Cómo un puñado de científicos desarrolló la vacuna de Oxford a toda velocidad
Sarah Gilbert, de la Universidad de Oxford, lidera al pequeño equipo que trabaja en la vacuna. Foto: Christian Sinibaldi/ The Guardian

Ian Sample/The Guardian

En el corazón del esfuerzo de Oxford de producir una vacuna contra el Covid está media docena de científicos que aportaron décadas de experiencia al reto de diseñar, desarrollar, manufacturar y probar una vacuna segura a toda velocidad. 

La profesora Sarah Gilbert, la líder del proyecto nacida en Kettering, llegó a Oxford en 1994 a trabajar con el Profesor Adrian Hill, un miembro senior del equipo, en el parásito de la malaria, plasmodium. Ella empezó a trabajar pronto en vacunas experimentales, empezó con una que provocaba que los glóbulos blancos combatieran la malaria, seguida de una vacuna “universal” contra la influenza. 

Cuando era estudiante, Gilbert tejía cárdigans con perros y tocaba el saxofón en el bosque para no molestar a sus vecinos. Como investigadora en Oxford, se ganó una reputación de nada de tonterías, que algunos se la atribuyen al hecho de que crió trillizos, aunque su esposo dejó su trabajo para cuidarlos. 

El trabajo de Oxford de coronavirus está construido sobre el trabajo de Hill y Gilbert de vacunas basadas en un virus que causa el resfriado común en chimpancés. El adenovirus puede volverse inofensivo y luego modificarse para introducir material genético en las células humanas. El truco fue lograr que ese material se volviera el gen para una proteína en la superficie de un virus feo, uno que el sistema inmune pudiera bloquear. 

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Hill, un vacunólogo irlandés descrito por el Lancet como poseedor de una “rigidez silenciosa”, empezó con los ensayos clínicos de una vacuna contra el ébola basada en el virus del chimpancé durante el brote de 2014 en África occidental. Él y Gilbert patentaron la tecnología y en 2016 fundaron Vaccitech, una spin-off de Oxford, para capitalizar la investigación. El virus del resfriado de los chimpancés, ChAdOx, se convirtió en su arma predilecta en contra de la que la Organización Mundial de la Salud llamó “Enfermedad X”, un hipotético patógeno del futuro con potencial epidémico o pandémico. 

Antes del Sars-Cov-2, el virus detrás del Covid, vino Mers-Cov, un coronavirus que emergió hace casi una década en Arabia Saudita. Causa el síndrome respiratorio del Medio Oriente, una enfermedad más letal pero menos transmisible que el Covid. Al construir sobre el trabajo de Hill, Gilbert y otra colega, Teresa Lambe, desarrollaron una vacuna experimental contra el Mers-Cov. Mientras esta vacuna empezaba con ensayos con humanos en Arabia Saudita en diciembre del año pasado, el Sars-Cov-2 empezaba a moverse. 

El equipo de Oxford empezó a trabajar en la vacuna contra el Covid en la mañana del sábado 11 de enero, solo unas horas después de que científicos en China publicaran la primera secuencia genética del virus. Gilbert, Lambe y otros diseñaron la vacuna ese fin de semana. No estaba claro que tan rápido se propagaría el virus, pero Gilbert lo vio como una oportunidad para demostrar el desarrollo rápido de vacunas contra una nueva amenaza viral. 

Después de pocas semanas, Oxford tuvo vacunas funcionales para pruebas de laboratorio. Gilbert, de quien sus colegas dicen que puede mandar correos desde las cuatro de la mañana hasta muy tarde en la noche, inmediatamente le dio unas a las instalaciones de manufactura de Oxford para generar inyecciones de grado clínico para ensayos clínicos en humanos. La instalación de Biomanufactura Clínica, dirigida por Catherine Green, estaba preparada para la tarea e hizo rápidamente el primer lote de inyecciones para los ensayos de seguridad de la fase 1. 

El siguiente en unirse fue Sandy Douglas, quien se unió a Oxford como estudiante de medicina en el 2004 y trabajó en vacunas desde el 2007. Él le ha dicho a la gente por un tiempo que el brote podría ser tan malo como la influenza de 1918 y sintió que muchos de la comunidad científica no reaccionaron lo suficiente a los eventos en China. Su equipo ideó una manera de fabricar la vacuna a nivel industrial y formó un consorcio de manufactureros para producirla en el Reino Unido, Países Bajos, India y China. Para marzo, las facilidades se estaban equipando para hacer decenas de millones de dosis antes de que nadie supiera si la vacuna funcionaba. 

Para principios de abril, Oxford tuvo suficiente de la vacuna para empezar con ensayos clínicos. Andrew Pollard, el jefe del grupo de la vacuna de Oxford, quien ha pasado 20 años haciendo ensayos clínicos, se preparó y los supervisó. Su equipo trabajó con doctores en 19 sitios de ensayos en el Reino Unido y seis en Brasil y seis en Sudáfrica para realizar los ensayos. Ese mes, se inyectaron a los primeros voluntarios. 

Hoy, siete meses después, los científicos pueden decir que funciona. 

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