Sólo tienes una vida, ¿de verdad quieres pasarla mirando el celular?
Ilustración: Edward Steed/The Guardian

Eran las 3:30 de la madrugada cuando me di cuenta de que debía romper con mi teléfono celular. Tenía a mi bebé en brazos mientras navegaba por eBay, un poco aturdida por el cansancio, cuando tuve una breve experiencia extracorpórea en la que vi la escena como si fuera una extraña.

Ahí estaba mi bebé, mirándome. Y allí estaba yo, mirando mi teléfono celular.

Me quedé horrorizada. No era esa la impresión que quería que mi hijo tuviera de una relación humana, y tampoco era así como yo quería vivir mi propia vida. Decidí en ese momento que necesitaba “romper” con mi celular y crear una nueva relación con mejores límites.

Era 2016 y no podía encontrar un libro que examinara por qué nuestros teléfonos celulares son tan convincentes y qué efectos tienen sobre nosotros, y mucho menos uno que ofreciera una solución. Así que decidí escribirlo yo misma. Lo que aprendí me cambió la vida, y espero que a ti te ocurra lo mismo.

Hay muchas razones por las que estamos atados a nuestros teléfonos celulares, pero la que me parece más exasperante es que las aplicaciones que más tiempo nos roban están diseñadas deliberadamente para engancharnos, porque así es como ganan dinero sus creadores. Estas aplicaciones forman parte de lo que se conoce como “economía de la atención”, en la que lo que se vende es nuestra atención (y los datos sobre a qué es probable que prestemos atención), en lugar de bienes o servicios.

En esta economía los clientes de estas aplicaciones no somos nosotros sino los anunciantes. Básicamente somos el producto, manipulado para que entreguemos gratis nuestro activo más valioso: nuestra atención.

La razón por la que esto es importante es que, en última instancia, nuestras vidas son aquello en lo que prestamos atención. Sólo experimentamos aquello en lo que prestamos atención; sólo recordamos aquello en lo que prestamos atención. Claro que hay muchas razones por las que podemos querer, o necesitar, prestar atención en lo que hay en nuestro teléfono celular, pero también es esencial recordar que, al igual que el tiempo, nuestra atención es una ecuación de suma cero: cada minuto que pasamos desplazándonos por la pantalla sin pensar es un minuto que no dedicamos a otra cosa, a algo que realmente podría importarnos. Es un gran problema porque estos minutos, cuando se repiten durante horas, días, semanas y meses, se suman a nuestras vidas.

¿Quieres comprobarlo por ti mismo? Analiza el tiempo diario que pasas frente a una pantalla de celular y calcula cuántos días suman al año. Por ejemplo, cuatro horas diarias de uso del teléfono, que es bastante habitual, suman algo más de 60 días completos al año.

Los creadores de aplicaciones para celular nos enganchan imitando las técnicas de las máquinas tragamonedas, consideradas por muchos como unas de las más adictivas que se han inventado. Esto se debe a que las máquinas tragamonedas están diseñadas para provocar la liberación de dopamina, un neurotransmisor que (entre otras cosas) ayuda a nuestro cerebro a registrar cuándo merece la pena repetir un comportamiento, y luego nos motiva a repetirlo.

La dopamina es esencial para la supervivencia de nuestra especie, ya que garantiza que sigamos haciendo cosas como comer y reproducirnos. Pero lo complicado de nuestros sistemas de dopamina es que no son discriminatorios: si un comportamiento desencadena la liberación de dopamina vamos a estar motivados a repetir ese comportamiento, independientemente de si es bueno para nosotros, como el ejercicio, o perjudicial, como consumir drogas o perder una hora en TikTok. Y cuanto más a menudo un determinado comportamiento desencadena la liberación de dopamina, más probable es que ese comportamiento se convierta en un hábito (y, en casos extremos, en una adicción).

Esto significa que si quieres crear un producto (o algoritmo) que enganche a la gente es muy sencillo: incorporas tantos desencadenantes de dopamina como puedas en el diseño de tu producto. Y eso es exactamente lo que han hecho los diseñadores tecnológicos.

De hecho, nuestros teléfonos celulares y aplicaciones están repletos de tantos disparadores de dopamina que expertos como Tristan Harris, cofundador y director ejecutivo del Center for Humane Technology, se refieren a los teléfonos celulares como máquinas tragamonedas que llevamos en el bolsillo. Por ejemplo, los colores brillantes son desencadenantes de dopamina. También lo son la novedad, la imprevisibilidad y la anticipación que experimentamos casi cada vez que miramos el celular. Las recompensas también son grandes desencadenantes. En el caso de las máquinas tragamonedas, la recompensa potencial es obviamente dinero; en nuestros teléfonos, algunas de las recompensas más comunes vienen en forma de afirmación social, como un “me gusta” o un comentario en una publicación. Por eso es tan fácil perder el tiempo en aplicaciones como las redes sociales, las noticias, el correo electrónico, los juegos y las compras: son las que tienen más desencadenantes de dopamina.

Si no nos damos cuenta de lo que está ocurriendo, y no luchamos contra ello conscientemente, podemos llegar a estar tan condicionados a buscar la dopamina de nuestro celular que, como ratas de laboratorio entrenadas para presionar una palanca para conseguir comida, hacemos clic o tocamos cualquier cosa que prometa proporcionárnosla, independientemente de si tiene importancia o valor para nosotros.

Las consecuencias, desde un punto de vista global, son estremecedoras. Como escribe Harris:

“Nunca antes un puñado de diseñadores tecnológicos había tenido tanto control sobre la forma en que miles de millones de nosotros pensamos, actuamos y vivimos nuestras vidas”.

Es más, nos hemos condicionado tanto, gracias a la dopamina, a creer que comprobar nuestros teléfonos celulares es un comportamiento que vale la pena repetir, que cuando no podemos comprobar nuestros teléfonos, a menudo nos sentimos ansiosos, y empezamos a experimentar Fomo, el “miedo a perdernos algo”. La ansiedad es, por supuesto, desagradable, así que ¿qué hacemos para aliviarla? Miramos el celular. Y cuando lo hacemos, nos encontramos con un desencadenante de dopamina que refuerza la idea de que checar el celular es un comportamiento que merece la pena repetir. Y el ciclo continúa.

Hasta que lo rompemos.

Uno de los primeros pasos en mi propio proceso de ruptura con el teléfono celular fue minimizar mi exposición a los desencadenantes de dopamina apagando la mayoría de mis notificaciones, ocultando o borrando las aplicaciones que más tiempo me robaban (para mí eran el correo electrónico y las noticias) y poniendo la pantalla de mi teléfono en blanco y negro. También establecí límites físicos con mi teléfono, prohibiéndolo en mi dormitorio y en la mesa del comedor, y cargándolo dentro del clóset en la noche. (Guardo un libro o mi diario en la mesa de noche, donde antes estaba el teléfono).

También me pregunté qué quería hacer realmente en mi tiempo libre, e hice que esas actividades fueran lo más accesibles posible, para que cuando sintiera la tentación de ver el celular encontrara una alternativa fácil y más gratificante. Por ejemplo, quería mejorar en guitarra, así que utilicé parte del tiempo que había recuperado para inscribirme a una clase grupal y empecé a dejar mi guitarra fuera de su funda en casa, un simple cambio que aumentó en gran medida las posibilidades de relajarme al final del día practicando en lugar de desplazarme por la pantalla sin pensar. Empecé a perder menos tiempo por ver el celular y, gracias a las clases presenciales, conocí a una comunidad de adultos con ideas afines e hice nuevos amigos inesperados.

Mi relación con el teléfono celular sigue sin ser perfecta, ninguna relación lo es. Pero ha mejorado de un modo que nunca habría imaginado cuando decidí romper con él. Me doy más cuenta. Estoy más presente. Me siento más tranquila y conectada con mi familia, mis amigos y conmigo misma. La vida parece más colorida. Y estos días, en lugar de permitir que mi teléfono sea una tentación que me haga perder el tiempo, intento usarlo como recordatorio para hacerme una pregunta que te animo a hacerte a ti mismo:

Esta es tu vida. ¿A qué le quieres prestar atención?

  • Catherine Price es autora de How to Break Up With Your Phone y del boletín How to Feel Alive, dedicado a ayudar a la gente a desplazarse por la pantalla menos y vivir más.

Traducción: Ligia M. Oliver

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