Sombría semana para el periodismo: cuatro reporteros asesinados en todo el mundo
Un grupo de personas participa en una vigilia a la luz de las velas ante un edificio de la ONU en Beirut, el sábado, para denunciar el asesinato de la reportera de Al Jazeera Shireen Abu Akleh en los territorios palestinos ocupados. Foto: Fadel Itani/NurPhoto/Rex/Shutterstock

Diez días antes de ser asesinada afuera de una tienda mexicana, Yesenia Mollinedo se dio cuenta de que dos misteriosos acosadores la seguían en una moto.

“Sabemos dónde vives, perra”, le advirtió uno de ellos a la periodista, directora de un medio de comunicación en internet llamado El Veraz, cuyo lema es “Periodismo con Humanidad”.

Durante más de un año, Mollinedo, de 45 años, intentó no hacer caso a lo que esperaba que fueran amenazas vacías destinadas a silenciar los reportajes que publicaba sobre la delincuencia en la ciudad costera de Cosoleacaque. Cambió repetidamente su número de teléfono en un intento de escapar de la intimidación. “No creo que me vaya a pasar nada”, insistió Mollinedo cuando sus familiares le preguntaron por su seguridad.

Sin embargo, a alrededor de la 13:15 horas del pasado lunes, sucedió. En el momento en que la periodista salía de la tienda con una colega principiante, los asesinos se abalanzaron, efectuando 16 disparos que acabarían con la vida de ambas mujeres.

“Yesenia no le debía nada a nadie”, dijo su hermano, un colega periodista llamado Ramiro Mollinedo, esta semana, mientras sus abrumados familiares la velaban y se preocupaban por su propia seguridad ahora que su hermana ya no estaba. “No sabemos contra quién nos enfrentamos”, admitió.

Mollinedo y Sheila Johana García fueron las primeras de las cuatro mujeres periodistas que perdieron la vida mientras cumplían con su deber la semana pasada, un espasmo de carnicería que conmocionó al mundo.

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La veterana periodista de Al–Jazeera TV Shireen Abu Aqleh durante uno de sus reportajes desde Jerusalén. Foto: Al Jazeera/AFP/Getty Images

Dos días después, la corresponsal de Al Jazeera Shireen Abu Akleh, observadora veterana del conflicto palestino–israelí, recibió un disparo en la cara mientras cubría una anticipada incursión militar israelí en la Cisjordania ocupada.

Al día siguiente, una periodista chilena de 29 años, Francisca Sandoval, murió tras recibir un disparo en la cabeza mientras realizaba la cobertura de las protestas del Primero de Mayo a principios de este mes.
“Francisca era la madre y la hija más maravillosa”, recordó Gabriel Cardozo, fotógrafo de Señal 3 de La Victoria, el canal en el que trabajaba Sandoval.

“Ella era una de esas personas que siempre estaba al pendiente de ti… ¿Cómo puedes expresar tu dolor por la pérdida de alguien con quien has pasado por tanto?”

La muerte de tantos periodistas en un periodo de tiempo tan corto ha provocado una protesta internacional y un examen de conciencia en las redacciones, desde la Ciudad de México hasta Doha.

“Todo lo que queríamos hacer era nuestro trabajo”, explicó Shatha Hanayshe, una periodista palestina que se encontraba junto a la respetada reportera de Al Jazeera cuando le dispararon mientras intentaba documentar la operación israelí en la ciudad de Yenín.

“Esto me acompañará el resto de mi vida”, añadió la periodista de 26 años, que aparece paralizada junto al cadáver de su colega en las escalofriantes imágenes que muestran las consecuencias de aquel tiroteo.

“No hay necesidad de atacarnos”.

Robert Mahoney, director ejecutivo del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ), indicó que cada uno de los tiroteos era particular y que se habían producido en circunstancias diferentes: “Sin embargo, existe un elemento común, y es que en 2022 hemos presenciado un auténtico aumento del número de periodistas asesinados”.

“Resulta muy difícil establecer una conexión directa entre cualquiera de estos asesinatos, salvo decir que se ha convertido –y se está convirtiendo, creo– más peligroso hacer periodismo independiente”, añadió Mahoney.

Parte del aumento del derramamiento de sangre es el resultado del estallido de la guerra en Ucrania, donde al menos siete periodistas han fallecido desde el inicio de la invasión de Vladimir Putin el 24 de febrero. También se cree que miles de civiles han perdido la vida.

El impresionante aumento de los asesinatos en México, donde según denuncian los activistas locales han sido asesinados once periodistas desde enero, en comparación con los siete del año pasado, también ha contribuido al aumento global. “Es la censura a través de las armas”, dijo Mahoney sobre la ola de asesinatos relacionados con el crimen organizado en el país latinoamericano, cuyo presidente, Andrés Manuel López Obrador, que ataca a los medios de comunicación, ha sido acusado de fomentar la violencia mediante su retórica populista.

“(Es) matar a las personas con el objetivo de enviar un mensaje… (y) provocar ese verdadero cáncer en el periodismo que es la autocensura: cuando los periodistas simplemente se detienen o acatan porque es demasiado peligroso hacer lo contrario”.

No obstante, los activistas señalan que los asesinatos solo son la expresión más dramática de un panorama cada vez más sombrío para la libertad de los medios de comunicación en un mundo cada vez más autoritario.

La ciudad china de Hong Kong –que hasta hace poco albergaba una enérgica escena periodística independiente– se transformó en pocos años desde que Beijing impuso una drástica ley de seguridad nacional. “Actualmente existe una sensación palpable de que la lucha por la democracia y la libertad de los medios de comunicación ha llegado a su fin”, advirtió la Federación Internacional de Periodistas sobre la represión ejercida por China a principios de este año, describiendo la forma en que muchos trabajadores de los medios de comunicación fueron encarcelados o huyeron de la excolonia en los últimos meses.

Los periodistas rusos se enfrentaron a restricciones incluso antes de la invasión de Ucrania de este año, mientras que los reporteros de los países de Medio Oriente y Asia Central –e incluso de democracias como la Hungría de Viktor Orbán y el Brasil de Jair Bolsonaro– se ven sometidos a una creciente presión por parte de los gobiernos que los consideran un factor irritante.

Mahoney indicó que a su grupo también le preocupaba el creciente hostigamiento e intimidación en internet contra los periodistas, sobre todo contra las periodistas, en todo el mundo. “Ya sea en Filipinas o en la India, cada vez es mayor el número de periodistas que son atacados en internet y estos ataques en internet en ocasiones pueden ser un presagio de un ataque físico”, advirtió, instando a las empresas de redes sociales a que tomen medidas.

La presidenta del CPJ, Jodie Ginsberg, explicó que la cobertura de las protestas –como en la que perdió la vida Francisca Sandoval en Chile– también se ha convertido en algo cada vez más peligroso para los periodistas.

“Ya no matan a los periodistas en el fuego cruzado: cada vez con más frecuencia los atacan”, añadió Ginsberg. “En el caso de Shireen Abu Akleh, testigos presenciales indican que las fuerzas israelíes le dispararon y la mataron mientras informaba y estaba claramente identificada como ‘prensa’, y esto se suma a un patrón preocupante de las fuerzas israelíes que atacan a los periodistas palestinos”.

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Un familiar de la videoperiodista asesinada Sheila Johana García Olivera muestra su foto en un celular en Minatitlán, estado de Veracruz, México, la semana pasada. Foto: Félix Márquez/AP

Los primeros indicios del peligro al que se enfrentaba Mollinedo en México comenzaron a aparecer hace aproximadamente 18 meses, cuando su cobertura sobre el crimen comenzó a atraer un creciente número de amenazas. “Quita el maldito artículo o te vamos a joder”, le advirtieron, según explicó su hermano, que dijo que la periodista eliminó una serie de artículos para evitar problemas.

La identidad de los asesinos de Mollinedo es un misterio, y es probable que así siga siendo. Los activistas señalan que más de 150 periodistas mexicanos han sido asesinados desde principios de siglo, y que más del 90% de los casos quedan sin resolver e impunes.

Valério Luiz Filho, un abogado brasileño cuyo padre periodista fue asesinado hace casi diez años cuando salió de la emisora de radio en la que trabajaba, comentó que para que algo cambiara era necesario responsabilizar a los influyentes autores de estos crímenes.

Diez años después de que encontrara el cuerpo sin vida de su padre en un automóvil acribillado en la ciudad de Goiânia, los cinco presuntos asesinos –entre los que figura una poderosa figura local– todavía no han sido sentenciados ni encarcelados.

“La justicia significa demostrarles a estas personas que lo que se llevaron tiene valor. Significa hacerlos comprender el valor de lo que exterminaron”, dijo Luiz.

“Tiene que haber justicia en estos casos, ya sea en Chile o en México o en cualquier otro lugar… (para que la gente entienda) que los periodistas a los que les robaron la vida son valiosos y que su trabajo también es valioso”.

“Solo la justicia enviará este tipo de mensaje”, comentó Luiz, mientras miles de dolientes despedían a Shireen Abu Aklen a más de 10 mil kilómetros de distancia, en Jerusalén.

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