<i>La mujer en mí</i>, de Britney Spears: el reproche punzante de una estrella del pop
Britney Spears en 2019. Foto: Valérie Macon/AFP/Getty Images. La mujer en mí de Britney Spears el reproche punzante de una estrella del pop.

A lo largo de su carrera, Britney Spears fue objeto de repetidas narrativas construidas para restarle poder. Fue una estrella del pop adolescente presentada virginalmente y luego reprendida por una imagen sexualizada vendida por esas mismas fuerzas. Tras su ruptura con Justin Timberlake, Spears fue muy criticada y obligada a someterse a un interrogatorio con Diane Sawyer tan severo, que se podría haber pensado que era una criminal de guerra y no una cantante que sólo vestía mezclilla.

Esto le hizo sospechar de la doble moral del mundo del espectáculo, escribe en sus esperadas memorias en La mujer en mí, aunque no fue nada comparado con la privación de derechos que sufrió más tarde. Le aconsejaron que anunciara su divorcio de su marido, Kevin Federline, para evitar la humillación de que él lo hiciera primero, y luego tuvo que cargar con las culpas por romper su joven familia.

Su crisis de 2008 fue convenientemente enmarcada como un signo de locura, no como una respuesta proporcional a la explotación y a la pérdida de la custodia de sus hijos. Una vez sometida a la tutela que regiría su vida durante 13 años, se vio aún más atrapada: “Si me ponía nerviosa, se consideraba una prueba de que no estaba mejorando”, escribe. “Si me alteraba y me hacía valer, estaba fuera de control y loca”.

Estas contradicciones le recuerdan a Spears los juicios medievales por brujería, escribe, en La mujer en mí la joven más famosa del mundo admite que: “nunca supo cómo jugar el juego”. Pero a sus 41 años, su comprensión de estos arquetipos y su conexión con sistemas de poder más amplios, es más astuta que cualquiera de los giros malintencionados que la hacían ver sucia.

En cuanto al espectro de la mujer loca, en La mujer en mí Spears recuerda que su abuelo paterno internó a dos de sus esposas a un manicomio. La primera estaba destrozada por la pérdida de un bebé. Le administraron litio y más tarde se suicidó. El padre de Britney tenía 13 años cuando murió su madre, y ella escribe con empatía sobre el dolor que más tarde le llevó a un alcoholismo que atormentó a la familia.

El trauma intergeneracional, narrado en La mujer en mí, añade un elemento gótico sureño a la historia de la estrella de la pequeña ciudad de Luisiana, uno que es fácil olvidar, dado que ella tenía 16 años cuando estalló, que se presentaba como una pizarra en blanco para la fantasía.

Spears restaura esa historia con algunos detalles encantadores: las madres que vestían a sus hijos con colores a juego para ir a la iglesia, lo que inspiró a ella y a Timberlake a asistir a una ceremonia de entrega de premios vestidos completamente de blanco; el refugio que le ofrecía el bosque de su infernal vida familiar.

Actuar se convierte en su vía de escape, y traza un rápido camino que la lleva de Broadway a Disney y después al estrellato pop de la noche a la mañana. Pero una vez que el tren de la fama se echa a andar, ni su compañía disquera ni su familia la dejan bajarse, incluso cuando la angustia de Spears llega a su punto de quiebre. Cuando queda embarazada de Timberlake, escribe que él la convence para que aborte. Mientras ella se retorcía de dolor, “él pensó que tal vez la música ayudaría, así que cogió su guitarra y se tumbó allí conmigo, rasgueándola”. Timberlake no ha hecho comentarios sobre lo que se cuenta en el libro.

Llevada al límite, Spears se afeitó la cabeza en público en 2007: un “púdrete” a un mundo que quería que fuera guapa, buena, una fantasía, un objeto sexual y un modelo a seguir, un producto pasivo. Su relato de este frenesí maníaco es estimulante: “Me sentía casi religiosa. Vivía en un nivel de puro ser”. No duró mucho: su familia le tendió una emboscada para que fuera tenida bajo custodia. La dolorosa indignación de Spears porque restringen su libertad a la vez que esquilman su potencial de ingresos desgasta la página en La mujer en mí.

Lo soporta porque le asegura el contacto con sus hijos, escribe, incluso sobrellevando temporadas aparentemente arbitrarias en rehabilitación. La segunda llega en 2019, después de que Spears hiciera una objeción durante un ensayo, y es aislada, vigilada y sometida a litio, igual que su abuela, señala. Su relato de este período de dos meses es espeluznante: es el punto en el que la chica de al lado se convierte en la última chica de una verdadera historia de terror estadounidense, forjada por su padre y, como ella señala repetidamente, por el estado de California.

Una enfermera le habla del movimiento #FreeBritney que intenta concientizar sobre su difícil situación; esto reaviva la chispa de Spears y, dos años después, llama al 911. En noviembre de 2021, es liberada de la tutela. Jamie Spears no ha hecho comentarios sobre el libro, pero ha defendido anteriormente el acuerdo como una herramienta necesaria para protegerla.

Quien busque anécdotas estelares o viñetas de estudio no las encontrará aquí. En su lugar, La mujer en mí cuenta una historia concreta que pone de manifiesto los vínculos entre el patriarcado y la explotación, y merece ser leída como un cuento con moraleja y una acusación, no como un saco de revelaciones sensacionalistas. Después de todo lo que Spears ha perdido, la agudeza de su perspectiva es un milagro.

En La mujer en mí se pregunta una y otra vez por qué se le consideraba “peligrosa”, ya fuera cuando era una adolescente con una blusa corta que “corrompía” a la juventud o cuando tenía 25 años y se emborrachaba en un club.

Que su verdad suponga una amenaza legítima para el sistema que la explotó.

Traducción: Ligia M. Oliver

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