Yayoi Kusama, la artista viva más famosa del mundo que se encerró voluntariamente en un psiquiátrico
Foto: IG Museo Yayoi Kusama

“Al mirar atrás, veo que he recorrido un largo camino para llegar hasta aquí. Mi batalla constante con el arte comenzó cuando aún era una niña, pero mi suerte quedó echada en el momento en que tomé la decisión de marcharme de Japón y partir rumbo a Estados Unidos”, narra Yayoi Kusama en su libro autobiográfico La red infinita, donde cuenta su vida e inicios en el arte.

“Me moría de ganas de salir de Japón y de escapar de las cadenas que me retenían”, cuenta en su libro, donde explica que llegó a Estados Unidos el 18 de noviembre de 1957 y desde entonces todo cambió para ella.

Yayoi Kusama nació el 22 de marzo de 1929 en Matsumoto, Japón. Desde pequeña, comenzó a pintar pues eso le permitía ‘escapar’ de la dinámica familiar en la que vivía, donde sufría de abandono y maltrato.

A temprana edad, la nipona se percató de que tenía alucinaciones, tal como contó en su documental Kusama: Infinito.

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La obra de Yayoi Kusama es una de las más reconocidas a nivel mundial. Foto: EFE/Abir Sultan

“Un día estaba mirando el estampado de flores rojas de un mantel. Y, de repente, lo vi también cuando miré al techo, cubría las ventanas, todo el cuarto. Hasta a mí misma. Me asusté, sentí que comenzaba autodestruirme”, dice.

Para Yayoi esto era ya era recurrente, padecía de un trastorno obsesivo compulsivo debido a la neurosis provocada por la Segunda Guerra Mundial.

El psiquiátrico, su hogar desde 1973

Cuando falleció su pareja sentimental Joseph Cornell, Yayoi decidió regresar a su país. No tenía caso para ella quedarse en América, donde ya la conocían en los círculos del arte pero que, sin embargo, no había podido ganar dinero con su obra. Cansada del machismo, arrogancia del arte y el clasismo, Kusama empacó las maletas y regresó a su país de origen.

En duelo y enferma de depresión, la artista tomó una decisión difícil de creer: acudió a un hospital psiquiátrico en Tokio, y decidió quedarse ahí, donde permanece desde 1973 y desde donde ha realizado cientos de obras que hoy la convierten en la Midas del Arte del Siglo XXI.

Heather Lenz, directora del documental, dijo al periódico The Guardian que su encierro “no minimiza sus traumas o su condición mental, su reclusión fue una elección propia. Encontró esta institución cerca de su estudio y decidió que la cuidaran”.

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Su obsesión infinita

“Me obsesiona la acumulación, y con acumulación me refiero a que nada en el universo, ni las estrellas ni los planetas, existen por sí mismos, todo está encadenado”, expresa Yayoi Kusama en su documental. No solo eso, tenía una aversión al sexo —tal como su pareja Joseph Cornell—por lo que muchas de sus obras tienen formas fálicas compulsivamente, algo que apacigua su ansiedad.

“Era su forma, un tanto agresiva, de desafiar el poder de los hombres poseyéndolo simbólicamente”, dice Alexandra Munroe en el ensayo Obsesion, fantasy and Outrage: the art of Yayoi Kusama. No es para menos, la propia Kusama ha narrado las injusticias que pasó durante su estancia en Nueva York.

La nipona, al ser mujer y extranjera, se encontró con cientos de puertas que se le cerraron en la cara, le provocaron mucha ansiedad y pronto comenzó a trabajar hasta el agotamiento, incluso tuvo que ser hospitalizada en más de una ocasión pues no paraba de trabajar.

Yayoi Kusama, una extranjera en NY

Pero ni todo el agotamiento y el árduo trabajo de Yayoi Kusama le sirvieron para ganarse el respeto como artista.

“Conocía a Warhol, muchas veces quedábamos para discutir sobre arte, aunque no compartía su visión ni su conducta. Terminó copiando mis ideas, y se hizo famoso por la repetición y la acumulación”, contó en alguna ocasión Kusama. Hoy en día se sigue debatiendo en los círculos del arte si Warhol, Oldenburg y otros artistas del pop art le robaron las ideas a la japonesa.

Al no hallarse en aquel país y entrar en una depresión más fuerte tras la muerte de su pareja, Yayoi Kusama decidió abandonarlo todo, principalmente su sueño de ser una artista famosa y tener notoriedad dentro de su círculo, algo por lo que había luchado desde su llegada a América.

Irónicamente al abandonarlo todo consiguió lo que más deseaba: ser reconocida y alcanzar la fama con su arte.

Las primeras dos décadas de reclusión voluntaria las dedicó a escribir poemas y hacer creaciones salvajes, siempre ajena a lo que acontecía en el mundo exterior. Pero en 1993 la invitaron a formar parte de la Bienal de Venecia para representar a su país. Ella aceptó y de pronto todos hablaban de Yayoi Kusama.

Aquel círculo que alguna vez la había rechazado en Nueva York, ahora le abría las puertas del mundo. Sus obras comenzaron a ser reconocidas y con ello subieron de precio, lo que la convirtió en la artista viva más cotizada del mundo. Pero no por ello dejó el psiquiátrico.

Yayoi Kusama sigue recluida por voluntad propia. Su rutina sigue siendo la misma desde que comenzó su sanación: religiosamente todas las mañanas camina 10 minutos de su habitación al lugar donde esta su estudio. Ahí la espera su equipo, con quien labora alrededor de 10 horas diarias durante seis días a la semana. Al caer el sol, regresa al psiquiátrico.

Únicamente cambia su rutina cuando debe viajar por alguna inauguración, ir a los homenajes que constantemente le hacen por el mundo o porque concede entrevistas. De lo contrario, no modifica nada de lo que hace día a día.

Yayoi Kusama tiene 95 años y sigue creando desde su estudio, pues sabe que a través de su arte es que seguirá siempre viva, tal como lo dijo en su documental: “Ahora que el arte es lo único para mí, aunque esté en la última etapa de mi vida, quiero vivir para siempre”.

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