Por qué los estadounidenses renuncian a su trabajo en cifras récord
Ilustración: Ulises Mendicutty/The Guardian

Josie, de 19 años, consiguió su primer empleo de “adulta” como trabajadora de apoyo informático el pasado mes de noviembre, apenas unos meses después de graduarse de la preparatoria. Aunque podía realizar su trabajo completamente a distancia, los responsables insistieron en que acudiera a la oficina, a pesar de la pandemia. Al principio, sus compañeros y jefes utilizaban cubrebocas, pero con frecuencia de forma incorrecta; cuando se levantó el mandato local de uso de cubrebocas, la gente dejó de usarlos por completo.

“Sinceramente fue aterrador”, recuerda Josie. Acababa de mudarse a su primer departamento con su pareja; ambos tienen condiciones de salud preexistentes que aumentan su vulnerabilidad a las enfermedades graves del Covid-19. Sin embargo, al ser la única persona que mantiene su hogar de dos personas, Josie se sentía resignada al riesgo diario en el trabajo.

“Fue como si me dispararan desde un cañón a la edad adulta”, dice.

En agosto, en medio del aumento de la variante Delta, finalmente renunció, convirtiéndose en uno de los 4.3 millones de trabajadores estadounidenses que dejaron voluntariamente su empleo tan solo durante ese mes. Fue un mes récord en cuanto a renuncias desde que el gobierno comenzó a realizar un registro de las rotaciones laborales mensuales hace más de dos décadas, según datos del departamento de trabajo publicados a mediados de octubre. Entre enero y agosto de este año, al menos 30 millones de estadounidenses renunciaron a sus empleos.

Ya sea que se le llame la “Gran Renuncia” o una “reevaluación del trabajo a nivel nacional”, la agitación del mercado laboral por la pandemia podría tener secuelas inesperadas en los años venideros. Esto podría ser particularmente cierto en el caso de los trabajadores que inician su carrera profesional, como Josie, que ahora han pasado una parte importante de su vida laboral bajo la presión del Covid-19.

Muchos de estos trabajadores comentan que sus experiencias laborales durante la pandemia los han llevado a reconocer sus verdaderas prioridades en la vida, y dejar un trabajo quizás es la declaración más audaz que pueden hacer de esas prioridades.

‘Me dio esta increíble sensación de libertad’

“Nunca imaginé que ocurriría así, pero aquí estoy”, dice Alex, una profesional de la mercadotecnia de 27 años que había trabajado en la misma empresa emergente de tecnología de consumidores con sede en Boston desde que se graduó de la universidad hasta principios de octubre, cuando renunció a la empresa por correo electrónico.

Antes de la pandemia, la cultura de la empresa era relajada. Pero el cambio al trabajo totalmente remoto en marzo de 2020 estuvo rápidamente seguido por un fuerte aumento de las ventas de productos. Con el tiempo, apareció una cultura de trabajo “siempre activo” como consecuencia, con compañeros que se comunicaban a todas horas. Cuando un compañero dejó la empresa, la carga de trabajo de Alex se duplicó sin que recibiera una remuneración adicional.

“Simplemente sentí que no podía dejar pasar las cosas, porque [la empresa era] realmente pequeña”, comenta. “El que alguien se fuera, parecía imposible”.

Alex pidió ayuda a sus compañeros de equipo, solo para descubrir que estaban tan agotados como ella. Pero como este era el único trabajo que había tenido, al principio no se dio cuenta de que la magnitud de su exceso de trabajo, y su sentido de obligación personal con la empresa, no eran necesariamente normales o saludables. Esto ocurrió hasta que habló con otras personas ajenas a la empresa.

Renunciar ha sido más que un alivio. “Me dio esta increíble sensación de libertad de que podía hacer lo que quisiera, y me aclaró mucho las cosas”, comenta Alex, hablando desde la casa de sus padres, cerca de Washington.

Tiene previsto pasar unos meses de descanso con su familia antes de encontrar un nuevo trabajo, posiblemente en una organización sin fines de lucro. También ha comenzado a reconsiderar sus planes, aplazados desde hace tiempo, de obtener un título de posgrado en administración pública, planes que eran fáciles de descuidar ante una carga de trabajo que no cesaba de acumularse.

Al igual que Alex, Cassie, de 28 años, también experimentó un agotamiento pandémico en su función como gestora de casos para una empresa de seguros de vida en el centro de Pensilvania. Con estudios de arte visual, Cassie se incorporó a la empresa en julio de 2019 después de pasar una temporada realizando trabajos de diseño gráfico como independiente. No era su trabajo soñado, pero la estabilidad fue un cambio agradable al principio.

Después, en la segunda mitad de 2020, su carga de trabajo se multiplicó aparentemente de la noche a la mañana. En poco tiempo, Cassie atendía más llamadas de trabajo de las que podía atender una sola persona. El trabajo se volvió tan absorbente que convirtió su estudio casero, originalmente creado para relajarse y hacer arte, en una oficina casera improvisada.

“[La pandemia] convirtió este espacio para pasar buenos momentos en períodos de trabajo, y finalmente en malos momentos”, recuerda Cassie.

Aunque sigue agradecida por haber podido trabajar desde casa en 2020, perder el tiempo y el espacio de una actividad creativa fue un golpe. Hace unas semanas, decidió dejar su trabajo definitivamente. Gracias a una pareja asalariada que vive con ella y a algunos ahorros personales, se siente afortunada de tener un “presupuesto” para vivir mientras explora el camino a seguir. Espera encontrar un trabajo que sea creativo y estable a la vez.
‘Mi vida es mi vida y mi trabajo es mi trabajo’

Para Lloren Zeigler, de 27 años, renunciar fue una forma de recuperar el control de su tiempo. Dejar su trabajo como directora de producción de televisión, el pasado diciembre, fue fácil. “Querían que trabajara durante las vacaciones y dije que por supuesto que no”, cuenta Zeigler.

Desde que dejó su puesto en la industria del entretenimiento hace casi un año, Zeigler, que vive en Los Ángeles, se ha dedicado a tiempo completo al pequeño negocio que inició en 2020 con su socia, Liz Sánchez. Ambas fabrican incienso que venden en reuniones locales de intercambio y mercados de pulgas bajo la marca Le Trois Apothecary. Puede que se convierta en un trabajo para siempre, pero Zeigler aprecia la oportunidad de alimentar su espíritu emprendedor.

Nancy, de 30 años, una profesional de las relaciones públicas que también vive en Los Ángeles, también renunció a su trabajo por los verdes horizontes del autoempleo. Trabajando a distancia durante la cuarentena, se dio cuenta de que no necesitaba depender de un jefe que la acechara para ser productiva y hacer un trabajo con el que pudiera sentirse bien. En octubre, dejó su puesto en una pequeña empresa de grabación después de solo tres meses, la segunda vez que renunciaba a un trabajo durante la pandemia.

“Mi trabajo no es mi vida”, dice Nancy. “Mi vida es mi vida y mi trabajo es mi trabajo. Estoy dispuesta a asumir la incertidumbre [del desempleo] simplemente para tener mi propio tiempo bajo control, y tener mi propia vida disponible para mí”.

Aunque Nancy sigue abierta a la posibilidad de otro puesto de tiempo completo, dice que un posible empleador tendría que respetar sus límites y confiar en ella para gestionar su propio horario. Por el momento, piensa dedicarse a proyectos de mercadotecnia musical como independiente y a la gestión de proyectos relacionados.

Josie, la joven de 19 años de Ohio, también protege sus límites personales en el entorno laboral. Desde que renunció, encontró un nuevo empleo realizando un trabajo similar en otra empresa.

Esta vez, sin embargo, el puesto es totalmente a distancia.

Aunque no está segura de cuál será su futuro, Josie dice que ahora conoce cuáles son sus derechos como trabajadora. Entre ellos, el derecho a renunciar a un trabajo sin remordimientos.

“Las empresas tampoco se preocupan por mí”, dice.

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