Político, provocador y absurdo: por qué Cannes es una ‘catedral del cine’
Conoce la Côte... la alfombra roja del festival de cine de Cannes. Foto: Andreas Rentz/Getty

The Truman Show es una película de Hollywood de los años 90 sobre un hombre que vive en una burbuja, aislado del mundo. Interpretado por Jim Carrey, Truman Burbank –rodeado de actores, con cada uno de sus movimientos perseguidos por las cámaras– mira fijamente un escenario y cree que es real. En la escena final de la película, sube las escaleras, encuentra una puerta y se prepara para escapar de su jaula de oro.

Esa imagen clave –el ascenso de Truman delante de un cielo pintado– ahora es el cartel oficial del festival de cine de Cannes, que aparecerá en los programas, estará pegado en los escaparates con Blu-Tack y estará colocado como una divinidad en el Palais de concreto. Y aunque deberíamos ser cautelosos al juzgar un evento por su portada, la elección de la imagen parece acertada.

Los organizadores la eligieron, explican, porque “representa una celebración poética de la búsqueda de la expresión y la libertad”. Otros pueden interpretarla como un comentario autocomplaciente sobre el festival en su conjunto.

Esa es la eterna pregunta sobre Cannes, ese patio de recreo de los millonarios en la Costa Azul. ¿Es la burbuja o la puerta, la enfermedad o la cura? ¿Una respuesta creativa a los infortunios del mundo o un medio para lavar sus peores excesos? Nadie está seguro. El jurado siempre está en desacuerdo. Cannes prospera en las fricciones, en las contradicciones; eso es parte de su atractivo. Sin embargo, si jalamos el elástico con demasiada fuerza, tarde o temprano se rompe.

Este año marca la 75ª edición del festival, una especie de cumpleaños. Brinda la excusa perfecta para recorrer el pasado del evento, celebrando su historia como sede de la provocación, un semillero de la Nouvelle Vague, el Nuevo Hollywood, la buena onda del cine latinoamericano. No obstante, también es una oportunidad para reajustar la brújula, para trazar el futuro. Juzgada a primera vista, la programación de este año es estupenda. Hay nuevas películas de David Cronenberg, Claire Denis, George Miller, Kelly Reichardt; un inteligente equilibrio entre las delicias del cine de arte y la sabrosa comida chatarra cinematográfica (Top Gun: Maverick; el biopic de Elvis de Baz Luhrmann). Todo esto es casi suficiente para distraer la atención de los problemas que se acumulan a nuestro alrededor. Los problemas de la industria. La pandemia. Ucrania.

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Sí, él en Cannes… Tom Cruise en Top Gun: Maverick. Foto: Paramount/Paramount Pictures/Scott Garfield/Allstar

Ya es un buen año para el productor británico Mike Goodridge, que cuenta con dos películas en la competencia principal. Triángulo de la tristeza es la nueva comedia de Ruben Östlund, que ganó la Palma de Oro de 2017 por su sátira del mundo del arte The Square. Tchaikovsky’s Wife es un drama de época del director ruso opositor Kirill Serebrennikov. El festival de Cannes prohibió las delegaciones oficiales rusas este año, no obstante, los artistas individuales (la mayoría de ellos en desacuerdo con el régimen de Putin) siempre son bienvenidos. El productor considera que eso es justo. Serebrennikov, explica, acaba de pasar varios años bajo arresto domiciliario: “Él es la última persona que debería recibir un boicot cultural”.

Goodridge acudió por primera vez al festival de Cannes en 1991. Ha sido periodista, agente de ventas y director del festival. Así pues, ha abordado el evento desde casi todos los ángulos y ha aceptado en gran medida sus evidentes contradicciones. Cannes, opina, aún es el festival de cine más emocionante del mundo. Además, quizá sea el último gran defensor del cine en sí mismo, obstinadamente apegado al viejo modelo de negocio de las salas de cine y obligando a los contenidos de Netflix hechos para la televisión a ser proyectados en Venecia en su lugar. “Cannes se dedica a proteger el sagrado arte del cine”, señala. “Y el Palais de Cannes, además de ser un lugar de descubrimiento, es la catedral definitiva del cine. Te cambia la vida. Cambia la forma en que ves el mundo”.

Inevitablemente, también existe un lado negativo. “El peor aspecto de Cannes, supongo, es su naturaleza exclusiva. Es elitista. Es snob. Y sí, es lento para cambiar. El proceso de selección no es perfecto. Es necesario que haya más gente nueva, simplemente para mezclar las cosas. Uno se cansa de ver las mismas caras de siempre en la competencia principal”.

De nuevo regresamos a esas fricciones de Cannes. Por cada acción, hay una reacción. Por cada momento alto, un momento bajo aplastante. Llevo años asistiendo al festival y todavía no puedo precisarlo. Al mismo tiempo, es radical y cerrado, serio y tonto, horriblemente jerárquico y ligeramente democrático.

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El triángulo de la tristeza de Ruben Östlund. Foto: ©Plattform–Produktion

O por decirlo de otro modo, Cannes es el Walt Whitman de los festivales de cine. Alberga multitudes. Se contradice a sí mismo. Fuera del Palais, el impenetrable rompecabezas del cine de arte es objeto del mismo tratamiento de alfombra roja que la superproducción de Hollywood de alto perfil. Dentro, la intelectual competencia principal se ve contrarrestada por un mercado cinematográfico populacho, que vende thrillers eróticos asiáticos con confusos textos en inglés (“En un pequeño departamento, ella era casi como una vieja diosa para él”). Durante la noche, en el puerto, los yates de los oligarcas se convierten en escenarios de fiestas cinematográficas. Los fiesteros levantan sus copas de champán en masa para brindar por el último grito social–realista proveniente de Bucarest o Tombuctú.

Innegablemente, solía ser más alborotado, un circo más evidente. Extraño el tránsito de personas que recorría la Croisette antes de que se reforzara la seguridad. Los estudiantes de cine advenedizos gritando en los altavoces; el vendedor de periódicos gritando ” Libération!” en las escaleras. En los últimos años, Cannes se ha convertido en un festival preocupado por la seguridad, casi enclaustrado. Pero, ¿eso la convierte en una burbuja más acentuada que antes?

El cineasta Mark Cousins discrepa con vehemencia. “No tengo tiempo para este debate”, responde. En primer lugar, explica Cousins, la afinidad natural de Cannes siempre se ha centrado en los innovadores, los no favoritos, el tipo de artistas que normalmente quedarían excluidos.

En segundo lugar, es crucial que siga siendo un festival físico, “un momento en el moshpit”, una conexión vital con el mundo fuera de internet. “Lo que antes llamábamos vida”, comenta.
Goodridge compara el festival de Cannes con una catedral. Cousins, por su parte, recurre a los símiles náuticos. El festival, me cuenta, es como un rompeolas contra la erosión, o un faro en la tormenta, “maltratado pero vigilante”, que dirige su haz de luz hacia los cuatro puntos cardinales del planeta. Se trata de una afirmación audaz sobre un evento que en alguna ocasión organizó un truco que involucró a Jerry Seinfeld con un disfraz de abeja en una tirolesa, pero es posible que tenga razón. Porque si existe un Cannes de la comedia y un Cannes de las celebridades, cabe deducir que puede existir un Cannes de los principios básicos, algo a que aferrarse cuando todo lo demás se esfuma. Además, resulta reconfortante pensar que el festival de Cannes es el faro, honesto e inflexible. Mejor eso que considerarlo como la propia tormenta.

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Austin Butler en Elvis, dirigida por Baz Luhrmann. Foto: Warner Bros/Allstar

Cuando las personas hablan del apogeo radical del festival de Cannes, invariablemente mencionan los fuegos artificiales insurrectos de mayo de 1968, cuando Godard y Truffaut irrumpieron en la sala principal y provocaron la paralización repentina del evento. Sin embargo, las raíces políticas de Cannes son mucho más profundas. Este es el 75º festival, aunque por derecho debería ser más antiguo. Fue concebido explícitamente como un carnaval de resistencia, una réplica contra el evento fascista de Venecia, que hizo de Joseph Goebbels su invitado de honor y concedió la “Copa Mussolini” a una película de Leni Riefenstahl. La inauguración del festival de Cannes estaba programada para el 1 de septiembre de 1939. Cuando los tanques de Hitler entraron en Polonia, el festival fue cancelado a las pocas horas.

En ocasiones pienso que los campeones de Cannes podrían sacar más provecho de esta génesis. Es como el origen de un superhéroe: un llamado a las armas, un levantamiento. La política está en el ADN de Cannes. La escritora francesa Agnès Poirier argumenta que su historia es fundamental. “Más que cualquier otro festival, nunca ha tenido miedo de tomar una postura sobre el mundo”, señala.

El festival de Cannes fue creado a partir de un espíritu de inclusión, tolerancia y empatía con otras culturas. Por esta razón, le gustan los artistas provocadores que nos perturban (Hitchcock, Gaspar Noé, Lars von Trier). Es la razón por la que ama a los artistas disidentes que sacan a la luz las injusticias. La película Donbass, de Sergei Loznitsa, alertó sobre la creciente crisis en el este de Ucrania. Loveless, de Andrey Zvyagintsev, advirtió sobre el creciente deterioro moral de la clase media moscovita. Cannes juega con ambos bandos, pero se involucra con el mundo. Los photocalls y las catástrofes de la moda garantizan la notoriedad del festival. Pero esas frivolidades escenificadas venden sus productos por doquier.

“En fin, es interesante que digas que es frívolo”, dice Poirier. “Esa probablemente sea una perspectiva británica. En Francia, Cannes nunca ha sido considerado frívolo. Para nosotros es muy serio. Es nuestra clase política. Es nuestra universidad de geopolítica. Es el lugar al que acudimos para conocer las partes del mundo que nunca hemos visitado”.

Durante 12 días de este mes, los fieles seguidores del festival de Cannes se reunirán en las afueras del Palais. Disfrutarán bajo la imagen gigante de Truman Burbank subiendo frente al cielo pintado, siempre en busca de su ruta de salida. Una vez cruzadas las puertas, esos invitados tienen rienda suelta al programa; el único límite es el tiempo. Quizás vean una obra maestra. Quizás vean un pavo. Quizás sean trasladados a São Paulo, Harare o Mascate. Quizás sean testigos de algo que cambie la forma en que ven el mundo. Claro, Cannes es una burbuja. Pero las películas: esas son las puertas.

La 75ª edición del festival de cine de Cannes se lleva a cabo del 17 al 28 de mayo.

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