Jarvis Cocker se encuentra en México con su <em>Common people</em>
El cantante Jarvis Cocker presentó su nuevo libro en el Hay Festival de Querétaro. Foto: José Arrieta

“Yo nomás estoy aquí por si es necesario usar la fuerza letal”, bromea un guardia de seguridad mientras sostiene las manos de sus compañeras que componen una endeble valla humana que ninguno de los 20 fanáticos de Jarvis Cocker intenta transgredir, quizá más por una mezcla de resignación y de ganas de fiesta que por respeto a la autoridad.

Hasta allí han llegado luego de esperar por más de una hora formados en las inmediaciones del Teatro de la Ciudad por un autógrafo que jamás llegó. A lo más, tuvieron la fortuna de ver salir al vocalista de Pulp por una puerta y entrar a otra, tratando de escapar del acecho de no más de medio centenar de personas, la gran mayoría de edad media, pero también unos cuantos jóvenes que grababan para Instagram el evento.

“A la de tres vamos a cantar la de Common people”, grita una de ellas, acción en la que no es secundada por nadie. Incluso hay quien le dice que, además de que sería raro, no se sabe la canción y que solo está allí a la mexicana, porque nos gusta ver el borlote.

Minutos antes, Jarvis Cocker había cautivado a los asistentes a su presentación en el Hay Festival, a cuyo escenario llegó portando un llamativo saco verde y una gran bolsa de plástico negra, en donde estaban algunos objetos extraídos del ático del hogar que compartía con su mamá, sitio que es el gran protagonista de su más reciente libro Pop bueno, pop malo.

Como a la gente ordinaria, a Jarvis le gusta juntar objetos. No importa si son pequeños libros que salían en las máquinas de chicles, envolturas de jabones que cambiaron de diseño después de muchos años o libros de la escuela en los que fantaseaba sobre cómo se llamaría su banda y cómo sería su escenario.

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Jarvis Cocker y su bolsa de memorias. Foto: José Arrieta

“El pop era empoderamiento, fue hecho para satisfacer deseos primarios”, soltó el cantante entre anécdotas, como cuando Leonard Cohen, de quien guardaba una foto, le habló sobre la magia de hacer canciones.

“Jarvis, no debes hablar de esto; si interfieres con la dinámica sagrada vas a poner a cualquiera a echar a perder aquello que nosotros hacemos y jamás vamos a poder hacer una canción de nuevo”, señaló el músico británico emulando a la perfección el ronco tono de voz característico de Cohen, quien en su momento recibió el premio Príncipe de Asturias.

Ante un público entregado, Cocker habló lo mismo de los pantaloncillos bávaros que su mamá encontraba muy tiernos para él, pero que provocaban burlas en la escuela, que de una accidentada muestra de amor que incluyó dos ventanas abiertas y un absurdo acto de escapismo que concluyó con él en un hospital por dos meses. Todo ello guardado por objetos que funcionan como cápsulas de la memoria en un viejo ático.

“Lo que hice fue intentar decidir qué cosas iba a guardar y cuáles iba a tirar. La idea era observar esos objetos y tratar de saber qué me contaban sobre mí y terminó siendo una historia de mi vida a través de los objetos”, argumentó Cocker.

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Jarvis Cocker y Mariana H. Foto: José Arrieta

Bajo el cielo imprevisible de Querétaro, lo mismo listo para la tormenta que para un sol desértico y cristalino, una muchacha vestida completamente de violeta salió a anunciar lo que todos ya sabían: no importaba cuánto esperaran, Jarvis Cocker no iba a firmar más autógrafos en ese momento, pero había algo más.

“¿Eres tú quien le mandó el dibujo?”, dijo, señalando a un hombre alto, flaco y con un estrabismo elocuente. “Puedes morirte tranquilo: lo está viendo en este momento y dijo ‘genial, más cosas para el ático’”.

Esas son las pequeñas victorias que hacen grandiosa la vida de la gente ordinaria como ese hombre, los fanáticos que esperaron sabiendo que se regresarían sin autógrafo y del mismo Jarvis Cocker, quien se asume como uno de ellos.

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