Estados Unidos y China vuelven a dialogar, pero ¿qué pasará después?
La secretaria del Tesoro estadounidense, Janet Yellen, habla durante una conferencia de prensa en la embajada de Estados Unidos en Beijing. Foto: Especial

Cuando Janet Yellen se fue de Beijing el domingo después de cuatro días de conversaciones, la secretaria del Tesoro estadounidense admitió de hecho que la delegación logró su principal objetivo simplemente reuniéndose con altos funcionarios chinos.

Después de años de una separación peligrosa y cada vez más profunda entre las personas que dirigen las dos mayores economías del mundo, por fin volvían a estar juntos en una habitación.

En una breve conferencia de prensa que fue el único resultado tangible de las conversaciones, Yellen enumeró sus esperanzas para el futuro. Estas incluían algo que hace una década se habría dado por sentado: una “diplomacia de alto nivel” regular entre Washington y Beijing para gestionar su relación.

Ahora Estados Unidos puede estar más seguro al respecto, y el alivio es tangible. Las reuniones entre Yellen y los funcionarios financieros chinos eran particularmente urgentes, dado que se está llevando a cabo un cambio de guardia en Beijing.

Las relaciones personales existentes entre la élite política estadounidense y los responsables chinos salientes, que se remontaban a antes de la pandemia, se están volviendo obsoletas.

La visita de Yellen forma parte de una iniciativa más amplia cuyo objetivo es restablecer lo que ella denominó una “base más segura”. Siguió los pasos del secretario de Estado, Antony Blinken, que el mes pasado encabezó la primera delegación estadounidense de alto nivel que visitaba China desde hacía más de tres años.

Una mejor comunicación resulta vital porque reduce el riesgo de que los malentendidos o las disputas entre las dos superpotencias nucleares desemboquen en hostilidades involuntarias, ya sean económicas o militares.

Sin embargo, si el esfuerzo para reconstruir estas relaciones está dando sus frutos, también pone en evidencia un reto mucho mayor. Ahora que las dos partes están dialogando, ¿su diplomacia tendrá como único objetivo prevenir la crisis, o podrán utilizarla para lograr avances constructivos en una relación difícil?

Yellen destacó las áreas en las que se necesita desesperadamente la colaboración, y que no deberían amenazar los intereses estratégicos básicos de ninguna de las partes, desde el financiamiento de inversiones para afrontar la crisis climática mundial, hasta la gestión de la cuantiosa deuda de algunos de los países más pobres del mundo.

No obstante, puede resultar difícil avanzar a partir de los logros de este viaje. La pandemia de Covid-19 interrumpió las reuniones en persona y aceleró un cambio en la relación entre China y Occidente, quizás mejor reflejado en un término acuñado por la Unión Europea. En 2019 la Unión Europea calificó oficialmente a Beijing como “rival sistémico”, a pesar de que China sigue siendo uno de sus principales socios comerciales.

El consenso de las décadas anteriores, según el cual el compromiso económico con China vincularía al país al orden mundial posterior a la Segunda Guerra Mundial y la liberalización económica podría catalizar la liberalización política, quedó definitivamente en un segundo plano.

Lo sustituye una incómoda combinación de dependencia mutua y desconfianza. China acusa a Occidente de intentar frenar su crecimiento económico para impedir su ascenso como potencia mundial. En marzo, el presidente chino, Xi Jinping, acusó a Occidente, dirigido por Estados Unidos, de “contención general, cerco y supresión”.

Numerosos legisladores occidentales temen que China vaya a utilizar la tecnología desarrollada en Occidente para construir un ejército más poderoso que el de Estados Unidos. Esto motivó que Estados Unidos prohibiera el año pasado la venta a China de los microchips más avanzados.

Sobre las disputas en torno al comercio, la inteligencia artificial, los estrechos lazos de Beijing con Rusia mientras libra su guerra en Ucrania, el historial de China en materia de derechos humanos y otras cuestiones polémicas, se cierne el riesgo, lejano pero real, de que los países pudieran acabar en una guerra precipitada como consecuencia de una campaña militar de China para tomar Taiwán.

Xi indicó a las fuerzas armadas de China que estuvieran preparadas para hacerlo en 2027, según cree la inteligencia estadounidense. Durante la visita de Yellen se enviaron barcos y aviones militares a las aguas y el espacio aéreo próximos a Taiwán, manteniendo la presión sobre algo que Beijing considera un asunto fundamental.

Existe un riesgo más grande y de mayor urgencia inmediata: las sanciones y otras tensiones podrían escalar hasta desembocar en una guerra económica. Beijing acusó a Estados Unidos de querer “desvincular” o intentar separar las economías de sus países, estrechamente relacionadas entre sí.

Eso sería catastrófico para ambos, algo que Yellen reconoció en la mañana del domingo, al señalar que las medidas de Estados Unidos para proteger la seguridad nacional serían limitadas y minuciosamente selectivas. Describió la desvinculación –el intento de separar las economías de ambos países– como “prácticamente imposible”.

Si se intentara, resultaría “desastroso para ambos países y desestabilizaría al mundo”; los legisladores estadounidenses ahora prefieren hablar de “eliminar el riesgo” de su relación.

Este temor a la destrucción económica mutua garantizada es una de las razones para confiar en que ambos países intentarán aprovechar esta relajación diplomática, incluso mientras gestionan la desconfianza y las tensiones de seguridad que se mantendrán durante mucho tiempo.

Sin embargo, tal vez sea una señal de cuán mal están las cosas entre Estados Unidos y China el hecho de que una de las visitas de más alto nivel a Beijing en los últimos años tuviera el más modesto de los objetivos: mejorar la comunicación. La cuestión ahora es hacia dónde se dirige la relación.

Síguenos en

Google News
Flipboard