‘La vagina se autolimpia’, ¿por qué las empresas presionan con productos higiénicos a las mujeres afroamericanas en EU?
Los tabúes sociales en torno a la salud vaginal implican que los riesgos de los productos de higiene vaginal son poco discutidos. Foto compuesta: The Guardian/Getty Images

Como alguien que sufre de urticaria crónica y tiene una afección provocada por las hormonas, he estado en una misión para eliminar los productos químicos de riesgo de mi régimen de higiene. Eliminar los productos químicos tóxicos de mi rutina de belleza y cabello fue bastante sencillo, ya que los productos de “belleza limpia” abundan en el pasillo de maquillaje en estos días. No obstante, hace poco comencé a evaluar otra categoría de productos que me dejó con más preguntas que respuestas: el llamado mundo de la “higiene femenina”.

Esta amplia variedad de productos orientados a las mujeres incluye desde productos menstruales, como toallas femeninas y tampones, hasta productos cosméticos diseñados para reducir los olores vaginales, como toallitas perfumadas, talcos y duchas vaginales. Esta última categoría todavía se puede encontrar en los estantes de las farmacias, a pesar de que los investigadores han documentado efectos adversos para la salud derivados del uso de productos de limpieza vaginal desde la década de 1980.

En concreto, se ha hablado mucho sobre los riesgos para la salud que conllevan las duchas vaginales. Sin embargo, un número cada vez mayor de investigaciones ha comenzado a analizar los efectos de las toallitas y los jabones vaginales, que, a diferencia de las duchas vaginales, están diseñados para limpiar el exterior de la vulva en lugar del interior de la propia vagina.

La principal preocupación respecto a los productos de limpieza vaginal es la forma en que afectan a la microbiota de la vagina. “La vagina es un horno que se autolimpia con su propio nivel de pH. Cuando empezamos a añadir jabones antibacteriales, se matan las bacterias que crean el ecosistema de la vagina y controlan la acidez”, explicó la doctora Jacqueline Walters a la revista Essence en 2020.

Al crecer, nadie en mi casa usaba desodorantes vaginales, pero una vez que fui consciente de ellos, parecía que se encontraban en todas partes. En la universidad, no era inusual ver toallitas vaginales junto a los productos menstruales gratuitos que se ofrecían en el campus, y recuerdo el revuelo inicial que hubo en torno a The Honey Pot, una nueva empresa de cuidado íntimo, cuando fue lanzado en 2014 con algo que no había visto antes.

Beatrice Dixon, una mujer afroamericana y fundadora de la empresa, ha hablado abiertamente sobre el uso de ingredientes naturales para tratar su caso de vaginosis bacteriana, lo que la inspiró a ofrecer productos de higiene de origen vegetal a las masas.

La marca de The Honey Pot está llena de imágenes diversas de personas afroamericanas, trans y queer que usan felizmente sus jabones y toallitas vaginales.

The Honey Pot aclara que no aboga por las duchas vaginales, pero sin duda fomenta la “limpieza” como parte del bienestar vaginal. Aquí había una empresaria afroamericana que prometía productos de limpieza “derivados de plantas” que equilibran el pH vaginal y “minimizan el olor”. Nunca pensé que necesitara usar esos productos, sin embargo, la mercadotecnia de The Honey Pot los hacía parecer aditivos para mi autocuidado, no dañinos. Me costó conciliar los mensajes de mi propia investigación en internet y la orientación de mi obstetra-ginecólogo, que me desaconsejó el uso de productos de limpieza vaginal, mientras estudiaba esta nueva ola de productos aparentemente diseñados para personas como yo. Pensé que, si las toallitas, los talcos y los productos de limpieza vaginal son realmente tan malos, ¿por qué no hay más personas –especialmente las mujeres de mi vida– que hablen de ello?

“Los productos de limpieza vaginal y los riesgos asociados han recibido muy poca atención a lo largo de los años, y esto está muy relacionado con los tabúes sociales que existen a la hora de hablar de la salud vaginal”, explica Alex Scranton, directora de ciencia e investigación de la organización ecologista Women’s Voices for the Earth. Es posible que este tabú sea un fenómeno mundial; un estudio realizado en 2006 entre mujeres de 13 países reveló que menos de la mitad se sentía cómoda hablando con los profesionales médicos sobre cuestiones de salud vaginal.

No obstante, estos tabúes pueden suponer aún más peso y más riesgo para las mujeres afroamericanas. En Estados Unidos, aproximadamente una de cada cinco mujeres de entre 15 y 44 años se hace duchas vaginales. Un estudio de 2015 descubrió que un índice más alto de mujeres afroamericanas –casi el 40%– reportó que se hacían duchas vaginales, en comparación con las mujeres blancas y mexicano-americanas. El mismo estudio descubrió que las mujeres afroamericanas tenían niveles 48% más altos de un metabolito de dietil ftalato (DEP) –una sustancia química tóxica que altera el sistema endocrino y que se utiliza para prolongar la vida de las fragancias en los productos– en su orina, en comparación con las mujeres blancas. Los investigadores concluyeron que las duchas vaginales pueden ser una fuente de exposición al DEP para las mujeres.

Según Scranton, las sustancias químicas que alteran el sistema endocrino que se encuentran en los productos de limpieza vaginal deberían hacer reflexionar a los consumidores. Una meta-revisión de varios estudios realizados en 2002 encontró una relación positiva entre las duchas vaginales y ciertos tipos de cáncer. Otro estudio de 2022 sugiere que la elevada exposición a los ftalatos (un aditivo de las fragancias) y a los fenoles (un tipo de sustancias químicas antibacteriales) en las toallitas vaginales está asociada a una serie de problemas de embarazo y fertilidad, entre ellos el síndrome de ovario poliquístico. Un estudio nacional transversal sobre mujeres en Canadá publicado en 2018, que analizó las rutinas de higiene vaginal, descubrió que las participantes que informaron que usaban toallitas femeninas tenían casi el doble de probabilidades de reportar un diagnóstico previo de infección del tracto urinario que las que no habían usado toallitas. Aquellas que informaron que usaban jabones o geles femeninos tenían probabilidades 2.5 veces más altas de reportar una infección del tracto urinario anterior, y 3.5 veces más altas de reportar un diagnóstico previo de vaginosis bacteriana.

Entonces, ¿por qué las mujeres afroamericanas siguen utilizando productos de limpieza vaginal en mayor proporción que otros grupos? El legado de la publicidad racista y las normas culturales transmitidas de generación en generación pueden ser la causa.

“Las mujeres afroamericanas están sobreexpuestas y poco protegidas en lo que respecta a los riesgos medioambientales para la salud”, señala Astrid Williams, de Black Women for Wellness, una organización sin fines de lucro con sede en Los Ángeles. “En los grupos de discusión, hemos aprendido que a las mujeres afroamericanas se les socializa para que crean que tenemos que oler mejor, mediante el uso de productos que tienen una gran cantidad de fragancias, la discriminación por el olor definitivamente está involucrada”.

Los fabricantes de estos productos siempre se han apoyado en las ideas creadas culturalmente de que las vaginas son intrínsecamente sucias y “con fugas”, según argumenta Margrit Shildrick en su libro Leaky Bodies and Boundaries. Entonces estas empresas afirman que productos como las duchas vaginales son esenciales para mantener su frescura.

En la década de 1930, era común que tanto las mujeres blancas como las afroamericanas se hicieran duchas vaginales, ya que se creía en ese entonces que tenían beneficios anticonceptivos. A medida que las comunidades afroamericanas adquirían más poder adquisitivo en la sociedad posterior a la Segunda Guerra Mundial y buscaban mejores trabajos a través de la Gran Migración, los anunciantes aprovecharon este nuevo mercado de consumidoras en ascenso. Uno de estos anuncios, dirigido a las lectoras afroamericanas del periódico Chicago Defender, promocionaba los productos Lysol como adecuados para las duchas vaginales, prometiendo dejar a las consumidoras “dulces”, “limpias” y “delicadas”.

D Parke Gibson, fundador de una destacada empresa de relaciones con la prensa de propiedad afroamericana, señaló el creciente uso de jabones, detergentes y productos de cuidado personal entre las consumidoras afroamericanas. En su libro de 1969 sobre los consumidores afroamericanos escribió: “Sin duda, gran parte del deseo por la limpieza se debe a la idea de superar el prejuicioso cuento de esposas de que ‘todos los negros huelen mal’”.

La mercadotecnia depredadora no es una táctica del pasado lejano, sino que sigue exponiendo a las comunidades afroamericanas a sustancias químicas tóxicas. Johnson & Johnson anunció hace poco el fin de sus ventas comerciales de talco para bebés, después de que miles de demandas judiciales relacionaran el uso del producto con el cáncer de ovario. El National Council of Negro Women afirmó que la empresa vendió su talco para bebés a las mujeres afroamericanas durante décadas sin informar sobre sus posibles peligros.

“Generaciones de mujeres afroamericanas le creyeron (a Johnson & Johnson), e hicieron de su uso diario una práctica que nos ponía en riesgo de desarrollar cáncer, y les enseñamos a nuestras hijas a hacer lo mismo”, dijo Janice Mathis, directora ejecutiva del National Council of Negro Women, a la organización mediática NPR.

Gran parte de lo que aprendí sobre la higiene personal me lo enseñaron las personas mayores y las mujeres de mi familia. Aunque ninguna de ellas me aconsejó que utilizara productos de limpieza vaginal, lo cierto es que podría haber ocurrido lo contrario.

“Realmente se remonta a las normas culturales. Recuerdo haber visto a mis tías usar talcos para estar ‘frescas’ y controlar la humedad, pero ahora sabemos que esos productos no están regulados”, comenta Williams, de Black Women for Wellness.

La Ley Federal de Alimentos, Medicamentos y Cosméticos de Estados Unidos –que regula los productos menstruales como “dispositivos médicos” pero los productos vaginales no recetados como “cosméticos”– no ha sido actualizada de forma sustancial desde 1938.

Los proyectos de ley federales, como los que presentaron la diputada de Illinois Janice Schakowsky y la senadora de California Dianne Feinstein, pretenden reforzar la capacidad de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) para exigir pruebas previas a la comercialización de los productos de cuidado personal, y reducir la exposición de la población a las sustancias químicas de los productos tóxicos.

Mientras tanto, las consumidoras no deberían tener que pasar por los confusos mensajes culturales que yo recibí. Los productos de limpieza vaginal y las alteraciones del sistema endocrino tal vez no sean lo que se llama una conversación educada para la mesa, pero yo procuro mantener conversaciones abiertas con mi familia y mis amistades sobre los productos de cuidado personal que utilizan. Nunca se sabe; podría salvar a alguien de una enfermedad de por vida.

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