¿Existe realmente odio en nuestros adversarios políticos?
Ilustración: Elia Barbieri/The Guardian

La política a veces es una tormenta de fuego, literalmente. En 2023, en las montañas Berkshire de Massachusetts, alguien arrojó gasolina sobre un cartel proTrump clavado en un árbol y le prendió fuego en señal de “odio”. Tres años antes, en la misma zona, un partidario de Trump de 49 años provocó un gran incendio tras prender fuego a unos fardos de heno que llevaban un cartel proBiden. Esta bucólica zona de Massachusetts no es famosa por albergar pirómanos, pero tanto aquí como en cualquier otra parte del mundo, es como si la gente estuviera consumida por el odio.

Y no es solo en Estados Unidos donde liberales y conservadores parecen odiarse mutuamente. Una encuesta realizada en el Reino Unido en 2017 reveló que tanto los conservadores como los laboristas consideraban al otro bando mucho menos inteligente, abierto de mente y honesto que el suyo. Solo el 24% y el 19%, respectivamente, estarían contentos con que su hijo se casara con alguien del otro lado de la división ideológica.

Pero, ¿es este odio tan intenso como parece? ¿Y es, de hecho, odio, o algo totalmente distinto?

Lo cierto es que nuestros adversarios políticos parecen odiarnos; nuestras “metapercepciones” de ellos son muy negativas. Me explico: las percepciones son lo que uno piensa de la otra parte, y las metapercepciones son lo que uno cree que la otra parte piensa de uno. Las investigaciones demuestran que nuestras metapercepciones están muy mal calibradas. En otras palabras, creemos que nos odian mucho más de lo que lo hacen. En un estudio, la supuesta aversión estaba exagerada en unos 25 puntos en una escala de 100. Otro descubrió que el odio se sobreestimaba hasta en un 300%.

He aquí por qué es un problema: nos caen bien quienes parecen caernos bien y nos inclinamos a odiar a quienes parecen odiarnos, aunque no sea así. Este es el principio de reciprocidad, y también la razón por la que la gente está dispuesta a participar en prácticas antidemocráticas de “odio”. Los datos demuestran que la mayoría de la gente de izquierdas y de derechas está a favor de unas elecciones transparentes y en contra de la manipulación, por ejemplo, pero consideran que la gente de su bando valora estos principios hasta un 88% más. Esto es problemático, porque cuando uno cree que sus oponentes infringen las normas, también está dispuesto a hacerlo.

“Un estudio demostró que el odio se sobrevaloraba hasta en un 300%”.

Afortunadamente, hay una forma de interrumpir ese ciclo. Cuando se corrigen las metapercepciones inexactas de la gente, muestran menos animosidad partidista. Del mismo modo, recordarles que sus oponentes apoyan la democracia los lleva a reafirmar su propio compromiso con las normas democráticas y a expresar menos apoyo a candidatos antidemocráticos.

Aunque está claro que a menudo sobrestimamos la cantidad de odio político que existe en el mundo, lo cierto es que las personas de distintos bandos a menudo sienten una gran antipatía mutua y, en ocasiones, arremeten contra los demás. La otra pregunta es: ¿por qué?

Una razón importante es la configuración de la política y las elecciones, que a menudo son un juego de suma cero. Cuando el sistema significa que tu victoria es mi derrota, es natural que la gente se vuelva antagónica. Por supuesto, no toda rivalidad es mala. Los deportistas rinden mejor cuando compiten contra personas o equipos por los que sienten rivalidad. Pero la política no es lo mismo que los deportes. Todo el propósito de los deportes es la competición, y aunque las elecciones también son competitivas, todos debemos convivir en la misma sociedad en los años intermedios, gobernados por los mismos partidos.

Otra razón por la que nos disgustan nuestros adversarios políticos es porque tendemos a pensar que son inmorales. Junto con otros colegas, pregunté a liberales y conservadores qué creían que pensaba cada agrupación sobre los errores evidentes. Sorprendentemente, descubrimos que la gente creía que el 15% de sus oponentes consideraba aceptable la explotación sexual de menores. En realidad, casi todo el mundo lo condena.

También es posible considerar malvadas a las personas del otro bando porque apoyan políticas que causan daño. De hecho, todas las políticas causan algún daño, ya se refieran a los impuestos, el transporte, la inmigración o las drogas. Toda ley o iniciativa conlleva compensaciones complicadas: costos y beneficios que ayudan a unos y causan sufrimiento a otros. Desgraciadamente, los estudios demuestran que la gente cree que sus oponentes políticos pretenden esos costos inoportunos y disfrutan con los problemas que causan.

La clave para entender todo esto reside en nuestro pasado remoto. Aunque a menudo pensamos en nosotros mismos como depredadores superiores, sentados en la cima de la cadena alimenticia, nuestros antepasados vivían con miedo constante: más presa que depredador. Durante los millones de años en que evolucionó nuestra mente, fuimos acechados, cazados y aterrorizados por grandes felinos, águilas y manadas de lobos. Y aunque ahora vivimos en relativa seguridad, no podemos librarnos de esa omnipresente sensación de amenaza.

Con estos conocimientos sobre la naturaleza humana, podemos entender mejor por qué esas personas de la zona rural de Massachusetts prendieron fuego a carteles políticos. No buscaban tanto la destrucción sin sentido, tenían miedo, estaban preocupados por su futuro y el de la nación si ganaba el otro bando. Por supuesto, sentir miedo no autoriza la violencia ni los incendios provocados. No justifica, pero puede ayudar a explicar el “odio”.

Un entorno que nos hiciera sentir menos miedo ayudaría claramente. Por desgracia, hay muchos actores políticos decididos a aprovecharse de nuestro miedo evolutivo, avivando nuestra sensación de amenaza para obtener ventajas para sí mismos. Debemos intentar aferrarnos a la realidad: “ellos” no te odian tanto como crees. Puede que estén dispuestos a causar daño, pero principalmente sobre la base de la reciprocidad. Piensan que tu bando es el que abraza el caos y la destrucción.

La solución a este error de percepción mutua de odio consiste en demostrarnos recíprocamente que no es así y explicarnos cómo nuestras creencias políticas se basan en sentimientos de miedo y preocupación. Los trabajos que hemos llevado a cabo demuestran que la gente está más dispuesta a respetar y a comprometerse con los oponentes que relatan experiencias personales de sufrimiento y preocupación por lo que pueda ocurrirles en el futuro.

Así que la próxima vez que hables con alguien que no está de acuerdo contigo, dedica menos tiempo a acusarlo de odiar y quemar todo y más a ayudarlo a comprender tus creencias, así como tus temores, que, en el fondo, es probable que sean similares a los tuyos.

  • Kurt Gray es profesor de psicología y neurociencia en la Universidad de Carolina del Norte, Chapel Hill.

Traducción: Ligia M. Oliver

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