Adele: ’30’, regresa la voz que define el desamor
Niveles de éxito alucinantes… Adele. Foto: Simon Emmett

Existe cierta idea de que el sencillo más grande de 2021 –con 84.9 millones de streams en una semana en una sola plataforma, que llegó directo al número 1 en 25 países y recibió el mayor número de reproducciones en la primera semana en la radio estadounidense que cualquier otra canción en la historia– no fue tanto un regreso sino un acto de tranquilidad global. Puede que el mundo haya tambaleado recientemente entre una crisis inimaginable y otra, pero Easy on Me de Adele trajo consigo el mensaje de que al menos hay algo que no ha cambiado: Adele Adkins todavía tiene el corazón roto y lo canta sobre un piano suave y una orquestación de excelente gusto.

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Adele: portada del álbum ’30’. Foto: Simon Emmett/Columbia Records/PA

La desesperación romántica se convirtió en su marca global desde el momento en que detuvo su actuación en los Premios BRIT de 2011 con su desgarradora interpretación de Someone Like You. La catapultó desde la masa de cantantes con influencias soul que llenaban el vacío creado por la imposibilidad de Amy Winehouse de seguir con Back to Black, hasta niveles de éxito alucinantes. Siempre existe la posibilidad de que millones de personas puedan congregarse ante un álbum optimista de Adele que la represente llena de la alegría de la primavera, pero está claro que la última vez no se iba a arriesgar: a falta de una nueva infelicidad, 25, de 2015, retomó las mismas relaciones fallidas que inspiraron su predecesor 21, que batió el récord. No importa: vendió 22 millones de copias.

No existe dicho problema seis años después. El divorcio de Adele de su esposo es un tema que 30 abarca por completo. Las primeras palabras que se le escuchan cantar son “I’ll be taking flowers to the cemetery of my heart”; las últimas son “the feelings flood me to the heights of no compromise”. Entre ellas, hay temas llamados Cry Your Heart Out, Love Is a Game, To Be Loved y, fabulosamente, I Drink Wine, esta última, por desgracia, no está seguida de canciones como Escucharé I Will Survive 32 veces y Llamaré a mi BFF y pasaré toda la llamada sollozando incomprensiblemente. Aparecen grabaciones de audio verité en las que habla de su divorcio con su hijo pequeño de nueve años, “mamá ha estado teniendo muchos sentimientos grandes”, y llora durante “un mal día”; “me siento muy paranoica… me siento sola”. Se podría considerar esto último como una muestra de heridas sin restricciones, en consonancia con el grito primario de la época en que John Lennon clamaba por su madre fallecida, o bien como un artista que enfatiza su carácter cotidiano a pesar de su gran fama y riqueza, de su nueva imagen glamurosa y de su gran cantidad de amigos célebres. En cualquier caso, se trata de canciones profundamente incómodas de escuchar.

De hecho, el tema del divorcio es tan absorbente que cualquier oyente que no se incluya entre las millones de personas que se frotan las manos ante la perspectiva de una hora de nueva aflicción en la cual regodearse, podría desear que, de vez en cuando, Adele descansara de lo mucho que lo ha intentado y de lo mucho que ha llorado, sobre todo durante To Be Loved. Una cruda balada de piano que avanza al ritmo de un embotellamiento de 19 kilómetros, y que parece durar unas seis semanas, a pesar de una extraordinaria y rasposa voz en su clímax.


Pero el tema no es la única historia de 30. Easy on Me sugería que el álbum trataría exclusivamente de más de lo mismo musical y líricamente. Hay otros momentos como ese – Hold On, I Drink Wine al estilo Carole King, Woman Like Me dirigida por una guitarra acústica, pero también hay momentos en los que, al menos desde el punto de vista sonoro, Adele parece estar ampliando suavemente los límites de lo que la gente espera. Oh My God ofrece una versión más cruda del ritmo de las estrofas de Rolling in the Deep, enriquecida con muestras vocales aceleradas.

Strangers By Nature y All Night Parking tienen sus raíces en la balada previa al rock’n’roll, y de forma mucho más sutil y satisfactoria que gran parte del pop cliché de este siglo inspirado en el swing: la primera, reforzada por un coro desvanecido; la segunda, con muestras de los arpegios del fallecido pianista de jazz Erroll Garner.

También las incursiones del álbum en el soul de los 60, que se alejan de los clichés retro habituales. Adornada con cambios de tonalidad de gran dramatismo y cuerdas de Hollywood, el final de Love Is a Game resulta más cercano al soul elegante y sencillo de escuchar de Dionne Warwick que a un homenaje estándar a Motown. La brillante Cry Your Heart Out, por su parte, combina temas del northern soul, entre ellos un ritmo oscilante que, en términos de Wigan Casino, lo convierte en un floater más que en un stomper, con una resaca de reggae leve que parece aumentar gradualmente y consumir la pista a medida que avanza.

Producir un álbum que sea diferente de sus predecesores, sin ser lo suficientemente diferente como para asustar a alguien, no es una hazaña poco impresionante, especialmente dadas las circunstancias. Teniendo en cuenta sus cifras de ventas, no podríamos culpar a Adele por negarse a retocar una fórmula que claramente no falla. Pero lo hace, y es lo más destacado de 30.

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