¿Vivimos en la Matrix? Detrás del documental que explora la teoría de la simulación
Una escena de A Glitch in the Matrix. Fotografía: cortesía de Magnolia Pictures

El documental de Rodney Ascher, A Glitch in the Matrix, abre igual que muchas otras películas de no ficción, con el sujeto de una entrevista preparándose frente a las cámaras. En esta ocasión, un hombre llamado Paul Gude está en una llamada de Skype en un escenario conocido para muchos que han pasado el último año en videollamadas. Está sentado en lo que parece una recámara que también funciona como oficina, el lente fisheye de la webcam encuadra un poco de ropa sucia, una repisa llena de libros y juguetes decorativos, un poco de arte casero en las paredes. Pero la mirada se dirige de inmediato al propio Gude, una criatura hiperreal generada por computadora con piel cobriza brillante, una armadura de guerrero, una cicatriz que va desde su frente hasta su mejilla, y una melena de polígonos cambiantes con un tono rubí que hace que su cabeza parezca un dado de 20 caras. Podría ser el primo lejano de León-O de los Thundercats, y está aquí para decirnos que todo lo que conocemos podría ser una mentira.

Las obras de Ascher prestan atención con paciencia y la mente abierta a excéntricos con obsesiones inusuales, ya sea el fenómeno de la parálisis del sueño (en su película The Nightmare) o la infinidad de secretos que se esconden dentro de la adaptación de Stanley Kubrick de The Shining (en su película más popular Room 237). Su último trabajo observa todos los ángulos de la floreciente cultura de la “teoría de la simulación” y sus partidarios, personas que creen que la realidad que damos por sentado no es más que una proyección de lo que el insignificante cerebro humano percibe como verdadero. Para tratar un tema tan necesariamente alucinante, Ascher adoptó la animación más que en cualquiera de sus otras películas, para presentar las experiencias relatadas como increíbles abstracciones en un paisaje onírico de artificio digital. No tardó mucho en darse cuenta de que las mismas técnicas pueden aplicarse para avivar el que de otro modo sería inerte metraje que obtuvo de sus múltiples encuentros en línea. Es una movida inspiradora, tanto una rima formal con el material como, desosé de meses de reuniones a través de la pantalla de su laptop, una parodia inesperada del banal aislamiento de la cuarentena.

“Es una coincidencia extraña, porque de hecho comenzamos a grabar las entrevistas en 2019”, dice Ascher a The Guardian por teléfono, mientras espera la premiere en el Sundance virtual. “Creí que hacer todo esto a través de un intermediario digital combinaba bien con las historias. Conforme interactuábamos, de alguna manera, sólo éramos pixeles y puntitos de color y salidas de audio. Parecía algo apropiado, y para ser franco, nos permitió ahorrar dinero. El hecho de que poner estas figuras animadas en el encuadre parezca una sátira del mundo de Zoom en que hemos vivido durante los últimos diez meses es un divertido y extraño golpe de suerte. Estos proyectos tienen su forma de atraerlos”.

Aunque Gude y sus ilustres hermanos quieran hacernos creer que no existe tal cosa. Las coincidencias que aceptamos como caprichos de la casualidad sólo son imperfecciones del sistema en el que estamos conectados, cualquiera que sea su forma. Podríamos ser cerebros en cubetas, que reciben estímulos eléctricos mediante cables controlados por científicos, o tal vez no somos más que bytes de información en el disco duro de alguna criatura inteligente. Platón propuso que tal vez estamos encadenados dentro de una caverna y confundimos las sombras en los muros con las cosas que las proyectan. Desde los videojuegos de realidad virtual hasta la cultura pop, cualquier número de metáforas habla del concepto central de una dimensión a través de la que algunos habilidosos pueden ver. En el caso de los psiconautas más aventureros que aceptan estas ideas figurativas como hechos literales, algunos incluso intentan controlar la ilusión.

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La primera impresión de Ascher de la teoría de la simulación llegó mediante los muchos íconos de la ciencia ficción que interactúan con ella, desde el texto clave de The Matrix hasta los escritos de Philip K Dick y algunos extraños episodios de The Twilight Zone y Lost in Space. Fue hasta que salió a promocionar su propia película, The Nightmare, cuando se dio cuenta de qué tan pervasiva realmente es la hipótesis y la comunidad organizada que la rodea. “Uno de los chicos con los que hablé para esa película dijo que él pensaba que lo que sucedía durante una experiencia de parálisis del sueño era lo mismo que ver el código, como los unos y ceros que Neo ve”, recuerda Ascher. “De inmediato, eso la puso en mi radar, y comencé a leer todo lo que podía encontrar al respecto, me di cuenta de que cada vez aparecía más y más. En noticias, chistes, tuits, apariciones de Elon Musk, Rick y Morty. Estaba por todos lados. Después de un tiempo, prácticamente no podía ver otra cosa”.

El cineasta buscó en exclusivas esquinas de internet algunos discípulos de la teoría, y descubrió una creciente comunidad con una variedad compleja de relaciones con el principio unificador. Gude, criado por un pastor, perdió el contacto con Dios y encontró una alternativa útil en lo racional; Alex LeVine (hablando a través de un autómata con cara de emoji con el cerebro flotando en un líquido) pensó que algo estaba pasando después de desafiar a la muerte y a la probabilidad; el Hermano Laeo Mystwood (una especie de Anubis con ojos brillosos y tuxedo) “hackeó” la semana de siete días y poco después el resto de la existencia; Jesse Orion (un ogro vestido de astronauta) se refugió de una vida con pocas opciones en un universo más allá del nuestro. El último testigo, un hombre llamado Joshua Cooke, habló por teléfono con Ascher por razones que después se aclaran de manera desgarradora. Su oscura anécdota se reproduce sin un personaje, y nos lleva a través de su rompimiento con la cordura en primera persona.

“Porque esta historia termina en un sitio tan serio y trágico, creí que sería demasiado, no sé si superficial es la palabra adecuada, pero se sentía muy ligero para lo que queríamos representar”, así explica Asher la perspectiva íntima y alienante de ese segmento. “Fue muy complicado juntar las piezas, necesitábamos un modelo en 3D de la localización mediante un proceso de fotogrametría para crear una casa virtual en la que pudiéramos flotar como fantasmas. Lo único que me gustó de eso es que aunque es muy impactante, está lleno de imperfecciones y agujeros donde la información no se digitalizó adecuadamente. Aprecié esa calidad, porque se sentía más como una memoria recordado tantas veces que tenía desgaste en las orillas”.

La sección de Cooke ilustra los peligros inherentes a rechazar nuestros alrededores como falsos. Aunque de maneras menos extremas, el resto de los testimonios comparten un narcisismo estimulante, la inflación del ego detrás del razonamiento de que todos los demás son tan aburridos que deben ser personajes en un juego hecho sólo para tí. Las preguntas filosóficas de la subjetividad (la clásica ¿cómo sabemos que lo que tu consideras verde es lo mismo que yo considero verde?) pertenecen tradicionalmente al ámbito de las habitaciones llenas de humo, pero el discurso ha sido adoptado por una sobria demografía más interesada en establecer su distopía privada que en crear una utopía. “Piénsalo. ¡Elon Musk es el tipo más capitalista del planeta!”, dice Ascher. “Ya no podemos rechazar estas cosas como basura de los pachecos y los hippies. Su disposición para considerarla la convirtió en una idea popular”.

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Un discurso de 1977 de Philip K Dick en Francia le da estructura a la película, y muestra los humildes inicios de la teoría de la simulación en la conciencia pública. Desde entonces, se ha esparcido mucho más allá del auditorio de Metz, mientras más facciones de teorías de la conspiración juegan con la noción de que la sociedad puede ser una treta elaborada. La paranoia de la subcultura de QAnon coincide con el cinismo crédulo articulado por algunos de los entrevistados por Ascher, algo que él también notó. “las personas ven cualquier representación del mundo proveniente de una fuente en la que confían, y hacen muchas presuposiciones sobre la realidad basada en ella”, dice. “Una de las crisis más grandes del Siglo XXI tiene que ver con cuántas fuentes de información hay. Muchas de ellas no corresponden con otras, y nos dejan en estos peligrosos lugares de desacuerdo. He escuchado que diga ‘Tienes derecho a tener tu propia opinión, pero no tus propios hechos’. Las personas ni siquiera pueden encontrar las mismas premisas para partir”.

Un espectador puede imaginar fácilmente a Ascher perdido en el bosque mientras trabaja en la producción , y eventualmente se pregunta si estos tipos (y no todos son hombres) pueden tener algo de razón. Pero él ancla su investigación sin prejuicios con un escepticismo saludable. Es un modelo para la curiosidad, capaz y dispuesto a considerar nociones extravagantes y a extender su compasión a quienes las apoyan, mientras mantiene sus posturas fijas en la tierra. Él sabe cómo absorberlo todo sin que lo absorban a él.

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“Hay dos cosas que decir sobre a dónde ha llegado mi viaje con la teoría de la simulación”, dice Ascher. Ciertamente no estoy más cerca de aceptarla como una verdad científica, aunque ese no es el aspecto que más nos interesó en la película. El entrelazamiento cuántico y la constante de Planck, intentar demostrar o desmentir todo eso. Para mí, parece más bien una cuestión de creencia. La teoría de la simulación es un mito creacionista. Tan útil y profundo como lo son otros, y no necesariamente afecta tu vida diaria. Creer que vivimos en una computadora hecha por alienígenas o personas del futuro no cambia la manera en que voy a criar a mis hijos o pagar mis deudas. Todavía utilizo el retrovisor para manejar”.

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