Cómo Merlina de Netflix se convirtió en un fenómeno de la cultura pop
Netflix anunció el hito histórico de 'Merlina'. Foto: Twitter: @NetflixLAT

Es oficial: Merlina, la nueva versión de Los locos Addams de Netflix dirigida en parte por Tim Burton, es un éxito rotundo. Tan solo tres semanas después de su estreno, la serie para jóvenes adultos ha acumulado la asombrosa cifra de mil millones de horas de reproducción, un hito de Netflix superado únicamente por El juego del calamar y Stranger Things 4.

Por consiguiente, los feeds de las redes sociales también se han llenado de fanáticos (Lady Gaga incluida) con sus mejores disfraces de Merlina Addams. Los niños de TikTok han estado recreando diligentemente su actuación inspirada en Siouxsie and the Banshee, en la que la coreografía de la estrella Jenna Ortega, ahora viral, de la versión de 1981 de Goo Goo Muck de los Cramps quizás haya revivido por sí sola la subcultura gótica para la generación Z (la serie también obtuvo dos importantes nominaciones a los Globos de Oro esta semana).

En vista de las incalculables horas que los fanáticos han pasado analizando los atuendos, los movimientos de baile y el color de labios de Merlina (un delineado de color morado oscuro diluido con brillo transparente, según algunos influencers de belleza), los ejecutivos del entretenimiento de todo el mundo se preguntan: ¿cuál es la fórmula mágica que impulsa tal popularidad viral?

Después de un pésimo año para Netflix, con una caída vertiginosa del valor de sus acciones y una pérdida de suscriptores, Merlina llega como una mezcla de historias infalibles con un poco de todo para todos. Se trata de una comedia juvenil sobrenatural, de transición a la madurez y de asesinato y misterio, en la que Ortega, oficialmente la It Girl del momento, interpreta a la hija de una conocida y querida familia de la televisión. Merlina es a la vez la inadaptada más marginada y la chica más atractiva de la escuela, el producto de la más improbable de las fusiones: piensen en una mezcla de Los locos Addams y Emily en París, condimentada con una fuerte dosis de Harry Potter.

En el primer episodio, vemos la expulsión de nuestra principal protagonista de su preparatoria normal de los suburbios, después de liberar unas cuantas bolsas de pirañas contra el equipo de waterpolo de la preparatoria. Es una venganza por el acoso que sufre su hermano pequeño, ella se asegura de hacerles saber. “Nadie tortura a mi hermano excepto yo”. Con un arsenal preparado de ocurrencias mordaces y respuestas eruditas, Merlina se traslada a la Academia Nevermore, un remoto internado para marginados colmilludos, peludos, drogadictos y escamosos. Es la alumna perfecta –una dotada políglota, chelista, novelista y esgrimista (talentos que contradicen la educación en una escuela pública)– pero aun así, se encuentra a sí misma como “una marginada en una escuela de marginados”, una misántropa empedernida que se eriza ante el contacto humano. “Sartre dijo que el infierno son los demás”, le dice a su terapeuta. “Fue mi primer enamoramiento”.

Se podría describir de forma concisa a Nevermore como Hogwarts al estilo de The CW, y el arco narrativo de Merlina como la gótica Emily en París. Al igual que Emily, una marginada en un nuevo trabajo, Merlina es una marginada en una nueva escuela, así como una paria social vestida de forma excéntrica a pesar de ser hermosa y sobresalir en cada pequeña cosa. Mientras Emily cae en un triángulo amoroso con un chef local, Merlina encuentra uno con un barista local; a través de enamoramientos, rivalidades entre compañeros y meteduras de pata sociales, ambas morenas terminan por salvar el día.

La importante diferencia entre las dos es una inversión de carácter, en la que la implacablemente alegre Emily es la pesadilla de la fría y distante existencia de su jefa Sylvie, del mismo modo que la alegre compañera lobo de cuarto Enid Sinclair (Emma Myers) es la pesadilla de Merlina.

Cuando se estrenó Emily en París en 2020, Emily era algo así como la perdición de la existencia de todos. Presumiblemente una versión adulta y acomodada de Lizzie Maguire, la serie fue recibida con una ola obsesiva de artículos de opinión que describían el odio de los críticos con gran detalle. No creo que nadie odiara a Emily tanto como decían –después de todo, terminó el año como la segunda comedia más popular de Netflix–, sin embargo, estaban irritados por haber obtenido alguna alegría viéndola.

La blancura de Emily, unida a un optimismo implacable y a la búsqueda constante de la aprobación de su colega, equivalía a una idea básica y convencional de la perfección que resultaba vergonzosa en el mejor de los casos y completamente alienante en el peor.

Si Emily en París es amable pero no genial, Merlina es genial pero no amable de una forma infinitamente más afín e inclusiva; después de todo, ¿acaso no somos todos basura? En sus propias palabras, es testaruda, obstinada y obsesiva, “todos los rasgos de los grandes escritores, sí, y de los asesinos en serie”, le dice a Dedos, una mano incorpórea excelentemente interpretada por el mago de la vida real Victor Dorobantu.

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Foto: Vlad Cioplea/Netflix


Especialmente para una adolescente con una clasificación para niños, Merlina habla con la conciencia crítica de sí misma y la perspicacia de un héroe byroniano clásico, un arquetipo literario comúnmente asociado con Heathcliff de Cumbres Borrascosas de Emily Brontë, o más recientemente con Chuck Bass de Gossip Girl, e incluso con Sylvie. Se trata de tipos inteligentes, malhumorados y condescendientes, peligrosamente dotados de un atractivo irresistible y cargados con el peso de traumas pasados. (El trauma de Merlina es la muerte de su escorpión mascota, que fue asesinado cuando ella tenía seis años; desde entonces juró no volver a llorar).

Como buena chica rayando en villana, nuestra protagonista se pasa la temporada asumiendo su propio desprecio tóxico por los sentimientos de sus amigos y su voluntad de manipular su cariño para sus propios fines. Le rompe repetidamente el corazón a un compañero de clase con una crueldad que tanto al tío Lucas (el encantador Fred Armisen) como a mí nos parece fascinante. “La tensión entre ustedes dos. ¡Vaya!”, dice. “Podrías cortarla con el hacha de un verdugo”.

En internet, los fanáticos discuten si se trata de tendencias antisociales o de autismo codificado, y hasta qué punto la perfecta estructura ósea de Merlina excusa un comportamiento que de otro modo sería socialmente inaceptable. “Solo cuando una persona convencionalmente bonita y no rara hace cosas raras es aceptable para la gente ‘normal'”, según dijo un comentarista, padre de un niño autista. “En realidad, las personas ‘raras’ son intimidadas, marginadas o excluidas de la zona de amistades reales”.

Bajo la superficie de este misterio de asesinato sobrenatural se esconde un sólido viaje para jóvenes adultos sobre cómo aprender a asumir responsabilidades, tanto de las propias acciones como de sus repercusiones en los demás. Mientras salva Nevermore de la destrucción puritana y conecta con un antiguo antepasado mexicano, Merlina también tiene que enfrentarse al reto adolescente normal de reparar el daño que le ha causado a sus relaciones.

El atractivo perdurable de personajes como este –un marginado ciertamente tóxico con intenciones intrínsecamente buenas– es el deseo de todo bicho raro de sentirse visto en televisión. Puede que la fórmula de Merlina tenga fallas, pero la fantasía es lo que importa: en un mundo idealizado en el que tus oportunas indirectas y tu falta de interés por la aprobación de los demás te hicieran inmune a los matones y la cuidadora de tus compañeros inadaptados, ¿quién no querría ser Merlina Addam?

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