‘Más extraño, más triste y más surrealista’: cómo la guerra en Ucrania transformó los desfiles de moda
Lo discreto funciona… modelos de (desde la izquierda) Louis Vuitton, Stella McCartney y Chanel en la semana de la moda de París. Foto compuesta: Guardian Design; Estrop/Getty Images; Rex/Shutterstock

Al final de la semana de la moda de Londres, el mes pasado, escribí sobre cómo esta temporada significaría el regreso del vestido de noche. Las personas como yo consideran que la moda es una especie de vara de adivinación del ánimo público que se avecina, así que creo que lo mejor es admitir que me equivoqué estrepitosamente.

Pocas horas después de que comenzara la semana de la moda de Milán, Rusia invadió Ucrania. Coco Chanel dijo en una ocasión que “la moda está relacionada con las ideas, con la forma de vivir, con lo que ocurre“. Es estupenda cuando el mundo sale de una pandemia y la vida vuelve a ser emocionante, y la moda puede fomentar sentimientos de esperanza y optimismo al vender deliciosos vestidos nuevos como si fueran consuelo para el alma. No es tan genial cuando estalla la guerra. ¿Servicio de sastrería militar? Yo paso, gracias. Sin embargo, es justo decir que los vestidos de noche tampoco han volado de los aparadores. Lo cual creó un ambiente extraño en la semana de la moda. Resulta difícil proponer el guardarropa de la próxima temporada como algo divertido en lo cual pensar cuando el futuro inmediato es tan aterrador.

Tras un lento comienzo, la industria de la moda se ha manifestado a favor de Ucrania. Desde Chanel y Hermès hasta Zara y H&M, la mayoría de las marcas cerraron sus tiendas y detuvieron sus operaciones en línea en Rusia. LVMH, empresa propietaria de Louis Vuitton y Dior, se comprometió a donar 5 millones de euros al Comité Internacional de la Cruz Roja, mientras que Kering, propietaria de Gucci y Alexander McQueen, prometió una donación “significativa” no revelada a la Agencia de la ONU para los Refugiados.

En su mayoría, el carácter de la Semana de la Moda de París fue sobrio y formal. Muchas de las colecciones ya estaban programadas para ser mostradas en pequeñas presentaciones, porque un desfile requiere meses de planificación y solo las marcas de lujo con mucho capital estaban en condiciones de asumir ese tipo de riesgo financiero en enero, cuando el mundo todavía se encontraba asustado por la variante ómicron. Paul Smith distribuyó tazas de té y sándwiches de queso mientras explicaba cómo las nuevas hombreras en forma de media luna que ha desarrollado para la sastrería femenina ofrecen una versión usable de la dramática sastrería oversize presente en las pasarelas de Milán. “Se trata de respetar la forma femenina“, dijo. Tras haber pasado 16 semanas de 2020 trabajando completamente solo en una oficina que suele albergar a cientos de personas –”simplemente intentando mantener el negocio en marcha, lo que no fue fácil, pero lo hicimos”–, disfruta la escala humana de las pasarelas presenciales de estos días. Ha estado trabajando con gabardina stretch para confeccionar trajes más cómodos –que es lo que todo el mundo ahora quiere– pero con una construcción que mantiene la línea elegante que se obtiene de la sastrería.

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‘Los pantalones de mezclilla holgados parecen ser la próxima tendencia del año 2000 que se volverá dominante’. Givenchy en la Semana de la Moda de París. Foto: Laurent VU/Sipa/Rex/Shutterstock

Dries van Noten alquiló una casa parisina de grandiosidad decadente, con una amplia escalera que crujía y un tapiz pintado a mano que se desprendía de las paredes, y la llenó de maniquíes de época, a los que vistió con delgadas faldas de estampado de cebra sobre botas con estampado de jirafa, o con abrigos acolchados con hombros redondos como halos. Lució una bufanda azul marino enrollada al cuello contra la frialdad de una casa desocupada desde hace medio siglo mientras le mostraba a su público, señalando con orgullo los detalles de la sastrería y las técnicas de bordado. La ropa era un tesoro, una pieza de coleccionista, aunque la esencia de los looks –faldas sobre botas, chamarras acolchadas– fueron tendencias discretas que se repitieron a lo largo de la semana.

La moda discreta podría ser el próximo gran acontecimiento. No discreta en el sentido de que se viste y se desconecta, sino discreta en el sentido de que no llama la atención. Tal vez esto ya se veía venir. Antes de que esta temporada de desfiles se viera superada por los acontecimientos mundiales, el bullicio giraba en torno al inminente regreso de Phoebe Philo, la diseñadora británica amada durante su etapa en Celine por su ropa, lo suficientemente extravagante para ser de culto y lo suficientemente sofisticada para ser chic. La probabilidad de que la propia marca de Philo reajustara los parámetros hacia algo de tonos fríos y sutiles estuvo en algún lugar al alcance de la visión de los diseñadores cuando elaboraron estas colecciones durante el invierno, incluso aunque el ánimo sobrio de ahora fuera imprevisible. El anunciado regreso de Philo no se ha materializado todavía; sospecho que está suspendido hasta que el mundo esté preparado para volver a preocuparse por estas cosas.

¿Qué aspecto tiene la moda discreta? Se trata de un blazer ligeramente demasiado grande sobre un top pequeño y vagamente revelador, que podría ser un top de sostén, pero también podría ser un chaleco de punto, o una camiseta con encaje.

El look de saco grande y blusa pequeña es una versión “pero a la moda” del saco simple sobre una camisa. La moda discreta es una bota alta con una falda, como mencioné antes, o una chamarra acolchada. Son jeans holgados, que parecen ser la próxima tendencia del año 2000 que se volverá dominante. Son los patrones a cuadros de cualquier tipo, y los mocasines con todo, porque el preppy es el nuevo streetwear. El color de la temporada es el más discreto de todos: el café.

“Esto se siente muy extraño, ¿no?”, dijo Stella McCartney, una de las diseñadoras que realizó un desfile propiamente dicho, entre bambalinas en el Centro Pompidou. “Hacer un desfile cuando estaba ocurriendo lo del Covid-19 se sintió bastante extraño, pero esto se siente incluso más extraño y más triste y más surrealista”. Aunque forma parte de mi trabajo, sentarme delante de una pasarela me resulta intensamente incómodo en estos momentos, de una manera en la que sentarme delante de mi laptop ahora no se siente así. Para muchos diseñadores que estaban organizando desfiles físicos, era la primera vez que lo hacían desde que comenzó la pandemia, y no les importaba, por esa razón, cancelar el evento, así que buscaron a tientas alguna forma de cruzar el abismo, de mantener la fe en el mundo real, con distintos grados de éxito. El ánimo del desfile va más allá de la ropa, y por eso muchos diseñadores modificaron sus bandas sonoras a última hora. La marca húngara Nanushka reprodujo el himno nacional ucraniano; Valentino presagió el desfile con una nota de voz de su director creativo, Pierpaolo Piccioli, diciendo que realizó su desfile –en el que el recinto estaba pintado de rosa intenso, un nuevo tono específico que se incorporará a la escala oficial de colores de Pantone– porque, dijo, la colección representaba el trabajo, y el amor.

Rick Owens, que tenía planeado tocar música del artista de electrónica Eprom, lo cambió por el adagietto de la Sinfonía n.º 5 de Mahler. Comentó que normalmente le parecería una elección demasiado sentimental, pero sintió que era “más adecuada para la sobriedad y la búsqueda de esperanza en nuestra situación actual”. Las chamarras acolchadas y excéntricas y las túnicas ceñidas con gorra, que de alguna manera eran tanto monásticas como un poco sadomasoquistas, eran profundamente extrañas pero muy hermosas. “En tiempos de angustia, la belleza puede ser una de las formas de mantener la fe”, dijo Owens.

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