Reseña de la cuarta temporada de ‘Succession’: hasta los fans más fervientes se alegrarán de que llegue el final
Hacia el vacío... Succession. Foto: Home Box Office/HBO

Empezamos en una suntuosa reunión, llena de gente descontenta que apesta a dinero. Un hombre de cabello blanco se mueve entre la multitud –asintiendo con la cabeza por ahí, replicando una sonrisa por allá–, la esencia más pura de todos ellos, destilada en un marco de abrigo. Solo puede ser la fiesta de cumpleaños de Logan Roy y solo puede ser Succession. Está de vuelta para la cuarta y última temporada con una mezcla de lamento y alivio incluso –especialmente– entre los fans más devotos, que apenas tienen fuerzas para sobrevivir una ronda más del drama más denso, inteligente y más emocionalmente pulverizador de la televisión.

Logan (Brian Cox) está a 48 horas de firmar el contrato de compraventa, posiblemente con la sangre de sus hijos, por el que cederá su imperio mediático a Gojo. Como esto no basta para mantener satisfecho a un hombre de sus aspiraciones, también está tanteando la posibilidad de realizar una gran adquisición antes de ese plazo.

Tres de sus hijos (o “las ratas”, como los llama papá) están ocupados en otra cosa, creando The Hundred, “una tienda de información integral” que reúne a las mentes más brillantes en diversos campos y las ofrece como recurso de fácil acceso a todo aquel que pueda pagar por ellas. “Es una mezcla de Substack, Masterclass, The Economist y The New Yorker“, comenta Kendall (Jeremy Strong). Están, en términos de hermanos Roy, extraordinariamente unidos.

Solo Shiv (Sarah Snook) mantiene “conversaciones sobre conversaciones” con otro empleador, en caso de que The Hundred fracase, pero sí les comunica a sus hermanos una noticia que se le escapa a su esposo semidistanciado, Tom (Matthew Macfadyen): que la adquisición que planea hacer su padre podría ser del conglomerado Pierce que aparece en la segunda temporada. ¿Deberían intentar arrebatárselo en lugar de lanzar su nueva empresa? ¿Seguir con lo que saben, medios de comunicación heredados y apuntar directo a la aorta de papá? Kendall está limpio de drogas y necesita un proyecto alternativo lo suficientemente absorbente. Se inclinan por el parricidio. Otra vez.

El escenario está preparado una vez más para la batalla corporativa Roy-al, que incluye el regreso extra de Cherry Jones como Nan Pierce. Ella es una creación más sutilmente monstruosa que los Roys, cuyo corazón está hecho más de fétidas hipocresías que de acero, y quizás es la más agradablemente repugnante de todos ellos. Es “repugnante” hablar de dinero y tener que enfrentarse a un postor contra otro para conseguir el precio de 10 mil millones de dólares que ella quiere, pero se mete valientemente a la disputa para conseguirlo.

Mientras tanto, el aspirante a presidente Connor (Alan Ruck) obtiene un inestable 1% en las encuestas, que probablemente desaparecerá en los 10 días restantes a menos que gaste 100 millones de dólares para mejorarlo. A su prometida, Willa (Justine Lupe), le importa menos del 1% lo que él haga, su desdén por Connor –cala hasta los huesos, ¡pero está muy poco desgastado!– es un placer verlo.

Todo lo que queremos y necesitamos todavía está aquí. Tom ahora es un convenenciero oficial en lugar del convenenciero en espera que siempre ha sido –el débil y necesitado cobarde–. Su mayor preocupación ahora es si permanecerá en el redil cuando él y Shiv se divorcien. Esa conversación, si es que sus súplicas en la sombra y los gruñidos sin compromiso de Logan pueden ser honrados con ese término, es un buen ejemplo de la exquisita agonía de la vergüenza que Succession (o Jesse Armstrong, su creador) ha hecho suya.

En la cuarta temporada de Succession, el primo Greg (Nicholas Braun) sigue siendo un patán tonto. Lleva una cita cualquiera a la fiesta de Logan, como si perteneciera al mundo de la gente normal y las celebraciones normales. “¿Cuál es su nombre completo?”, exige Kerry (Zoe Winters), “amiga, asistente y consejera de Logan”. “¿Es Randomfuck? ¿Es Bridget Randomfuck?”. Tom también se divierte, comentando sobre la gran bolsa de Bridget (“¿Lo suficientemente grande para su almuerzo? ¿Flats para el metro? Eres el hazmerreír de la sociedad”). Sin embargo, tienen que irse cuando ella le pide a Logan una selfie.

Los primeros episodios de cada temporada de Succession suelen incluir la dinámica familiar en la intriga empresarial, porque siempre quedan muchas piezas no solo por preparar, sino también por explicar a la audiencia no especializada. En esta ocasión parece que se optó por un equilibrio más equitativo, quizás para personalizar la tragedia, o tragedias, que sin duda se avecinan.

Incluso le da a Logan un momento extremadamente difícil y doloroso. Se lleva a uno de sus secuaces a cenar para escapar de la fiesta y medita sobre si hay vida después de la muerte. “No podemos saberlo”, comenta. “Pero tengo mis sospechas. Tengo mis malditas sospechas”. La cuarta temporada de Succession plasma ese vacío en cada escena. Es un drama ambientado en el corazón de las tinieblas, con una comedia dispuesta a iluminar sus ineludibles y eternas profundidades. Reúne tus fuerzas para una última mirada al abismo.

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