Pocos parlamentarios creen que Boris Johnson permanezca en el cargo
Un manifestante frente a la Cámara de los Comunes el miércoles, mientras continúa la ola de renuncias. Foto: Matt Dunham/AP

Los aliados de Boris Johnson esperaban que el momento de mayor peligro hubiera pasado la noche del martes, después de que las sorprendentes renuncias de Sajid Javid y Rishi Sunak estuvieran seguidas –aunque tras una larga pausa– por las promesas de apoyo por parte del resto de su gabinete.

Elegidos por el primer ministro por su lealtad, la mayoría decidió permanecer en su puesto en lugar de marcharse a los escaños traseros.

Sin embargo, a última hora de esa tarde, se hizo evidente que la salida de las dos grandes figuras del gabinete no era más que el comienzo de un extenso colapso del apoyo a su liderazgo.

La presión llega tanto desde arriba como desde abajo del partido, con una ola de renuncias de ministros y, al mismo tiempo, un número cada vez mayor de diputados sin cargo anteriormente leales que manifiestan que han cambiado de opinión y que ya no pueden apoyarlo.

Este grupo incluye a los expartidarios Jonathan Gullis y Lee Anderson, a quienes anteriormente se les podía encontrar ofreciendo un clamoroso apoyo a Johnson desde los escaños conservadores en las sesiones de preguntas del primer ministro (PMQs).

Aún se desconoce el mecanismo exacto de la salida de Johnson. La ejecutiva del Comité 1922 podría cambiar las reglas para permitir una inminente moción de no confianza en los próximos días, o incluso decidir enviar una delegación al número 10 de Downing Street para decirle que se vaya, por el bien de su partido.

Otra posibilidad es que un ministro del gabinete asuma el papel de decirle a Johnson que se ha terminado su tiempo. El vocero de Michael Gove no negó que el secretario de vivienda lo hubiera hecho en la mañana del miércoles, exhortando al primer ministro a renunciar.

O la ola de renuncias simplemente podría resultar abrumadora, sobre todo si se combina con el flujo de cartas de no confianza, ambas circunstancias destacan el hecho de que el apoyo ofrecido a Johnson está disminuyendo.

Incluso el hecho de cubrir las vacantes originadas en las últimas horas, incluyendo puestos clave como el de ministro de Economía, parece una tarea difícil, dado el número de diputados sin cargo que ya han renunciado o que han declarado públicamente que ya no confían en Johnson.

Los diputados sin cargo con rostro sombrío que se encontraban sentados detrás del primer ministro en la sesión de preguntas y respuestas no parecían ser reclutas entusiastas.

Boris Johnson afirmó heroicamente que Keir Starmer lo quería sacar del puesto porque le haría ganar a los tories las próximas elecciones generales; no obstante, las elecciones parciales en Tiverton y Honiton y Wakefield sugieren todo lo contrario. Tanto en el “muro rojo” como en el corazón rural de los conservadores, el primer ministro se ha convertido en algo electoralmente tóxico.

El objetivo de Johnson de superar la situación y “seguir con el trabajo”, no se vio favorecido por el hecho de que su gestión del escándalo de Chris Pincher sigue provocando la furia de los parlamentarios conservadores.

El diputado sin cargo Gary Sambrook formuló una pregunta muy contundente en la sesión de preguntas y respuestas, afirmando que Johnson sugirió a los parlamentarios, mientras recorría el salón de té de la Cámara de los Comunes el martes, que la víctima de Pincher estaba borracha.

Johnson no aprovechó la oportunidad para negar que hubiera dicho tal cosa; tampoco lo hizo su secretario de prensa cuando los periodistas le preguntaron al respecto posteriormente.

El primer ministro también aseguró que había suspendido las funciones de Pincher inmediatamente después de conocer las acusaciones, lo que constituye una falsedad absoluta, dado que Downing Street tardó casi todo el viernes en hacerlo, a pesar de que Pincher había renunciado en la noche del jueves.

Mientras tanto, continuó el flujo constante de renuncias y declaraciones de desconfianza, con los diputados conservadores encontrando formas cada vez más creativas de explicar las razones por las que, tras haber apoyado a Johnson hasta esta semana, no podían seguir haciéndolo.

Alec Shelbrooke explicó que hasta ahora había creído que la guerra de Ucrania hizo que fuera importante tener un liderazgo estable; Victoria Atkins comentó que ya no podía “dar rodeos en torno a nuestros valores fracturados”.

No obstante, independientemente del plazo exacto, y de quién sea el que finalmente empuñe el cuchillo, fue difícil encontrar a alguien en Westminster el miércoles que no creyera que el caótico mandato como primer ministro de Johnson está llegando a un vergonzoso final.

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