Las escuelas forestales florecen mientras los jóvenes se desconectan y aprenden de la naturaleza
Kathryn Whittle-Williams, de la escuela forestal Urban Outdoors Adventure in Nature, imparte una clase en Camden Town, Londres. Foto: Andy Hall/The Observer

Después de más de un año de confinamiento, con acceso limitado a la naturaleza, Magdalena Begh se alegró cuando su hija de seis años llegó a casa de la escuela forestal y le informó que encontró tres esqueletos de ratas. Uno de ellos, le dijo Alia, era “bastante reciente”. “Estas pequeñas observaciones son muy importantes para su aprendizaje; es increíble”, comenta Begh.

Desde que Alia y su hermana Hana, de nueve años, comenzaron a ir al club extraescolar Urban Outdoors Adventures in Nature, en el norte de Londres, han utilizado barro, han aprendido sobre los insectos y han hecho fogatas, mermeladas y arcos y flechas.

Forman parte de una serie de niños de todo Reino Unido que se han incorporado a las escuelas forestales desde el comienzo de la pandemia, muchos de ellos desde septiembre.

De las más de 200 escuelas forestales encuestadas por la Asociación de Escuelas Forestales (FSA por sus siglas en inglés), aproximadamente dos tercios indicaron que la demanda de sus servicios había aumentado desde marzo de 2020. Entre las razones mencionadas figuraban el aumento de la concientización sobre los beneficios del aire libre, particularmente en relación con el estrés y la ansiedad, la seguridad del Covid-19, y la insatisfacción con el currículo escolar tras meses de educación en casa durante la pandemia.

“Creo que nunca ha sido tan popular”, comenta Gareth Wyn Davies, director general de la FSA, que espera que la demanda siga aumentando. Pero aún queda camino por recorrer. “Es un sector bastante joven, con poco más de 20 años. Y es un momento de base: aún no cuenta con la atención de los gobiernos superiores”.

Las escuelas forestales, que se centran en el juego no estructurado, la exploración y la motivación intrínseca, llegaron a Reino Unido en 1993. Inspiradas en la cultura al aire libre, o friluftsliv, de los países escandinavos, las clases suelen impartirse en su totalidad o en su mayor parte al aire libre y pretenden complementar, más que sustituir, la educación tradicional.

Las escuelas públicas organizan cada vez más sesiones de escuelas forestales para los alumnos dentro del horario escolar porque se considera que tienen beneficios para la salud mental y física, el comportamiento y el rendimiento académico, además de ser relativamente “a prueba de Covid-19“.

Begh cuenta que, al haber crecido en un pueblo en medio de la naturaleza, siempre quiso inscribir a sus hijas en una escuela forestal. Por eso, cuando se enteró de que había una cerca de su casa, las inscribió inmediatamente.

“Después de la primera clase estaban muy emocionadas; nunca las había visto tan contentas después de haber participado en un club extraescolar como este”.

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Abby Sutcliffe, directora de Urban Outdoors Adventures in Nature. Foto: Andy Hall/El Observador

Abby Sutcliffe, directora de la escuela forestal Urban Outdoors Adventures in Nature, que trabaja con 100 niños a la semana en clubes extraescolares y con 60 alumnos en las escuelas, comenta que en el último año se ha registrado una “gran demanda”. “Es una combinación de los confinamientos y de que la gente se da cuenta de que estar al aire libre en realidad es muy bueno para la salud mental”.

Durante el primer confinamiento, organizaron clases gratuitas para los niños de la zona, y acaban de terminar un programa juvenil de un año de duración que incluye bushcraft, herrería y herbolaria. Mientras que algunas escuelas forestales se desarrollan en terrenos del National Trust o en bosques privados, como escuela forestal urbana, la de Sutcliffe es en espacios públicos, entre ellos una reserva natural y un parque junto al canal. Los beneficios para la salud mental y el bienestar son “palpables”, comenta.

Las escuelas están recurriendo a la modalidad forestal para enseñarles a los niños habilidades sociales, emocionales y físicas que se han oxidado durante el confinamiento, explica Vicki Stewart, directora de Brightwood Training, cerca de Swindon. Señala que también se recurre a la escuela forestal para satisfacer las necesidades de los niños, que han estado cambiando desde los años 90, pero que se han acelerado particularmente con la pandemia.

“Los niños se quedan dentro de casa utilizando la tecnología para hablar con sus amigos en lugar de salir al exterior, y cada vez dependen más de la tecnología; desde el Covid-19 eso ha ocurrido aún más”.

Enseña a los niños juegos en grupo tradicionales, como el escondite y las estatuas, porque no saben cómo jugarlos, en parte, dice, debido al Covid-19, pero también por el miedo a la seguridad de jugar al aire libre, y por la presión de tener un buen rendimiento académico.

Pero aunque las escuelas forestales alejan a los niños de la tecnología, ésta sigue “colándose” a través de su imaginación, señala Anna Bell, responsable de las escuelas forestales de Kent. “Cuando un niño ahora hace un campamento, no siempre, pero sí en muchas ocasiones, habrá una televisión de pantalla plana que es un trozo de madera, habrá un control remoto, habrá un Xbox o algo parecido”.

Los confinamientos fueron “una oportunidad para salir de la rutina” para las familias, comenta Lewis Ames, codirector de la escuela forestal Children of the Forest, con sede en Devon. Desde el inicio de la pandemia han observado un aumento de las solicitudes, con alrededor de 150 familias en su lista de espera para el grupo de niños pequeños, y 50-60 niños en la lista de espera para su escuela forestal para niños educados en casa.

“Esa pausa les dio a muchas familias tiempo para pensar y decir: ‘¿realmente está funcionando esto? ¿O solo estamos sobreviviendo y saliendo adelante?’”, comenta Ames. “Lo que hizo que muchas de las familias que comenzaron con nosotros dijeran ‘en realidad no, no está funcionando del todo’”.

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