Viola Davis sobre Hollywood: ‘O tienes que ser una versión afroamericana de un ideal blanco, o tienes que ser blanco’
Viola Davis. Foto: Mary Rozzi/The Guardian

Muchos de nosotros tuvimos pensamientos existenciales durante el confinamiento, y los aplacamos con nuevos pasatiempos. Hicimos rompecabezas de mil piezas. Tejimos a ganchillo y a punto. Aprendimos nuevas canciones con nuestras guitarras, horneamos con demasiado entusiasmo y nos conectamos con la flora. Para Viola Davis, que pasa el tiempo en su mansión de 5 millones de dólares en Toluca Lake, Los Ángeles, fue la escritura, aunque la naturaleza de la misma fue menos tranquilizadora que mirar fijamente el centro de una crisis existencial. ¿Quién soy? ¿Qué se supone que significa mi vida? Si no es esto –la victoria en los Oscar, la formidable estela de galardones, los lujosos baños y la alberca de agua salada–, ¿entonces qué es?

Perdí la cabeza durante la pandemia“, me dice Viola Davis desde su cuarto, vestida previo a la sesión fotográfica con una sudadera gris y un gorro de lana holgado. “Simplemente deambulé por esta casa como Mary Tyrone en Long Day’s Journey Into Night“. Se ríe de ello (tiene una risa profunda y una voz grave y poderosa heredada de su abuela), sin embargo, el libro de memorias resultante del tiempo que pasó escribiendo es cualquier cosa menos ligero. Tiene una historia que contar, una historia apasionante, emotiva, a veces escalofriante, con patetismo y dolor, triunfo y redención, que establece un nuevo punto de referencia para el confesionario de las celebridades. Finding Me es un libro apasionante, escrito con conocimiento narrativo y competencia estilística.

En cuestión de meses –interrumpidos por el rodaje de The First Lady, en la que interpreta a Michelle Obama, y The Woman King, un drama histórico ambientado en el Reino de Dahomey (actual sur de Benín), en África occidental, ambos proyectos de su compañía JuVee Productions– se enfrentó en las páginas al espectro de su infancia asolada por la pobreza y su posterior y espinoso ascenso a la cima, un lugar que resultó ser menos cómodo de lo imaginado.

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Viola Davis como Michelle Obama y O-T Fagbenle como Barack Obama en su nueva serie, The First Lady. Foto: Jackson Lee Davis/Showtime

Siempre que estás quieto, siempre que estás callado, siempre que dejas todo de lado, entonces todo en tu vida se enfoca por completo. Llega a ti como un martillo neumático“, dice sobre la gran pausa inducida por el Covid-19. Pero no fue únicamente la pandemia lo que la llevó a la pantalla vacía. La crisis ya estaba en proceso. “Creo que ha estado ocurriendo desde que mi estatus comenzó a subir”, comenta. “Cuando asciende por primera vez, no es más que emoción, no es más que la comprensión de que esto es la culminación de tu arduo trabajo, de tu talento. Simplemente sientes que Dios te ha bendecido, yo todavía lo siento”.

“Y después avanza: lo que nadie te dice sobre estar ‘en la cima’ son las pequeñeces de ello, lo que cuesta, la presión de ello, la responsabilidad y, finalmente, la desilusión. Sientes que encontraste algo que te encanta hacer y que lo lograste, que tu vida está resuelta… y entonces chocas, y es solo un nivel de vacío, de preguntarte qué significa tu vida, y entonces fracasas por completo. Tuve que regresar a la fuente y reconsiderar mi vida, reconsiderar mis historias, en cierto modo para catapultarme hacia algo que me permitiera encontrar mi hogar, encontrarme a mí misma. Me había perdido en todo ello”.

En 2016, con su victoria en los premios de la Academia por mejor actriz de reparto por su papel en Fences, basada en una obra de August Wilson, Viola Davis se convirtió en la primera afroamericana en lograr la triple corona de un Oscar, un Tony y un Emmy por interpretación (el Tony fue por un papel en Broadway en la obra de Wilson King Hedley II; el Emmy por el thriller legal televisivo How to Get Away With Murder). Es la mujer afroamericana más nominada en la historia de los premios de la Academia (recibió nominaciones por Ma Rainey’s Black Bottom, otra adaptación de Wilson, así como por The Help y Doubt) y ha sido clasificada entre el top 10 de la lista del periódico New York Times de los mejores actores del siglo XXI. Su ejecución de los papeles es a la vez exigente y magnánima, siempre astuta, y posee una inquietante honestidad que hace que cada personaje parezca profundamente conocido, tangible y dueño de sí mismo.

Es una artista humilde consumada, que considera que la fama y la gloria son secundarias con respecto al trabajo; es modesta en cuanto a sus trofeos, y desdeña los esfuerzos de su esposo actor desde hace casi 19 años, Julius Tennon, y de su hija adoptiva, Genesis, por salpicarlos por toda la casa. “Si fuera por mí, todos los premios estarían en el garaje“, comenta. “Quiero decir que no es mi estilo, es un poco excesivo. Escucha, no es que no haya visto el Oscar o lo que sea y haya pensado: vaya, es bastante impresionante. Estoy muy agradecida, pero, ya sabes, no puedes vivir ahí. En cuanto lo consigues, bajas del escenario, eres un ganador del Oscar, pero después es como, ¿y ahora qué? Y entonces tienes que pasar al siguiente trabajo, y empezar de nuevo con ese síndrome del impostor“.

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Davis viste abrigo, Haney. Aretes, Soko. Estilismo: Elizabeth Stewart. Peinado: Jamika Wilson. Maquillaje: Autumn Moultrie. Escenografía: Natalie Shriver. Foto: Mary Rozzi/The Guardian

Las memorias comienzan con una valiente niña de ocho años, Viola, un “desastre audaz” con calcetines rotos y zapatos demasiado grandes, que todos los días es perseguida desde la escuela hasta su casa por un grupo de chicos racistas que le lanzan piedras, ladrillos, ramas de árboles y piñas. Con el fin de ayudarla a defenderse, su madre, Mae Alice Davis, que trabajó como empleada doméstica y obrera en una fábrica y participó activamente en el movimiento por los derechos civiles, le da una brillante aguja de ganchillo azul para que los apuñale y le dice que camine, que no corra. Son la única familia afroamericana en la densamente poblada y manchada de drogas ciudad de Central Falls, Rhode Island, tras haberse reubicado ahí desde Carolina del Sur. Viven en un edificio en ruinas, con frecuencia sin agua caliente, gas ni electricidad, y las ratas son tan malas y descaradas que se comen las caras de las muñecas de Viola y saltan a su cama en la noche en busca de comida. Nunca entra en la cocina por culpa de ellas. Moja la cama hasta los 14 años; se limita a limpiarse con agua fría sin jabón, y ella y sus cuatro hermanas a menudo van a la escuela apestando.

Además, hay incendios –se convierten en “experimentadas escaladoras de escaleras de incendios”, y hay una ocasión en la que la madre de Viola Davis realiza un salto sobrehumano para rescatarla cuando tiene demasiado miedo de saltar–, no obstante, este edificio sin suficientes salidas de incendio sigue siendo su hogar durante otros dos años. “A nadie le importan las condiciones en las que viven los indeseados“, escribe Davis. “Son invisibles, un factor de culpabilidad que les permite a los más aventajados librarse de su miseria“.

Parte del legado de esa época es que Viola Davis se niega a conceder el deseo de su hija de tener una rata como mascota. De nuevo se ríe con su característico humor y afabilidad, y al mismo tiempo se muestra muy seria sobre el impacto que tuvo en su identidad el hecho de haber crecido, no solo pobre, sino “po”, un extremo más allá. “Tengo una comprensión de la pobreza que probablemente mucha gente no tiene, así que no la idealizo“, explica. “Sé lo que es la carencia, y lo más importante que me dio es la compasión.

Existe algo en el hecho de conocer el camino, y de tenerlo difícil, y de ser bautizada por el fuego, que te hace empezar a tener una verdadera conciencia de lo que significa para la gente que vive en la pobreza, y de lo difícil o imposible que es salir de ella. Me ha hecho ver la otra cara de la vida, en lugar de sentarme en una fiesta de cóctel y hablar de la pobreza de la misma manera, quiero decir, no sé, de la misma manera que hablarías de un cuadro de Picasso. Tengo un asiento en primera fila“.

Además de “bucear en los basureros”, los cupones de comida y el hambre persistente, había que lidiar con el alcoholismo y la violencia de su padre, lo cual convertía el hogar en una “zona de guerra“. Dan Davis era un peluquero de caballos de carreras, además de ser “bastante bueno” con la guitarra y la armónica. Davis escribe con cariño que iba a los establos con él, que protegía ferozmente a su familia y que le entusiasmaban los periodos festivos; era un gran aficionado al día de San Valentín y todos los años ponía un árbol de Navidad. Pero se sincera en sus memorias sobre las frecuentes golpizas que propinaba a sus hijas y, sobre todo, a su esposa. Viola y su hermana mayor, Deloris, escapaban del trauma de “nuestra madre siendo golpeada y gritando de dolor” actuando en juegos de rol de ser “ricas matronas blancas de Beverly Hills, con grandes joyas y pequeños chihuahuas”.

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Davis en el escenario de Intimate Apparel en 2001. Foto: Los Angeles Times/Getty Images

Su madre todavía lleva las cicatrices de los abusos, que podían consistir en ser apuñalada en la pierna o en el cuello con un lápiz, o en ser perseguida por el barrio ensangrentada y huyendo por su vida, dejando un rastro de sangre hasta la puerta principal de la casa. Viola Davis escribe: “A veces se le abría la cabeza o el brazo. Tenía la cara hinchada y el labio partido. Siempre tenía miedo cuando él agarraba algo como un pedazo de madera porque le pegaba tan fuerte como podía y seguía golpeándola. A veces toda la noche”.

Dan Davis murió de cáncer de páncreas en 2006, tras haberse ablandado posteriormente en su vida hasta convertirse en un esposo adorador y arrepentido, y en un protector de familiares con problemas, entre los que se encontraban compañeros adictos. Es la gran historia de redención en estas memorias, representado postrado en la cama en su cocina casi al final de su vida, pesando 86 libras y llamando a Mae Alice, pidiéndole perdón repetidamente, un estado de postración y sumisión del que Davis cree que no todo el mundo es capaz. “Lo reconozco mucho por eso”, dice. Ella misma perdona, al exponer a su padre como abusador y perpetrador, al tiempo que reconoce su encarcelamiento en un sistema de opresión racial y económica histórico que lo mutiló.

“Creo que en algún momento tuve que tomar una decisión, ver a mi padre como un simple demonio o monstruo, o verlo como un hombre, como un hombre que está luchando contra quién sabe qué tipo de secretos, qué tipo de abusos, qué tipo de traumas. Así es como lo resolvimos. ¿Quiero querer a mi padre y tener una relación con él, o no? Y yo elegí querer a mi padre. Y creo que él también nos eligió”. ¿Habría publicado su descripción en Finding Me si aún estuviera vivo? Responde decididamente que sí.

Viola Davis es igualmente sincera sobre la ubicuidad de los abusos sexuales en su hogar y en su vecindario mientras crecía, siendo ella y sus hermanas objeto de agresiones por parte de un pariente, así como de pervertidos y pedófilos aleatorios que acechaban en tiendas y casas ajenas. En el set de rodaje de How to Get Away With Murder, trabajó con su ídolo de toda la vida e inspiración original para querer ser actriz, Cicely Tyson, y la recuerda diciendo durante una discusión sobre los abusos sexuales: “Nos pasó a todas las mujeres, esa es nuestra maldición. Le pasó a mi madre. Le pasó a su madre“.

Una parte del propósito de Viola Davis al abordar este tema en sus memorias es contrarrestar cualquier tendencia a minimizar los abusos sexuales como cualquier cosa menos un crimen y, al exponer la verdad de lo que vio y experimentó, ofrecer a otras personas el permiso y el valor para hacer lo mismo. “Tengo 56 años”, comenta, “y la mayoría de las mujeres que he conocido en mi vida –y he conocido a muchas– han sufrido abusos sexuales. Se nota en su comportamiento, en las parejas que eligen, en la forma en que se comunican, en la forma en que se sostienen. Es casi como el secreto que se desangra lentamente, incluso cuando intentas contenerlo y le pones curitas.

“Los secretos son destructivos. Son un efecto secundario de la vergüenza y el trauma, y hacen muy felices al abusador y al opresor. Y de verdad, no quiero sonar egoísta o como alguien divino, pero siento que tengo un trabajo en este planeta, en esta vida, de hacer que las personas se sientan menos solas”.

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Vestido, Monique Lhuillier. Zapatos, Kat Maconie. Aretes que se ven en la imagen principal, We Dream In Color. Estilismo: Elizabeth Stewart. Foto: Mary Rozzi/The Guardian

A diferencia de muchas actrices, Viola Davis no ha sido presa de la cultura del abuso sexual en Hollywood que impulsó el movimiento #MeToo, pero no duda en señalar la realidad de la “privación” que caracteriza a la industria, de la cual se aprovechan los depredadores. Alrededor del 90% de los actores están desempleados, y solo el 2% gana lo suficiente para vivir. Como mujer afroamericana que se incorporó a la profesión en los años 90, sus posibilidades de éxito eran aún más escasas, y pronto se dio cuenta del doble agravio que suponen el racismo y el color, el escenario en el que para poder triunfar “o tienes que ser una versión femenina afroamericana de un ideal blanco, o tienes que ser blanca”.

Tras graduarse de Rhode Island College como licenciada en teatro, fue aceptada en la prestigiosa Escuela Juilliard, de la que es crítica por su aplastante blanco-centrismo, su deseo de crear el “perfecto actor blanco”, “algo carente de alegría pero impregnado de técnica”. “No existe una regla fija sobre cómo se debe interpretar un personaje“, me dice rotundamente. “Ese fue mi problema con Juilliard. Independientemente del personaje que interprete, no lo haré con la misma paleta que mis homólogos blancos, porque soy diferente. Mi voz es diferente. Quién soy es diferente. Era como, ‘Tu voz es demasiado profunda, eres demasiado dura. Así que tienes que ser ligera, pero tienes que ser ligera como una chica blanca de 90 libras, no puedes ser tu luz’.

“Creo que en ocasiones, todo lo que eres puede desmoronarse bajo el peso de las nociones eurocéntricas y blanco-céntristas. Alguien como yo no tiene ningún lugar al cual ir, ningún lugar. Tengo una nariz ancha, labios grandes, piel oscura… quiero decir, ¿a dónde puedo ir? Mírame, ¡bien podría atravesar las puertas de Juilliard y salir caminando!”.


Viola Davis tenía 42 años cuando consiguió el papel de la Sra. Miller en la adaptación cinematográfica de la obra de John Patrick Shanley titulada Doubt, junto a Meryl Streep y Philip Seymour Hoffman, una interpretación de ocho minutos que le supuso dos semanas de trabajo y que le otorgó su primera nominación al Oscar y marcó su paso del escenario a la pantalla y a Hollywood. Ya había recibido el premio Tony por King Hedley II, pero había tenido problemas con sus créditos en televisión y cine. Muchos de los personajes para los que encajaba eran madres drogadictas, y recuerda que nunca le daban los papeles “bonitos” o sexualizados, incluso cuando los productores eran afroamericanos. Interpretó a una “enorme lista” de “mejores amigas de las mujeres blancas”, junto con un montón de policías autoritarios y agentes del FBI. Los papeles protagonistas la siguieron esquivando incluso después de que la revista Time la nombrara una de las 100 personas más influyentes del mundo en 2012.

Su primer papel protagónico en televisión, en How to Get Away With Murder, llegó de la mano de la compañía productora afroamericana Shondaland, como la abogada defensora y profesora de derecho Annalise Keating, un papel liberador en el que por fin se le permitió interpretar el personaje de una mujer común y compleja. Aceptó el trabajo con la condición de que se le permitiera quitarse la peluca en la primera temporada, algo que consideró una forma de honrar a las mujeres afroamericanas “mostrando una imagen que no es aceptable para el opresor”.

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Estilismo: Elizabeth Stewart. Foto: Mary Rozzi/The Guardian

Es este enfoque en la historia humana, más allá de los estereotipos reductores, lo que Viola Davis cree marcará un verdadero progreso en la lucha por una mayor diversidad en la industria de la actuación. Deberíamos llegar a un punto “en el que el espectáculo sea únicamente el ser humano y el acontecimiento humano. No se trata de que tú seas una metáfora de un problema social mayor. No se trata de que vayas al cine y salgas diciendo: ‘¿Qué significó para ese hombre afroamericano estar en ese papel? ¿Qué crees que estaban diciendo en última instancia?‘ Creo que en cuanto nos alejemos del terreno metafórico y entremos en el terreno en el que las personas ponen su trasero en la butaca y su única inversión es seguirte a través de tu historia, es cuando verdaderamente habremos cambiado. No tienes que estar llorando sobre el cadáver de tu hijo que acaba de ser asesinado en un tiroteo desde un vehículo para que tus emociones sean valiosas”.

Y la materialización de esta utopía no se encuentra en las manos de los guardianes masculinos constantemente blancos que tienen la mayor parte del poder para llevar a cabo los proyectos, sino en las de artistas de color como ella, que están creando material para ellas mismas y para personas que se parecen a ellas, artistas como Issa Rae, Michaela Coel, Octavia Spencer, Taraji P Henson, Kerry Washington, Regina King y Gabrielle Union. “Ellas se están dando cuenta de que son dueñas. Se están dando cuenta de que son capaces y autónomas. Todas nosotras ahora estamos diciendo, ‘No, no vamos a esperar, vamos a ser el cambio que queremos ver’“.

Viola Davis y Tennon crearon JuVee Productions en 2011 exactamente por esta razón, para crear sus propios papeles y narrativas con el objetivo de ampliar la percepción pública de las vidas afroamericanas. Eso no quiere decir que cada papel no conlleve todavía su propia porción de ansiedad. Está “aterrada” por lo que pensará Michelle Obama de su interpretación de ella en The First Lady. Para prepararse, vio el documental Becoming al menos 22 veces y escuchó más de cien de sus podcasts (que adora), además de pasar tiempo con Obama y leer sus libros y los de su esposo. Lo que más le sorprendió en su investigación fue la simple cuestión del bienestar.

“Esto es lo que pasa con Michelle Obama, que es muy diferente de mí, diferente de mucha gente: ella es sana. Es un ser humano sano, porque creció en un entorno en el que siempre se sintió reconocida, siempre se sintió digna. Tal vez debido a que he estado con muchos artistas en mi vida, con mucha gente que ha sido traumatizada, incluida yo misma, resulta muy interesante retratar a alguien que, literalmente, está sano”.

Su papel favorito de todos, comenta, fue interpretar a la madre de James Brown en Get On Up, junto al fallecido Chadwick Boseman, cuyo último papel fue en Ma Rainey’s Black Bottom. “Disfruté mucho estar en Mississippi. Me encantaba Chadwick, adoraba a Chadwick. Fue algo increíble”.

A pesar de los obstáculos que ha puesto en su camino, Viola Davis describe la profesión actoral como “una fuente de curación”, que le permite tanto encontrarse como escapar de sí misma, junto con otros bálsamos a los que ha recurrido en su vida transformadora, como la terapia, los amigos, los maestros y los guías espirituales, una familia cariñosa y el tiempo en el jacuzzi con su esposo. Es, en última instancia, una superviviente, aunque rechaza intrínsecamente el uso estereotipado de esa palabra con respecto a las mujeres afroamericanas. Nos ha mostrado todo de sí misma, la baja autoestima, lo fastidioso de destarcarse, los fibromas y la alopecia, la sensación de nunca ser suficiente. Al encontrarse a sí misma, indica un camino, sostiene una luz, para los demás.

“Para romper las maldiciones generacionales, tienes que tomar conciencia tú mismo, asumir tu responsabilidad y compartir tus historias con la generación que viene detrás de ti”, dice desde su posición privilegiada en la cima del juego, donde recuerda en medio del ruido para saborear los momentos de tranquilidad. En la tranquilidad es donde se desarrolla lo que somos, y ella ya no huye. “Creo que esa es una de las razones por las que trabajamos tanto. Está motivado por el trauma, y está motivado por el hecho de que si dejamos de hacerlo, entonces de alguna manera no somos dignos. Eso no es cierto. Tú eres digno. Eras digno cuando naciste”. Diana Evans es autora de Ordinary People, The Wonder y 26a

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Traje, Wolk Morais. Joyas, GBGH. Estilismo: Elizabeth Stewart. Foto: Mary

Al asistir a Juilliard a finales de los 80, resultaba arduo escuchar y ver actuar a actores blancos invitados, a dramaturgos blancos que venían a dar pláticas, a proyectos blancos, a personajes blancos, a un enfoque europeo del trabajo, del habla, de la voz, del movimiento. Todos estaban orientados a moldear y dar forma a un actor blanco perfecto. El lenguaje tácito era que ellos establecían el estándar. Que ellos son mejores. Yo soy una actriz afroamericana de piel oscura y voz grave. No importa cuánto me adhiera a la formación, cuando salga al mundo seré percibida como una mujer afroamericana de piel oscura con una voz grave. Diablos, cuando saliera al mundo, me llamarían para trabajos basados en… mí. Tuve que hacer las paces con eso. Y admito que hay algunos dramaturgos clásicos para los que, de todos modos, ¡nunca quiero actuar!

Solo 30 estudiantes afroamericanos de un total de 856 en Juilliard estaban inscritos en todas las disciplinas: teatro, música y danza. Nos llamábamos el Black Caucus. Cada enero teníamos nuestra celebración de Martin Luther King, un espectáculo de variedades. Hasta el día de hoy, diría que es uno de los mejores trabajos que he visto por parte de artistas. Muy pocos miembros de la facultad asistían. Nos sentíamos castrados racial e individualmente por una filosofía construida sobre el olvido de nosotros mismos y el alumbramiento de alguien artísticamente aceptable. Juilliard me obligó a comprender el poder de mi negrura. Pasé gran parte de mi infancia defendiéndola, siendo ridiculizada por ella. Después, en la universidad, demostrando que era lo suficientemente buena. Me había compartimentado. En Juilliard, me sentí enojada.

Siempre me asignaban el discurso de apertura de la celebración de MLK. En la primera ceremonia en el Avery Fisher Hall, salí al escenario y conté una historia. Era la historia de un esclavo en el Caribe. Siempre estaba huyendo. Cada vez que lo hacía, lo encontraban y lo golpeaban. Al final, para detenerlo de una vez por todas, decidieron matar a otro esclavo. Pusieron el cuerpo del esclavo muerto en la espalda del esclavo fugitivo. Lo ataron con fuerza. Lo hicieron trabajar bajo el ardiente sol todo el día y toda la noche con el cadáver sobre su espalda. Lo hicieron dormir y comer con él en su espalda. El cuerpo comenzó a descomponerse. Este hombre grande y fuerte comenzó a perder su apetito. Su cuerpo se infectó por el cadáver y comenzó a consumirse y finalmente murió. Yo pregunté: “¿Cuántas personas afroamericanas de este público se sienten como si tuvieran un cuerpo atado a su espalda? ¿Cuántas intentan vivir y prosperar en una cultura que nos ha agobiado y está más interesada en nuestra muerte que en nuestra vida?

Hubo silencio. Estaba diciendo mi verdad. Era una verdad cargada del dolor de todo lo que me habían echado encima de forma consciente o inconsciente. De repente, como un elefante al que matan por su colmillo, me estaba defendiendo, luchando por mi espacio. Cada año, intentaba meterme en todos los proyectos y en todos los personajes. Creía que tenía que hacerlo. Corsés y enormes pelucas europeas que nunca se ajustaban a mis trenzas. Escuchar a los compañeros de clase decir “ooh” y “aah” sobre los hermosos trajes, e imaginar lo increíble que sería la vida en la década de 1780. Seguía queriendo gritarlo. “¡¡¡Mierda!!! ¡¡Soy diferente a ustedes!! ¡Si regresáramos a 1780, no podríamos existir en el mismo mundo! No soy blanca!” El objetivo absolutamente vergonzoso de esta formación era claro, hacer desaparecer cada aspecto de tu negrura. ¿Cómo diablos lo hago? Y más importante, ¡¡¡¿¿POR QUÉ??!! Ninguno de mis compañeros tenía que perfeccionar el dialecto jamaicano, sureño y urbano para ser considerado excelente. “¡¡¡Soy AFROAMERICANA!!! Soy morena con labios grandes y nariz y muslos anchos. ¡¡¡Soy Viola!!!”

Este es un extracto editado de Finding Me de Viola Davis, que será publicado el 26 de abril por Coronet al precio de 20 libras. Para apoyar a The Guardian y a The Observer, pide tu ejemplar en guardianbookshop.com. Pueden aplicarse gastos de envío. Viola Davis hablará de sus memorias en un evento virtual con FANE el domingo 1 de mayo.

The First Lady estará disponible en Estados Unidos en Showtime a partir del 17 de abril, y en el Reino Unido en Paramount+ este verano.

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