‘El ecofeminismo es una cuestión de respeto’: la activista que trabaja para revolucionar la agricultura en África occidental
Mariama Sonko es una fuerza imparable que continuó su trabajo, incluso cuando su comunidad en Senegal la condenó al ostracismo.
Mariama Sonko es una fuerza imparable que continuó su trabajo, incluso cuando su comunidad en Senegal la condenó al ostracismo.
Afuera de la casa de Mariama Sonko, en la región de Casamance del sur de Senegal, cuelgan conchas rosas en redes improvisadas que se colocarán en los manglares para proveer un punto de crianza de ostras.
Normalmente, las mujeres que recolectan ostras cortan las ramas, un método que puede dañar los manglares. Pero estas redes les permiten cosechar de forma sustentable, comenta Sonko, quien intenta revolucionar la agricultura en África occidental.
Sonko, de 52 años, dirige Nous Sommes la Solution (NSS, Somos la Solución), un movimiento ecofeminista de más de 500 asociaciones de mujeres rurales en Senegal, Ghana, Burkina Faso, Gambia, Guinea-Bissau, Guinea y Malí. El movimiento promueve la agroecología sustentable y lucha contra la agricultura industrial a gran escala.
“Promovemos la agroecología y la soberanía alimentaria en África. Las mujeres son actores valiosos para el desarrollo de las zonas rurales“, señala. “Queremos resaltar esta labor incansable de las mujeres que se preocupan por el medio ambiente y la salud de sus familias. Siempre han trabajado en la agricultura, y no utilizan los productos que arruinan el ecosistema ni la salud de los seres humanos”.
En Senegal, la red está integrada por casi 10 mil mujeres en más de 100 asociaciones locales de todo el sur.
Se considera que Casamance es la región productora en Senegal por sus exuberantes y fértiles paisajes. Su verde vida vegetal contrasta con las zonas situadas más al norte, incluida la capital, Dakar, donde predominan la arena y la escasa maleza.
Sonko, coordinadora nacional de NSS en Senegal, explica que su trabajo consiste en cambiar las costumbres de la agricultura y el rol de las mujeres en la protección del medio ambiente. Su organización promueve los métodos agrícolas sustentables, que con frecuencia se basan en prácticas tradicionales. Según ella, las mujeres son las que más conocen estos métodos.
“Los conocimientos y las prácticas indígenas son los que siempre han sustentado la soberanía alimentaria, y estos conocimientos se encuentran en manos de las mujeres… Para mí, el ecofeminismo es el respeto hacia todo lo que tenemos a nuestro alrededor“.
Su activismo no siempre fue fácil. Sonko recuerda una controversia que ocurrió hace casi una década. Un terrateniente permitió que algunas mujeres del pueblo de Sonko construyeran un huerto en su parcela para cultivar alimentos que él vendería y las familias de las mujeres comerían.
Durante cinco años, las mujeres cuidaron las plantas y los árboles. Entonces, cuando los árboles comenzaron a dar frutos, el propietario ordenó la expulsión de las mujeres de sus tierras. “¡Hizo que se fueran las personas que hicieron todo el trabajo!”, señala Sonko, con incredulidad.
Intentó persuadir al terrateniente, quien era una figura influyente en la comunidad, para que cambiara de opinión. No lo hizo. En su lugar, le pidió a su familia que la presionara para que desistiera. Cuando se negó, fue expulsada de las reuniones de la comunidad, un precio muy alto en un pueblo pequeño. En las reuniones del pueblo, la silenciaron. “Dijeron que había llegado para confundir a la gente. Durante casi dos años no me dejaron hablar. Me hirió mucho“.
Pero eso no la detuvo. Desde entonces, su trabajo e influencia aumentaron. Ahora ayuda a las organizaciones locales a dirigir proyectos agrícolas que aumentan los ingresos de las mujeres.
“Las mujeres trabajan muy duro y no les pagan por este trabajo. Lo hacen con un gran corazón, pero no se les reconoce todo lo que hacen“.
Una práctica que ha tenido especial éxito, y una de las que Sonko se siente más orgullosa, es la producción de biofertilizante, que las mujeres producen a partir de estiércol de vaca para utilizarlo en sus campos y venderlo por 5 mil francos por saco a otros agricultores.
También ha participado en el desarrollo de un producto sazonador totalmente natural, Sum Pack, elaborado con hierbas locales, una alternativa a los cubos de caldo que muchas familias de Senegal utilizan para condimentar las comidas y que tienen un alto contenido en sal que puede contribuir a la hipertensión.
Sonko realiza una campaña para obtener fondos del gobierno senegalés que ayuden a aumentar la producción de Sum Pack. También busca cambiar la ley que prohíbe que los agricultores utilicen semillas producidas localmente. “Queremos que cambien la ley para favorecer la producción local“, comenta.
Las políticas agrícolas de Senegal apoyan la agricultura a gran y pequeña escala, pero el apoyo del gobierno para la agricultura ecológica es escaso o nulo, explica Sonko. Es poco probable que la cumbre sobre sistemas alimentarios de la ONU que se celebra esta semana ayude a su causa. Los grupos de la sociedad civil ya amenazaron con boicotear la reunión mundial, acusando a los organizadores de dar prioridad a los intereses de las grandes empresas y dejar de lado a los pequeños agricultores.
“Las preocupaciones generales que se abordan son las de las corporaciones multinacionales”, señala. “No deberían favorecerlas a costa de otros que tienen menos dinero, como los pequeños agricultores como nosotros”.
Sonko también tiene la misión de cambiar las costumbres sobre las mujeres en el hogar. “Cuando era pequeña, veía que mi madre se levantaba a las 5 de la mañana y se iba a dormir a las 11 de la noche”, cuenta. “Es demasiado. Cuando me convertí en madre, cambié eso. Las mujeres realizaban muchas tareas domésticas. Cuando me (casé), mi esposo ya tenía hijos. Les enseñé a realizar las tareas domésticas también. Lo hacen junto a las chicas”.
“Las cosas deben cambiar, porque el tiempo (libre) que tienen los hombres, las mujeres también deberían tenerlo para hacer cosas. Porque lo que puede hacer un hombre, también lo puede hacer una mujer“.
Este artículo fue financiado por el Pulitzer Center Rainforest Journalism Fund.