La figura del autor de 'El laberinto de la soledad' se quedó en la polémica por su cercanía con el poder.
La obra del único mexicano ganador del Nobel de Literatura, Octavio Paz, comienza una nueva vida liberada de los prejuicios y las polémicas que enturbiaron la figura del poeta.
“Empieza la nueva vida de Octavio Paz. Hay ahora la posibilidad de leerlo sin prejuicios, pues en vida tuvo mucho prestigio, y eso era un obstáculo para la transmisión poética”, explicó en una entrevista con EFE Anthony Stanton, investigador de El Colegio de México (Colmex) y especialista en la vida y obra del escritor.
También dificultaron su lectura desprejuiciada, dijo, las peleas ideológicas de las que tanto disfrutaba, su postura intelectual y sus confrontaciones políticas.
El reconocimiento de Octavio Paz radica en su extenso legado poético y ensayístico, con obras eternas como El laberinto de la soledad y El mono gramático, así como en el Nobel de Literatura que recibió en 1990.
“Su obra literaria es lo único que va a sobrevivir, y no sus ideas, actitudes o polémicas”, remarcó Stanton, quien, en su labor docente, dijo haber observado cómo los jóvenes se acercan a la obra de Paz sin viejas reticencias.
Una de las sombras que persiguen a Octavio Paz, incluso después de su muerte, se llama Elena Garro (Puebla, 1916-1998), su primera esposa y autora de Los recuerdos del porvenir.
La controversia surgió porque la creación literaria de ella fue, según algunas fuentes, coartada y opacada por el Nobel, quien presuntamente le prohibió escribir poesía para que no pisara su obra.
Pero los expertos consultados por EFE insistieron en destacar la influencia que ambos tuvieron en la literatura mexicana del siglo XX.
“Elena tenía miedo y dependencia económica. Es un poco de victimización, no se sentía suficiente para publicar, todo lo guardaba, lo rompía o lo quemaba. Pero no era Octavio Paz, era el sistema”, explicó a EFE Laura Ramos, autora de Los recuerdos sin porvenir, que repasa los últimos años de la escritora mexicana, con la que tuvo una relación personal.
No obstante, su matrimonio se tornó tormentoso y acabó en divorcio. En sus publicaciones, Garro aludió con frecuencia a Paz, en clave y de forma negativa.
“Vivo contra él, estudié contra él, hablé contra él, tuve amantes contra él, escribí contra él (…) en fin, todo lo que soy es contra él”, llegó a escribir la autora.
Pese a todo, Stanton defendió el estímulo literario mutuo que generaron y que, cuando se entienden sus obras de forma conjunta, se enriquecen una a la otra.
“Incluso (existe) la posibilidad de que hayan hecho obras juntos. Nadie habla de eso, pero hay posibilidad de sostenerlo”, subrayó.
Según el académico, Paz era consciente del valor de la obra de Garro y es falso que le prohibiera escribir poesía.
“Hay otra parte (de la relación) que se podrá apreciar el día que se publique íntegro el diario de Garro, quien da otra versión que no es igual a la que conocemos, que ha sido editada y manipulada”, sostuvo.
A la vez que la obra de Paz se lee con otros ojos 25 años después de su fallecimiento, la de Garro, de quien recientemente se han publicado cuentos inéditos recuperados, toma el vuelo que, tal vez, la figura de Paz le impidió tomar.
Poco antes de morir, ante las ofertas millonarias que instituciones estadounidenses hicieron por su biblioteca y archivos, Octavio Paz le dijo a Stanton cuatro palabras: “Soy un escritor mexicano”.
La frase se ha hecho piedra y, desde el pasado marzo, todos sus documentos, sus libros, sus obras de arte y las de su última esposa, la artista María José Tramini, están resguardados en La Perulera, una casona del barrio Tacuba de la capital mexicana, bajo gestión gubernamental.
“Ha sido un proceso demasiado largo, hemos vivido con incertidumbre. Estamos todavía en un túnel, pero podemos ver la luz al final, hay esperanza de que por fin vamos a ir conociendo el contenido total de su legado”, valoró el investigador del Colmex.
Con la recuperación y exhibición del acervo de uno de los poetas más importantes de la historia de México, de alguna forma, se cumple su último deseo escrito en su epitafio: “Mi casa fueron mis palabras, mi tumba el aire”.
“Era su esperanza que, como a los poetas muertos que leemos todavía, su obra también pudiera circular en el aire. Su gran esperanza desde su juventud era que la poesía pudiera ser una forma de comunión entre los seres humanos”, finalizó Stanton.
Con información de EFE
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