The Guardian

Por qué Drive My Car debería ganar el Oscar a mejor película

El drama ligero pero profundo de Ryusuke Hamaguchi es el tipo de descubrimiento emocionante que supone el cine en lengua extranjera.

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Hace dos años, al aceptar el primer Oscar a mejor película en lengua extranjera, por Parásitos, Bong Joon-ho dijo: “Una vez que superen la barrera de una pulgada de altura de los subtítulos, conocerán muchas más películas increíbles”. Si Drive My Car, de Ryusuke Hamaguchi -indudablemente sorprendente- se convierte en la segunda ganadora del premio a mejor película en lengua extranjera, eso significa que los votantes del Oscar habrán superado múltiples barreras: no solo los propios subtítulos en inglés de la película, sino los diversos subtítulos en japonés, mandarín, coreano y lenguaje de señas coreano que su protagonista, el director de teatro viudo Yusuke, utiliza en sus producciones escénicas experimentales políglotas.

A lo largo de la temporada de premios de este año, Drive My Car logró salir de la categoría de lengua extranjera para entrar en el debate más importante, a pesar de su premonitoria duración de tres horas, de su tono decididamente moralista y de su ritmo pausado, que le permite prescindir de los créditos iniciales durante los primeros 40 minutos. Sin embargo, su alcance es el más amplio. No solo por su montaje políglota, sino por las obras canónicas que Yusuke protagoniza y pone en escena -Esperando a Godot y Tío Vania-, que muestran la aspiración de Hamaguchi a lo universal, y que tratan los temas más importantes: la sexualidad como fuerza creativa, el enigma de los demás, el duelo, la capacidad de la narración y la actuación para transmutar el trauma.

Ideas sobre la identidad y la actuación… Drive My Car (2021). Foto: Cortesía: Festival de Cannes

Tal vez el mayor logro de Drive My Car -donde hay espacio entre ella y otros fuertes nominados como El poder del perro y Belfastes la facilidad con la que logra todo esto. Yusuke no solo acaba de perder a su esposa, sino que descubre que ella tenía una aventura con el inexperto y atractivo actor Koji; una traición doble, amorosa y creativa. Retoma su trabajo dirigiendo Vania, intentando hacer que su multinacional elenco capte el significado interno de sus diálogos. De la misma manera que, llevado al trabajo en un Saab rojo por la taciturna Misaki y escuchando en el asiento trasero a su difunta esposa recitar las mismas líneas en un casete, Yusuke se ve arrastrado a abrirse sobre su pasado. Suena pesado, pero –los distintos ejes de la película discurren fluidamente en paralelo– la sensación es casi tranquilizadora. La interpretación de Hidetoshi Nishijima en el papel de Yusuke resulta casi cómica; el eterno pasajero, rígido y parpadeando de pasividad, evita que le remuerda la conciencia al negarse a asumir el papel del desilusionado Vania.

No es fácil alcanzar ese tipo de profundidad ligeramente desgastada. Yusuke ejercita a sus actores haciéndolos participar en lecturas que los adormecen, para que interioricen mejor el significado de las palabras. Al parecer, estos son los métodos del propio Hamaguchi. Y él, como director, hizo lo mismo para lograr un tono dulce en Drive My Car: trabajó a través de iteraciones más burdas de estas ideas sobre la identidad y la actuación, desde su proyecto de graduación de 2008, Passion, hasta Asako I y II de 2018. La victoria de Parásitos en 2020 no hizo más que confirmar un secreto a voces de los cinéfilos: La genialidad de Bong, de la que su película no es más que su culminación. Sin embargo, si Drive My Car ganara el premio a mejor película, supondría una verdadera sorpresa procedente de un autor emergente, que ejemplificaría toda la emoción del descubrimiento que supone el cine en lengua extranjera.

Casi al final de Drive My Car, comienzan a aparecer cubrebocas de forma discreta en las escenas. Al principio, pensé que la película había sido grabada AC (antes del Covid-19), y que eran una cuestión asiática. De hecho, Hamaguchi filmó una parte durante la pandemia y, dada su ausencia en otras partes, los cubrebocas parecen ser una referencia tácita. Y, de hecho, esta poderosa obra es la perfecta ganadora a mejor película post-pandémica, emergiendo de la introspección y el trauma con una serena comprensión. Supera las falsas dicotomías de Twitter sobre los éxitos de taquilla versus el cine de arte con un absoluto sentido de absorción en su propio propósito. En tiempos como estos, el arte es lo que mantiene el motor encendido.

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