‘El sexo ya no es difícil’: los hombres que dejan de ver pornografía ‘El sexo ya no es difícil’: los hombres que dejan de ver pornografía
'Si la gente piensa en quiénes son en su mejor momento, normalmente dirán que es cuando están libres de porno’… Jack Jenkins, fundador de Remojo. Ilustración: George Wylesol en Heart/The Guardian

Thomas descubrió la pornografía de la forma tradicional: en la escuela. Recuerda que sus compañeros de clase hablaban de ello en el patio y se mostraban videos en sus teléfonos durante las pijamadas. Tenía 13 años y pensaba que era “una diversión”. Después comenzó a ver pornografía solo en su tableta en su habitación. Lo que empezó como un uso ocasional, al principio de la pubertad, se convirtió en un hábito diario.

Thomas (nombre ficticio), que tiene poco más de 20 años, vivía con uno de sus padres, del que dice que no le importaba lo que hacía en internet. “En aquel momento me parecía normal, pero mirando retrospectivamente me doy cuenta de que perdí el control bastante rápido“, comenta Thomas. Cuando consiguió una novia a los 16 años, comenzó a tener relaciones sexuales y a ver menos pornografía. Pero la adicción estaba esperando para resurgir, cuenta.

Durante el primer confinamiento en Reino Unido el año pasado, Thomas perdió su trabajo. Vivía con parientes mayores e intentaba protegerlos del Covid-19 al mismo tiempo que se estresaba cada vez más por el dinero. Pasaba horas en internet, donde los sitios de transmisión de pornografía encontraron una demanda en aumento por parte de las personas en confinamiento.

“Volvió a ser diario”, cuenta sobre su hábito. “Y creo que alrededor del 80% de mi caída mental se debió a la porno“. Thomas comenzó a buscar contenidos más explícitos y se volvió retraído y miserable. Su autoestima cayó en picada mientras la vergüenza lo consumía. ¿Alguna vez sintió ganas de suicidarse? “Sí, llegué a ese punto”, cuenta. “Fue entonces cuando fui a ver a mi médico general. Pensé: No puedo quedarme sentado en mi habitación sin hacer nada; necesito ayuda”.

La vergüenza hizo que Thomas no mencionara la pornografía al médico, quién le recetó antidepresivos. Mejoraron su estado de ánimo, pero no su hábito, el cual comenzaba a generar desconfianza en su relación y a afectar a su vida sexual. Empezó a pensar que otros hombres podían estar atrapados en el mismo ciclo. “Así que busqué en Google algo como ‘Cómo dejar de ver porno’ y había mucho“, comenta.

El debate sobre la pornografía se centra en la oferta de una industria multimillonaria y en la difícil tarea de mantenerla alejada de las habitaciones de los niños. En sus rincones más oscuros, se ha demostrado que la pornografía comercia con el tráfico sexual, las violaciones, las imágenes robadas y la explotación, incluso de niños. También puede pervertir las expectativas sobre la imagen corporal y el comportamiento sexual, con frecuentes representaciones de violencia y actos degradantes, normalmente contra las mujeres. Y se ha convertido en algo casi tan disponible como el agua de la llave.

Los planes del gobierno de Reino Unido para obligar a los sitios de pornografía a incorporar la verificación de edad fracasaron en 2019 debido a las dificultades técnicas y a las preocupaciones de los defensores de la privacidad. Reino Unido todavía aspira a introducir alguna forma de regulación. Mientras tanto, depende de los padres habilitar los filtros de su proveedor de internet y confiar en que sus hijos no accedan a la pornografía afuera de su casa.

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‘Porque hay consumidores, hay proxenetas, traficantes y delincuentes corporativos’… Laila Mickelwait, fundadora de Justice Defense Fund. Foto: Imagen proporcionada por Laila Mickelwait

El mercado está dominado por MindGeek, una empresa canadiense propietaria de sitios como YouPorn y Pornhub. Esta última, que dice tener 130 millones de visitantes diarios, registró un aumento inmediato del tránsito de más del 20% en marzo del año pasado. La pandemia también provocó una avalancha de material para adultos en OnlyFans, una plataforma con sede en Reino Unido en la que mucha gente vende pornografía casera (el mes pasado, OnlyFans desechó sus planes de prohibir el contenido explícito después de la protesta de sus usuarios).

El resultado, dicen los activistas de la pornografía y una pequeña pero cada vez mayor red de terapeutas especializados, es un aumento del uso problemático, especialmente entre los hombres que crecieron en la era de la banda ancha de alta velocidad. Señalan que el uso ocasional puede ir en aumento, conduciendo a que los usuarios busquen contenidos más extremos para satisfacer sus impulsos. Culpan a la pornografía de contribuir a la depresión, la disfunción eréctil y los problemas de pareja. Aquellos que buscan ayuda con frecuencia descubren que sus problemas son incomprendidos. En ocasiones, tropiezan con un mundo de consejos en línea que evoluciona rápidamente y que se ha vuelto controvertido. Incluye programas de abstinencia moral con tintes religiosos y un intenso debate sobre si existe la adicción a la pornografía.

Sin embargo, al combatir el uso compulsivo, los activistas contra la pornografía esperan frenar algunos de sus efectos tóxicos. “Es una industria impulsada por la demanda… porque existen consumidores, existen proxenetas, traficantes y criminales corporativos que utilizan el abuso sexual filmado de mujeres, niñas, hombres y niños para producir contenidos no consensuados que son consumidos para obtener un beneficio masivo”, señala Laila Mickelwait, fundadora de Justice Defense Fund, con sede en Estados Unidos, que lucha contra la explotación sexual en internet.

Jack Jenkins nunca estuvo enganchado con la pornografía, pero fue un caso típico al descubrirla a través de amigos de la escuela a los 13 años. Una investigación realizada por el Consejo Británico de Clasificación de Películas en 2019 sugirió que el 51% de los niños de entre 11 y 13 años había visto pornografía, y que el porcentaje se elevaba al 66% entre los jóvenes de 14 y 15 años. (Las cifras, procedentes de una encuesta online a familias, probablemente sean una subestimación). Mucho más tarde, Jenkins, de 31 años, estaba investigando sobre la meditación budista cuando le entraron ganas de deshacerse de las diversiones poco saludables, incluida la pornografía. “Era algo que ya no quería en mi vida“, comenta.

Jenkins también era un emprendedor y vio una oportunidad. Pasó horas haciendo un estudio de mercado en foros, entre ellos Reddit, donde la gente discute sobre el uso problemático de la pornografía en diferentes grados, desde su propio nivel hasta “adictos totales que la ven durante 10 horas al día”. Todos ellos se sintieron incómodos al compartir su problema, o los juzgaron cuando buscaron ayuda a través de los servicios tradicionales de adicción o salud mental.

Por ello, Jenkins creó Remojo, que afirma ser “el único programa completo del mundo para bloquear y dejar la pornografía”. A cambio de una cuota, ofrece una tecnología que está diseñada para ser casi imposible de burlar.

Funciona en todos los dispositivos del usuario para bloquear no solo los sitios de pornografía, sino también el contenido sexual en las redes sociales y otros lugares. Remojo también cuenta con un conjunto en aumento de contenidos, que incluyen entrevistas en podcast, meditación guiada y una comunidad anónima en línea. Se puede alertar automáticamente a los “compañeros de responsabilidad” sobre posibles recaídas.

Desde su lanzamiento en septiembre de 2020, Jenkins comenta que más de 100 mil personas han instalado Remojo, actualmente a un ritmo de más de mil 200 al día. La empresa, que emplea a 15 personas en Londres y Estados Unidos, ha conseguido 900 mil libras de financiación de ocho inversores.

Jenkins calcula que más del 90% de sus clientes son hombres, entre ellos muchos procedentes de países más religiosos que Reino Unido, como Estados Unidos, Brasil e India. Hay nuevos padres y hombres como él que se dedican al crecimiento personal. Remojo, que tiene un precio a partir de 3.99 dólares al mes, no es una aplicación antipornografía, antimasturbación o de carácter moral, comenta Jenkins. “Pero el hecho es que si la gente se sienta a pensar en quiénes son en su mejor momento, normalmente dirán que es cuando están libres de porno“.

Cuando Thomas llegó a Google en mayo de este año, se encontraba menos aislado socialmente y había encontrado otro trabajo. Ya no tenía pensamientos suicidas, pero seguía enganchado a la pornografía. Cuando buscó ayuda, apareció Remojo. Lo descargó y esperó a ver qué pasaba.

Paula Hall, veterana psicoterapeuta especializada en adicción al sexo y la pornografía, comenzó a trabajar con drogadictos en los años 90 antes de cambiar de rumbo. Observó un cambio de actitudes respecto a la adicción al sexo. “Antes se consideraba como un asunto de famosos“, comenta desde el Laurel Centre, su empresa de 20 terapeutas en Londres y Warwickshire. “Eran los hombres ricos y poderosos quienes tenían dinero para pagar a las trabajadoras sexuales“. Hace 15 años, pocos clientes de Hall mencionaban siquiera la pornografía como vía de escape de la adicción. Después llegó el internet de alta velocidad. “Ahora, probablemente sea el 75% para los que se trata de pura pornografía”.

Las consultas aumentaron más del 30% en el año siguiente al inicio de la pandemia; Hall contrató a cinco nuevos terapeutas. Atienden a casi 300 clientes al mes. “Estamos atendiendo a personas para las que la terapia es muy necesaria”, comenta. “Las adicciones son un síntoma: un mecanismo de defensa o adormecimiento”.

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‘Debemos educar’… Paula Hall, fundadora del Laurel Centre. Foto: Cortesía de la Dra. Paula Hall


El trabajo de Hall consiste en encontrar y hablar de la raíz del problema y después reconstruir una relación sana con el sexo. No se trata, señala, de la abstinencia. Muchos de los sectores más puritanos de la comunidad de adictos a la pornografía promueven la renuncia absoluta a la masturbación. Esto incluye elementos de NoFap, un movimiento de “recuperación de la pornografía” que comenzó como un foro de Reddit hace 10 años. (Fap es una palabra de jerga para la masturbación, a pesar de que NoFap.com ahora afirma que no es un foro antimasturbación).

NoFap y la comunidad más amplia de adictos a la pornografía se encuentran en una batalla contra los activistas pro-pornografía y elementos de la industria pornográfica. La religión parece respaldar algunas de las fuerzas de ambos bandos. (Mickelwait, de Justice Defense Fund, anteriormente fue el director de la abolición en Exodus Cry, un grupo activista cristiano que abogaba contra la explotación en la industria del sexo). Entre sus disputas se encuentra la existencia de la adicción. Sin embargo, en 2018, la Organización Mundial de la Salud clasificó el comportamiento sexual compulsivo como un trastorno de salud mental, equiparándolo a la ludopatía.

Varios estudios han analizado los efectos que tiene la pornografía en el cerebro. Algunos han sugerido que desencadena mayores sentimientos de deseo, pero no de disfrute, en los usuarios compulsivos, una característica de la adicción. Otros han indicado que el sistema de recompensa del cerebro es menor en los consumidores habituales de pornografía, lo que significa que podrían necesitar más material gráfico para excitarse. “En última instancia, no importa cómo se llame, porque es un problema“, señala Hall. Ha atendido hombres que deambulan por la habitación y no pueden pensar en otra cosa hasta que consiguen una dosis de pornografía: “Se ponen nerviosos“.

James (nombre ficticio) tiene poco más de 30 años y, al igual que Thomas, descubrió la pornografía a los 13. “Mis padres se odiaban y yo me escondía arriba en mi computadora”, cuenta. “La pornografía fue una herramienta adormecedora para cualquier tipo de emoción negativa que tuviera“.

James trató de conseguir ayuda en la universidad, cuando el uso de la pornografía para aliviar la presión de los plazos límites simplemente le quitó aún más el tiempo, perjudicando sus estudios. Encontró una consejera de relaciones. “Me estaba preparando para hablar sobre mi adicción a la pornografía por primera vez, y estaba muy nervioso, y la mujer dijo algo como: ‘¿Por qué no dejas simplemente de verla?’ Fue tan grosera”.

La experiencia desalentó a James a buscar ayuda hasta los 25 años, cuando el enorme estrés laboral lo hundió hasta su punto más bajo. “Prácticamente me di cuenta de que consumía pornografía a un ritmo más rápido de lo que el internet era capaz de producirla”, cuenta. Su hábito había arruinado dos relaciones serias. “Simplemente destruye el alma tener este apetito insaciable por la pornografía cuando te sientes horrible, pero nada cuando te sientes bien en una relación”.

Antes de conocer a Hall hace dos años, a James le ofrecieron terapia cognitivo-conductual con alguien que no tenía idea sobre las adicciones. Siguió la ruta de la adicción al sexo, pero odió un programa de 12 pasos que, según él, se basaba en la vergüenza y un “poder superior”.

Hall trató primero el resentimiento y la ira que James sentía hacia sus padres. “Después la terapia se trató de volver a aprender a tener relaciones sexuales”, comenta. Comenzó a clasificar los comportamientos en círculos. El círculo central contenía pornografía y quedaba fuera de los límites. Un círculo de “riesgo” incluía ciertos programas televisivos y sitios web no pornográficos pero vagamente sexuales. “El círculo exterior son los comportamientos buenos y útiles y que debería realizar, como llamar a mi familia e ir a las reuniones de adicción”, señala.

Hablar con otros adictos ha sido una importante estrategia sustituta de afrontamiento para James. Ahora consume mucho menos pornografía, pero incluso después de tres años le ha resultado difícil dejar de consumirla. “Puedes separarte físicamente del alcohol o las drogas, pero no puedes separarte de tu propia sexualidad“, señala. “Pero al menos ahora lo entiendo y puedo ver una ruta de salida. Solía existir una permanencia que era tan aislante”.

Hall comenta que aproximadamente el 95% de las consultas en Laurel Centre provienen de los hombres, y que la mayoría de las mujeres que los contactan están preocupadas por sus parejas. Ella cree que las mujeres representan un porcentaje significativo de usuarios problemáticos, pero cree que las adictas al sexo se enfrentan a una barrera de vergüenza aún más grande, porque prevén que serán consideradas como “putas o malas madres”. Sin embargo, señala que la misma política de género deja a los hombres emocionalmente a la deriva y no considera sus problemas.

“Educamos a las niñas para que sean los bastiones de la seguridad sexual: ‘No contraigas una ITS, no te embaraces, no te hagas de una reputación'”, señala. “Educamos a los muchachos para que no embaracen a las chicas y para que cuiden los sentimientos de las chicas”. Al hacerlo, comenta Hall, “dividimos las emociones de los hombres de su sexualidad a una edad temprana, mientras que con las mujeres separamos su deseo de su sexualidad, y nos preguntamos por qué tenemos un problema“.

Hall promueve una mejor educación sexual y de relaciones, además de un mejor acceso a la ayuda para las personas que desarrollan algún problema. También cree en la política de verificación de edad. Pero incluso si los gobiernos idean algo que funcione, añade Hall, “debemos aceptar que un niño determinado siempre encontrará una forma de vencer al sistema, motivo por el cual debemos educar también“.

Thomas y James también están de acuerdo en que se aplique una regulación más estricta. “Con frecuencia pienso que si hubiera existido algún filtro en internet cuando tenía 13 años, ahora estaría casado y tendría hijos y no tendría esta conversación“, comenta James. Jenkins, de Remojo, dice: “No se puede responsabilizar a los niños por interactuar con este contenido. Es vergonzoso que aceptemos la situación tal como está”.

Cuando hablo con Thomas, su aplicación Remojo le avisa que ha estado libre de pornografía durante 57 días. Señala que está asombrado por los resultados. Bloquear la pornografía en lugar de recibir terapia parece que está funcionando para él. El día que descargó Remojo, Thomas le pidió a su novia que creara y mantuviera en secreto un código de acceso que sería necesario para cambiar cualquiera de las configuraciones del bloqueador. Él cree que está 80% libre de su problema y siente la necesidad de buscar pornografía solo una vez cada dos semanas aproximadamente.

“El sexo ya no es difícil y mi novia puede volver a confiar en mí”, comenta. “Probablemente suena vergonzoso decirlo, pero ahora estoy mucho menos deprimido y siento que tengo el control de mi vida nuevamente”.

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