Andor: cómo una referencia oscura de Star Wars se convirtió en una de las mejores series
Luthen Rael (Stellan Skarsgård) y Cassian Andor (Diego Luna) en Andor. Foto: Lucasfilm Ltd

De todos los spin-offs de Star Wars y Marvel realizados para streaming que han salido de la línea de producción de Disney+, pocos han llegado con menos expectación y con menos interés que Andor. La serie, una precuela de una precuela, explora los orígenes de Cassian Andor (Diego Luna), un capitán de la Alianza Rebelde presentado en la película de 2016 Rogue One: Una historia de Star Wars. Rogue One estaba ambientada poco antes de las películas originales de George Lucas de Star Wars y terminó de forma bastante decisiva cuando –alerta de spoiler muy antigua– Andor y sus cómplices murieron en un agridulce resplandor de gloria mientras robaban los planos de la Estrella de la Muerte.

Cuando Rogue One se vio envuelta en un proceso de repetición de rodajes, Lucasfilm recurrió al guionista y director nominado al Oscar Tony Gilroy, de las famosas franquicias Michael Clayton y Bourne, para salvarla. Al parecer, Gilroy fue quien señaló que la forma más obvia y satisfactoria de terminar la película era matando a todos los personajes. Con Gilroy contratado como showrunner de Andor, ese tipo de enfoque sombrío pero audaz de la narrativa establece el tono de la serie: nadie está a salvo y ningún sacrificio es demasiado grande.

El tráiler de Andor

Conocemos a Cassian como un joven ladrón astuto y peleador, pero egoísta. Está atormentado por su pasado, alberga un sano odio contra el Imperio y se convierte en el principal objetivo de reclutamiento de un misterioso organizador rebelde llamado Luthen (un impresionante Stellan Skarsgård traicionero).

Después de un comienzo lento pero muy observable, Gilroy subió la apuesta semana tras semana con una claridad de visión que hace de Andor no solo lo mejor de la programación televisiva de Star Wars, sino una de las series más atractivas de 2022. De alguna manera, tras 45 años de películas sobre una guerra civil intergeneracional entre fascistas espaciales y luchadores de la resistencia, Andor ofrece una visión ingeniosa y completamente refrescante de cómo es la vida bajo un régimen autoritario.

Podemos ver cómo se subyuga a la población a través de la explotación económica, un estado de vigilancia insidioso y una policía muy estricta que fomenta un gigantesco complejo industrial de prisiones. Vemos el régimen imperial reimaginado como una serie de luchas de poder en el lugar de trabajo y conocemos a los trabajadores y colaboradores que lo impulsan: desde una ambiciosa supervisora de la Oficina de Seguridad Imperial (Denise Gough) hasta un soldado raso de la seguridad corporativa (Kyle Soller), cuyo fanatismo en el trabajo tiene sus raíces en las pequeñas tiranías de su vida familiar.

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La supervisora de la Oficina de Seguridad Imperial, Dedra Meero (Denise Gough). Foto: Lucasfilm Ltd

Ya no son extras de fondo que esperan ser estrangulados por Darth Vader, estos imperiales de nivel medio y bajo están motivados por la ambición, la supervivencia y los resentimientos más profundos. La amenaza que representan es más compleja, insidiosa y reconociblemente humana que cualquier gran láser asesino de planetas o Lord Sith que carcajee, e incluso más aterradora por ello.

También vemos tipos de rebelión distintos a los que hemos visto en Star Wars anteriormente, desde desertores imperiales desilusionados hasta actos espontáneos de solidaridad comunitaria. También hay personajes como Luthen y la senadora Mon Mothma (Genevieve O’Reilly), que mantienen las apariencias como miembros de la élite rica de la galaxia mientras financian y organizan en secreto la resistencia clandestina. “He renunciado a toda posibilidad de paz interior; convertí mi mente en un espacio sin sol”, comenta Luthen en un monólogo que evoca la escena final de Rutger Hauer en Blade Runner.

No obstante, algunas de las escenas más impactantes provienen de la base, como los episodios que Andor pasa con una pequeña célula rebelde que se esconde en las montañas en el planeta Aldhani. Filmada en las Tierras Altas de Escocia, casi podría confundirse con los jacobitas del siglo XVI si no fuera por los ocasionales cazas estelares Tie que sobrevuelan la zona.

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Andor (Diego Luna), disfrazado de soldado imperial en Aldhani. Foto: Lucasfilm Ltd

Entre ellos se encuentra Nemik (Alex Lawther), un as técnico con un interés secundario en la concientización política. “Es muy confuso, ¿verdad?, hay tantas cosas que están mal, tanto que decir, y todo ello está ocurriendo tan rápido”, le dice a Andor mientras le explica el manifiesto rebelde que ha estado redactando. “El ritmo de la opresión supera nuestra capacidad de comprenderla, ese es el verdadero truco de la máquina de pensamiento imperial. Es más fácil esconderse detrás de 40 atrocidades que de un solo incidente”.

Estos momentos de praxis añaden sustancia a la lucha entre el bien y el mal de Star Wars y apuntan a un gran número de regímenes fascistas que existen en la Tierra. Además, superan los diálogos de sus contemporáneos de la pequeña pantalla (Los anillos del poder) y sus primos de la gran pantalla (El ascenso de Skywalker).

La serie se reserva lo mejor para la segunda mitad de la temporada, cuando un fugitivo Andor termina en una enorme prisión de trabajo flotante, junto a un Andy Serkis en su mejor momento. Con relativamente pocas armas o guardias, esta elegante y luminosa Alcatraz situada en el espacio y sus 5 mil prisioneros humanos se convierten en un modelo a escala de la galaxia; los hombres se contienen mediante el miedo al castigo, la esperanza de su eventual liberación y las cuotas competitivas que fragmentan la fuerza de trabajo en unidades cada vez más pequeñas, incapaces de comprender su propio poder colectivo.

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En su mejor momento … Kino Loy (Andy Serkis). Foto: Lucasfilm Ltd

Al igual que con el arco de Aldhani, el equipo de guionistas de Gilroy –que incluye a Beau Willimon (House of Cards) y a su hermano Dan Gilroy (Nightcrawler)– deja que la tensión se vaya acumulando a lo largo de varios episodios. Cuando llega el punto de inflexión, se convierten en 40 minutos inolvidables de televisión, y quizás en el elemento más antisistema que ha salido de la Casa del Ratón desde que Christian Bale cantó sobre la solidaridad y la lucha contra los esquiroles en el musical infantil Newsies de 1992.

Para bien o para mal, los anteriores experimentos de Disney con las series de acción real de Star Wars, desde The Mandalorian hasta Obi-Wan Kenobi, con frecuencia han sido como ver a los fanáticos de toda la vida jugar con sus figuras de acción en un arenero. Desde un Mark Hamill envejecido hasta una muy esperada revancha entre Ewan McGregor y Hayden Christensen, algunos de sus mejores momentos han llegado gracias a la inclusión de personajes muy queridos y huevos de pascua, mientras caminaban sigilosamente alrededor del canon establecido de una galaxia muy, muy lejana.

A Gilroy, por el contrario, parece importarle poco lo que le precede. En su lugar, se ha centrado en el drama humano, en las piezas de escenografía visualmente impresionantes y en un guión impecable. El resultado añade importancia a la historia del destino final de Cassian y le proporciona a Star Wars su primera pieza de televisión universalmente excelente.

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