Los migrantes venezolanos en la CDMX enfrentan acoso y extorsión
Rafael y Luz junto a sus tres hijos: Bryan, Leonardo y Liam. Foto: Alexa Herrera / La-Lista

Cuando el pasado 12 de octubre el gobierno de Estados Unidos anunció que ampliaría el Título 42 a ciudadanos venezolanos, que ponía un freno al paso de migrantes de esa nacionalidad, Rafael, Luz y sus tres hijos: Bryan, Leonardo y Liam, venían de pasar por uno de los momentos más difíciles de su trayecto hacia el país norteamericano.

“Te puedes imaginar cómo nos sentimos cuando nos enteramos de eso, después de todo lo que habíamos pasado”, dice Rafael a La-Lista, en la Terminal del Norte de la Ciudad de México, desde donde esperan avanzar con su trayecto hacia Estados Unidos.

Rafael se refería a lo difícil que significó cruzar el Darién, una selva que abarca desde la región noroeste de Colombia la sur/centro de Panamá, una ruta que se ha convertido en el paso obligatorio para migrantes, particularmente venezolanos, que desean llegar a Estados Unidos en búsqueda de reiniciar sus vidas.

De acuerdo con cifras del Servicio Nacional de Migrantes de Panamá, al 28 de octubre de este año han ingresado de manera irregular 208 mil 866. personas, de los cuales 148 mil 052 fueron de nacionalidad venezolana, es decir, dos de cada tres.

A Rafael, Luz (su esposa) y sus hijos de dos, siete y 12 años les tomó siete días cruzar la selva del Darién hasta llegar a un refugio de la Organización de Naciones Unidas (ONU) llamado “El Abuelo”.

En ese refugio se enteraron de la noticia que ponía en vilo su sueño de migrar a Estados Unidos, la aplicación del Título 42, algo que hizo a Rafael y Luz cuestionarse sobre si seguir su camino o dar media vuelta y regresar.

Sin embargo, decidieron juntos seguir con esta travesía que los ha hecho transitar a pie por siete países en los últimos dos meses.

“Yo lo único que quiero es llegar con mis hijos y mi esposa a la frontera y poder cruzar”, dice Rafael mientras se tapa el rostro.

El camino hacia el sueño

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Foto: Alexa Herrera / La-Lista

La travesía rumbo a Estados Unidos inició el pasado 1 de octubre, cuando Rafael, Luz y sus tres hijos salieron de Bogotá, Colombia, país al que habían emigrado en 2018.

La familia vivía en Maracay, la capital del estado Aragua, una pequeña ciudad muy cerca de Caracas, pero las dificultades políticas y económicas de Venezuela los obligaron a irse a Colombia.

“Nosotros llevamos cuatro años y medio viviendo ahí en Colombia, pero no nos iba muy bien y ya decidimos irnos para Estados Unidos”, relata Luz.

Para llegar al Darién, Rafael, Luz y sus hijos tuvieron que tomar una lancha desde Necoclí, Colombia, hasta Capurganá, un municipio fronterizo con Panamá desde donde inicia la travesía por la selva.

Las noches eran los momentos más difíciles, pues la poca iluminación que aportaba la luna, sumado al frío y las lluvias los obligaban a tomar medidas drásticas

“Eso llovía, ellos (sus hijos) y nosotros nos teníamos que acostar desnudos y abrazarnos. No teníamos cobijas ni sábanas porque todo se te moja”, relata Luz con angustia, al recordar lo que fueron esos siete días para su familia.

“A mí me tocó agarrar las botas, cotarlas y quemarlas para que el olor alejara a las culebras. Nada fue fácil”, agrega Rafael.

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Foto: Alexa Herrera / La-Lista

A la familia de cinco le tocó cruzar incontables ríos a lo largo de su recorrido por la selva, donde perdieron comida y los pocos artículos personales con los que salieron de Colombia.

“Esa maleta de allí pesaba más de 70 kilos”, comenta Luz mientras apunta al único bolso donde guardaban ropa, un par de ollas que usan para cocinar en una pequeña hornilla que funciona con latas de gas de butano. “Nosotros ahí teníamos harina P.A.N, latas de sardinas y todo eso lo perdimos en la selva porque ya no lo podíamos cargar”.

Si eso no fuera suficiente, Luz y Rafael debían reponerse del impacto que suponía encontrarse con muertos a lo largo de la selva y dejar atrás a otros que no podían seguir caminando.

“Es impresionante lo que uno ve ahí. Hay gente muerta, ves los cuerpos ahí, hay otros que no pueden más (seguir el trayecto)”, dice Luz.

Sus pasos por Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala lo recuerdan sin tantas dificultades, principalmente por la ayuda que recibieron de hondureños y costarricenses.

“En Costa Rica nos regalaron este coche”, dice Rafael y señala una carriola de bebé. “Ese nos lo regaló una señora que trabajaba en la BMW, se veía que tenía dinero, nos vio y para ayudarnos nos lo regaló”, recuerda con una sonrisa.

“Aquí ponemos a dormir al bebé y a su hermano (el de siete años) para que estén más cómodos y nosotros dormimos en el piso”, agrega.

Llegada de México: El inicio de muchos problemas

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La familia venezolana platica de todo el camino que han recorrido. Foto: Alexa Herrera / La-Lista

Después de todas las adversidades en un recorrido de meses por Centroamérica, Rafael, Luz y sus hijos llegaron a México los primeros días de diciembre, donde se sentían – y de hecho lo están – cada vez más cerca de Estados Unidos.

Sin embargo, lo que menos esperaban era encontrar un sistema migratorio de acoso y extorsión que los ha llevado a situaciones límites durante su tiempo en este país.

En primer lugar, debieron de tramitar un permiso que les permite transitar por México para llegar a Estados Unidos. Dichos permisos tienen un costo de 300 pesos por persona, un gasto que asciende a mil 800 pesos para esta familia de cinco integrantes.

“El sistema mexicano creo que es muy precario o no sé cómo decirlo, nos dejan más opción que caer en su extorsión”, reprocha Rafael.

Esa extorsión a la que se refiere Rafael es que esos permisos que sacaron en San Pedro Buenavista, Chiapas, les son rechazados por autoridades migratorias en otros estados y les piden tramitar unos nuevos, es decir, volver a desembolsar más dinero.

“Es como si tú me dieras un permiso para caminar hasta esas maletas que están ahí”, ejemplifica Rafael mientras señala a unas maletas que están a unos pasos de distancia, “y después de ahí en adelante no me sirve ese permiso y tenemos que sacar otro”, añade.

“No lo entiendo, nosotros no somos gente mala, yo tengo un título de ingeniero, soy una gente que estudié. Ellos saben a lo que venimos y aún así nos hacen pasar por esto”, reprocha.

Para moverse en México ha sido otro gasto, pues taxistas y transportistas se aprovechan de su situación para tratar de sacarles el poco dinero con el que llegan.

“Primero unos motorizados nos llevan de un sitio a otro y nos cobran 300 pesos por persona. Luego de ahí tenemos que agarrar un autobús que son otros 300 pesos por persona y así estuvimos hasta llegar acá”, indica Luz.

“Es como si estuviera encompinchados (coludidos) para sacarle la plata a uno”, dice Rafael.

En México ninguna de las autoridades, ni mucho menos funcionarios de la Embajada de Venezuela, se les han acercado a ofrecerle ayuda u oportunidad de quedarse en algún albergue.

“Estamos a nuestra propia suerte, los únicos que nos han ayudado aquí son ellos”, dice Rafael y señala a un puesto de Médicos Sin Fronteras que se encuentra en la Terminal del Norte, “Ellos nos ayudaron a ponerle ese yeso a Leonardo que se nos cayó estos días y se fracturó el brazo y no nos cobraron nada por eso”.

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Foto: Alexa Herrera / La-Lista

“Hemos pasado noches sin poder comer porque no tenemos con qué. Lo único es que estamos esperando es un alma que nos pueda ayudar a llegar a la frontera”, abunda.

“Dormimos en el piso con frío y sin sábanas, a veces no dormimos bien porque en la madrugada los de limpieza nos despiertan para limpiar”, secunda Luz.

Historias que se cruzan

La historia de Rafael, Luz y sus tres hijos no es la única en la Terminal del Norte de la Ciudad de México, así como ellos hay cientos que esperan poder llegar y cruzar la frontera.

Tal es el caso de Frank de 41 años, quien también es oriundo de Maracay, que estaba con su esposa y su bebé entre brazos.

Los tres habían logrado cruzar la frontera entre México y Estados Unidos, pero la autoridad migratoria estadounidense los detuvo y los mandó de regresó a México.

“Nos agarraron en Reynosa y nos montaron en un autobús y nos llevaron a Ciudad Juárez, de ahí nos montaron en un avión y nos trajeron de regreso para acá”, relata Frank.

Su esposa, quien no reveló su nombre, lamenta que las compañías de autobuses hayan incrementado el precio de sus pasajes sin ninguna razón para llegar a alguna ciudad fronteriza.

“Nosotros salimos apenas hace unos días de aquí y nos cobraron dos mil 900 pesos por pasaje y hoy ya quieren cobrar más de 3 mil 200 que porque es temporada alta. Imagínate entonces para nosotros tres son más de nueve mil y no tenemos para eso”, dice.

Pese a haber sido deportados, Frank y su familia volverán a intentar cruzar la frontera para cumplir “el sueño americano”.

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