El legado de Silvio Berlusconi es la pérdida de fe en la élite política italiana
Berlusconi representaba a una parte de Italia que antepone el dinero y el poder a la justicia y la ética. Foto: Fabrizio Corradetti/LPS/ZUMA Press Wire/REX/Shutterstock

Mejor conocido por su bronceado permanente, sus desatinos, sus fiestas “bunga bunga” y su ego desmesurado, Silvio Berlusconi fue un populista prototipo trumpiano, el hombre a vencer en Roma durante más de dos décadas y una de las figuras más polémicas de la política europea.

El primer ministro italiano más longevo de la posguerra, Berlusconi, que falleció a los 86 años según los medios de comunicación italianos, ocupó el cargo en tres ocasiones, acumulando en el camino una fortuna que la revista Forbes calificó el año pasado como la cuarta más grande del país.

Hábil en el arte no solo de sortear el escándalo, sino de emerger de él con su perfil y popularidad reforzados, se enfrentó más de 30 veces a procesos judiciales por cargos que incluían malversación de fondos, falsedad en documentos de contabilidad y soborno a un juez. Muchos de los casos no llegaron a juicio, en ocasiones porque Berlusconi cambió la ley en virtud de la cual se le acusaba.

Solo una vez fue condenado, por fraude fiscal, en 2013. Eso le acarreó una pena de cuatro años de prisión, de los cuales le indultaron tres, un año de servicio comunitario y seis años de inhabilitación para ejercer cargos legislativos, de los que se recuperó al instante, en 2019, como eurodiputado.

Tras afirmar que Italia necesitaba un empresario hecho a sí mismo y carismático que la hiciera grande de nuevo, Berlusconi, que incursionó en la música y cantó en cruceros antes de acumular una gran fortuna personal como agente inmobiliario en Milán y con su imperio mediático y televisivo Fininvest, fundó su partido conservador y promercado Forza Italia y entró a la política a finales de 1993.

Se convirtió en primer ministro en enero de 1994 y, aunque su gobierno de coalición de centro-derecha duró tan solo nueve meses antes de derrumbarse, dedicó gran parte de su primer mandato, según indican sus numerosos críticos, a aprobar leyes y promover políticas que lo protegieran de la persecución judicial e impulsaran las ganancias de sus empresas privadas.

Perdió las elecciones de 1996 frente al líder de centro-izquierda Romano Prodi, no obstante, volvió a triunfar en 2001 y después se convirtió en el primer político italiano en 50 años en completar un mandato completo de cinco años, antes de perder de nuevo frente a Prodi en 2006. Su tercer mandato comenzó en 2008, después de la caída del gobierno de Prodi, y terminó con la renuncia de Berlusconi en 2011.

Silvio Berlusconi: vida y escándalos del exprimer ministro italiano

Con Italia bajo la vigilancia del FMI y la Unión Europea en ese noviembre, incluso sus aliados más cercanos criticaron la renuencia de Berlusconi a tomar las medidas drásticas que se necesitaban para controlar la tercera economía más grande de Europa tras la crisis financiera europea, lo que dio paso a un gobierno tecnocrático. La deuda pública de Italia se duplicó durante el mandato de Berlusconi.

En sus seis años de ausencia forzosa, cambió la política italiana. Los votantes del exprimer ministro desertaron en masa y se cambiaron al partido de extrema derecha Lega (Liga) de Matteo Salvini, que creó una incómoda coalición con el partido antisistema Movimiento 5 Estrellas tras las elecciones de 2018, en las que el partido de Berlusconi obtuvo el 14% de los votos, una cifra inferior al 37% de 2008.

Sin embargo, el magnate multimillonario no tuvo dificultades para ganar las elecciones como eurodiputado y regresó a la contienda nacional el año pasado, cuando el Forza Italia se unió a una tensa coalición liderada por la extrema derecha con el partido Hermanos de Italia de Giorgia Meloni y la Lega de Salvini.

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Los paralelismos entre el ascenso de Silvio Berlusconi y el de Donald Trump son sorprendentes. Foto: Maurizio Brambatti/EPA

Reforzando la reputación que adquirió a lo largo de su carrera por sus sorprendentes desatinos y ocurrencias escandalosas, posteriormente llamó a Meloni “condescendiente, autoritario, arrogante y ofensivo”, presumió de sus estrechos vínculos con el presidente ruso Vladimir Putin y afirmó que el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, era el culpable de la devastación de su país.

A nadie debería haberle sorprendido demasiado: entre otros muchos atrevimientos políticamente incorrectos, Berlusconi también sugirió que el político alemán de centro-izquierda Martin Schulz podría interpretar a un guardia nazi en una película bélica, supuestamente tachó a la canciller alemana, Angela Merkel, de “gorda imposible de coger” y, en 2008, escandalizó a muchos cuando describió al entonces presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama, como “guapo, joven y… bronceado”.

Su carrera también estuvo marcada por escándalos sexuales y de corrupción conexos, personificados en sensacionalistas historias de fiestas sexuales “bunga bunga” celebradas en su lujosa villa ubicada a las afueras de Milán, denuncias de relaciones sexuales ilícitas con una bailarina de discoteca de 17 años y las subsiguientes acusaciones de manipulación de testigos.

Los paralelismos con Donald Trump son sorprendentes: ambos hombres empezaron como magnates inmobiliarios, se convirtieron en estrellas mediáticas y entraron en la política. Ambos se empeñaron en socavar las instituciones establecidas de su país, entre ellas la prensa y el poder judicial.

Rechazados por sus respectivas clases dirigentes liberales, ambos también respondieron –a pesar de su gran riqueza– con la táctica populista de retratarse como la verdadera voz del pueblo frente a una élite corrupta y alejada de la realidad.

A lo largo de su carrera política, el dominio de Berlusconi sobre los medios de comunicación italianos –incluyendo su posesión de tres canales de televisión– suscitó acusaciones justificadas de conflicto de intereses y exceso de influencia. No obstante, sería erróneo concluir que esta fue la única explicación de su éxito duradero.

La razón por la que Berlusconi fue constantemente reelegido (“Bastava non votarlo”, lamentaban sin parar sus oponentes: “Todo lo que tienen que hacer es no votar por él”) reside en que representaba a una parte de Italia que antepone el dinero y el poder a la justicia y la ética.

Es probable que su legado no sean las fiestas bunga bunga, la ostentación y la vulgaridad, sino la pérdida de fe de los votantes italianos en su clase política, una pérdida que, irónicamente, ha conducido a la aparición de una nueva generación de políticos populistas más radicales y de derecha más extrema.

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