización sin precedentes.

Rediseñaron su estrategia de comunicación para adaptarse a las nuevas capacidades de las redes de satélites, y el grupo aprovechó al máximo el ahora internet universal para ayudar a la gestión de una organización en expansión y a la planificación de ataques. En los últimos 10 años, a medida que esa ola de globalización disminuyó ante las crisis económicas y la resistencia a la pérdida de las identidades culturales, Al Qaeda volvió a evolucionar, dirigiéndose claramente hacia algo mucho más local, y comprendió que, en el nuevo entorno mediático, las tramas complejas funcionan menos que los atentados “sin líderes” inspirados a través de las redes sociales.

La palabra árabe que se eligió como nombre del grupo a finales de la década de 1980 sugería muchas cosas: un principio organizador o los sólidos cimientos de una construcción son dos posibles interpretaciones, pero sobre todo una base militar. Así fue como estos hombres se refirieron al campamento fortificado en el que acababan de rechazar a los soviéticos en la primera batalla real de su campaña. También fue la forma en que los combatientes y ejércitos irregulares se refirieron a las fortalezas durante mucho más tiempo, tanto en Afganistán como en gran parte del mundo islámico. La diferencia fue que Al Qaeda no sería una simple localización geográfica, sino una aspiración internacional e ideológica.

La posibilidad de que se cumpla esta ambición de crear una vanguardia de combatientes islámicos que levanten al mundo musulmán en un vasto levantamiento contra los gobernantes locales incrédulos y contra Occidente sigue siendo extremadamente escasa y las perspectivas de aquellos que siguen comprometidos con el proyecto, son poco claras. Zawahiri está enfermo, o tal vez ya esté muerto, y nadie sabe quién podría ser su sucesor o lo que podría hacer, pero la historia sugiere que eliminar a Al Qaeda, incluso después de 33 años, sería muy optimista.

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