El inconexo discurso de Putin sobre Ucrania deja a los diplomáticos occidentales en apuros
Vladimir Putin dijo que Ucrania era 'una parte inalienable de nuestra propia historia, cultura y espacio espiritual'. Foto: Anadolu Agency/Getty Images

El airado e impreciso resumen de una hora que Vladimir Putin ofreció sobre los fracasos de Ucrania en la noche del lunes, y que culminó con el compromiso de reconocer las repúblicas autoproclamadas de Donetsk y Luhansk, dejó a los diplomáticos occidentales rompiéndose la cabeza y preguntándose si habían sido despedidos.

El presidente ruso no solo dijo que reconocería el territorio controlado por Rusia en Ucrania, anulando ocho años de negociaciones sobre su futuro, sino que también señaló que Rusia no podría tolerar una Ucrania independiente en sus fronteras. Casi no mencionó a la OTAN. Su objetivo, en determinado momento, pareció ser los bolcheviques, por ceder tierras a los nacionalistas.

El discurso distó mucho del comunicado de la oficina de Emmanuel Macron, que 24 horas antes decía que los líderes franceses y rusos se habían “comprometido firmemente a llevar a cabo todas las acciones necesarias para evitar la escalada, reducir los riesgos y preservar la paz“.
Putin indicó que las repúblicas autoproclamadas necesitaban ser defendidas de la amenaza de “genocidio”, y que era necesario purgar algunas partes de Ucrania de la corrupción, de los grupos de extremistas y de la amenaza de que las armas nucleares apuntaran “solo en cuestión de tiempo” a Moscú.

“Ucrania es una parte inalienable de nuestra propia historia, cultura y espacio espiritual”, dijo Putin. “Son nuestros camaradas, los más apreciados, no solo colegas, amigos y personas con las que una vez servimos juntos, sino también parientes, personas unidas por sangre, por lazos familiares”.

Gran parte de lo que dijo fue un refrito de un artículo que escribió el verano pasado, pero está claro que esta es la ideología que ahora guía sus acciones y que debe ser considerada de forma literal y seria.

Atendiendo a la lógica del discurso de Putin, parece que solo es cuestión de tiempo que se produzca una invasión total contra Ucrania para reunificar a los dos pueblos. Rusia, observada desde este punto de vista, no puede afrontar el riesgo de un ataque desde el territorio ucraniano. El “régimen de títeres” tendrá que ser eliminado.

Sin embargo, incluso ahora, en este momento más sombrío, Occidente no quiere dar el paso final de romper todo contacto diplomático con el Kremlin. Los diplomáticos buscan con desesperación rastros de luz en la penumbra.

Una de las incertidumbres consiste en saber hasta dónde avanzarán las “fuerzas de mantenimiento de la paz rusas”. ¿Acaso Putin reconocerá la independencia de toda Luhansk y Donetsk, o solo el territorio que actualmente poseen los separatistas apoyados por Rusia? Lo primero significaría desplazar sus tanques a través de la línea de contacto, aumentando drásticamente la posibilidad de un conflicto completo. Lo segundo sigue siendo una violación del derecho internacional y rompe los acuerdos de Minsk, pero en cierto modo solo formaliza la presencia rusa existente en la zona.

Esta incertidumbre explica la razón por la que Occidente todavía no ha desencadenado toda la gran bazuca de sanciones. Se aplicarán sanciones coordinadas en Bruselas, Londres y Washington. Perseguirán a entidades y personas de las autoproclamadas repúblicas, así como a los allegados al régimen de Putin. Pero es poco probable que el paquete constituya la imposición de controles sobre las exportaciones y la disminución del financiamiento de Rusia en los mercados de capitales de Londres.

La discrepancia constituye un cambio de táctica, si no de estrategia. En una sesión informativa que se llevó a cabo el 25 de enero, los funcionarios del Departamento de Estado insistieron en que “el gradualismo del pasado queda descartado, y esta vez comenzaremos en la cima de la escalera de la escalada y nos mantendremos ahí. Nos hemos esforzado en señalar esta intención de forma muy clara”.

Boris Johnson comentó en Kiev la semana pasada que en cuanto una punta del pie rusa cruzara el territorio de Ucrania, se aplicarían las sanciones. Sin embargo, Putin no ha llegado al borde, de ahí la cautela.

Hace una semana, un funcionario de los servicios de inteligencia estadounidenses comparó la táctica de Occidente respecto al manejo de Putin con la manera de lidiar con un secuestrador que tiene rehenes en un edificio con trampas. El primer objetivo era mantener al secuestrador hablando. La esperanza era que un negociador profesional, o un miembro de la familia simpatizante, tal vez un miembro del ejército ruso, pudiera hablar con el muy nervioso secuestrador y hacerle comprender que, sean cuales sean sus quejas, esto no va a salir bien para él a largo plazo. Incluso ahora, Putin está jugando con los cerillos, pero todavía no ha explotado todo el edificio.

En todo caso, ahora perdió algo de influencia al quitarle a Ucrania la presión de ofrecer concesiones y dejar a su protector, China, inquieto en el Consejo de Seguridad de la ONU. También debilitó a los defensores de la diplomacia en Europa.

Macron defenderá sus esfuerzos para que Putin siga dialogando, aunque sea considerado un fracaso heroico. Pero su propuesta de una cumbre sobre la futura arquitectura de seguridad de Europa -que aún no ha sido rechazada por el Kremlin– parece estar condenada. Simplemente no se puede confiar en Putin.

Eso hace que Occidente se concentre en las consecuencias de una ruptura, es decir, en las sanciones, en el refuerzo del flanco oriental de la OTAN, en los preparativos para los refugiados y en encontrar formas de ayudar al ejército ucraniano para que el precio de la victoria de Putin sea tan alto que su popularidad nacional caiga en picada junto con el rublo.

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