Marianela Núñez: ‘Lo que el confinamiento me enseñó, una vez más, es que la danza es mi verdadera pasión’
Marianela Núñez, bailarina principal del Royal Ballet. Foto: Sophia Evans/The Observer

Ha sido un año extrañamente fracturado para la danza. Los repetidos confinamientos sofocaron el talento y frustraron las nuevas ideas. Las propuestas en línea y al aire libre proporcionaron cierta liberación, pero cuando los teatros volvieron a abrir en mayo, los bailarines emergieron como si hubieran salido de la hibernación, llenos de vida, ansiosos por seguir con sus notoriamente cortas carreras.

Ninguno más que Marianela Núñez. El Royal Ballet se ha destacado como compañía este año, pero ella es la estrella fija que brilla en su corazón, que nunca decepciona, que siempre avanza hacia su objetivo de perfección. Su sonrisa ilumina el escenario, pero es la pureza de su técnica clásica, la sensación de que estás viendo a alguien en la cima absoluta de sus habilidades.

Volvió a actuar en junio en Dances at a Gathering, de Jerome Robbins, una pieza para 10 bailarines con música de piano de Chopin, que es a la vez melancólica y alegre, una sutil celebración de la amistad y el amor. En el papel de la niña de rosa, se mostró juguetona y melancólica alternadamente, cuidadosamente preparada para no revelar demasiado pero sugerir una profundidad oculta. “Fue tan hermoso estar de regreso y sentir el ambiente con los demás bailarines“, dice. “Todos habíamos estado metidos en nuestras pequeñas burbujas, trabajando por nuestra propia cuenta, y fue muy emotivo regresar”.

Para Núñez es importante formar parte de una compañía. Es una bailarina principal, pero no una prima donna. El mes pasado bailó el papel principal en Giselle, pero también, en otras funciones, el papel secundario de la amenazante y fantasmal Myrtha. “Bailé mucho Myrtha al principio de mi carrera y después, en cuanto empecé a bailar el papel principal, dejé de hacerlo. Sin embargo, Myrtha es tan importante para la historia del ballet; ella establece ese mundo místico en el segundo acto y tiene que mantener la escena durante mucho tiempo. Simplemente pensé en lo brillante que sería ahora, cuando tengo más conocimiento, darle otra oportunidad. Así que le pregunté a Kevin (O’Hare, el director del Royal Ballet) si podía hacerlo. Fue un sueño. Pero oooh, es muy exigente físicamente“.

Sonríe, dejando escapar el aliento con un suspiro. “A veces me sorprendo a mí misma pensando, Dios mío, ¿cómo puede gustarme tanto esto, especialmente con papeles como los clásicos, porque son aterradores? El reto es enorme. Pero me aporta tanto. Regresar ha sido fenomenal. Sigo intentando saborear cada pedacito. Lo que el confinamiento me enseñó, una vez más, es simplemente lo mucho que amo lo que hago. Es mi amor verdadero y mi pasión”.

Todas las interpretaciones de Núñez destacan por su perfección, por la sensación de que se adentra en un largo viaje hacia el ballet clásico. Está decidida a extraer todos los matices de los papeles creados en los siglos XIX y XX para que el público del siglo XXI los entienda y aprecie. “Soy toda una bunhead“, dice con una risita, burlándose de su obsesión por la historia del ballet. “Antes de mis interpretaciones en Giselle, volví a ver el documental de Anton Dolin (A Portrait of Giselle) sobre el ballet, con bailarinas como Alicia Markova, Yvette Chauviré, Carla Fracci, todas estas leyendas, y no dejo de repasar todas estas cosas en mi cabeza”.

“Hay tanto que aprender. Sin duda alguna, cada vez siento más curiosidad por estas obras clásicas, por estos estilos, pero también por mí, por cómo abordo estos famosos papeles. Cada ensayo es un verdadero viaje. Sigo preguntándome cómo puedo impulsarlo, para que cada interpretación sea un trabajo en curso. Todavía tengo una gran oportunidad de conseguirlo, de mejorar”.

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Núñez con Federico Bonelli en Dances at a Gathering de Jerome Robbins en el Royal Opera House en junio. Foto: Foteini Christofilopoulou/Foteini Christofilopoulou 2021 www.foteini.com 07866469772

Nacida en Argentina, Núñez llegó al Royal Ballet en 1997, como una prodigio que había bailado papeles principales en el Teatro Colón de Buenos Aires desde los 14 años. La ley de trabajo de Reino Unido significó que pasó un año en la escuela del Royal Ballet, incorporándose a la compañía a los 16 años y ascendiendo a bailarina principal en 2002. Ahora, a los 39 años, sigue en su apogeo, y sus capacidades físicas no muestran ningún signo de declive.

Siento que realmente estoy en la plenitud de mi vida“, dice con otra risa. “Pero, en realidad, creo que he estado en la plenitud de mi vida durante mucho tiempo. El hecho de poder mantenerlo es el mayor regalo para mí. No solo se trata de la madurez y la comprensión de la forma de arte, sino que mi cuerpo se siente genial. Puedo actuar tres días seguidos y seguir sintiéndome muy bien”.

Para alguien que ama la danza, el confinamiento constituyó un reto especial. Para su primera y larga ausencia forzada de los escenarios en 2020, se fue a Argentina para estar cerca de sus padres, “tomé el último avión”, y de su novio, Alejandro Parente, exbailarín principal del Teatro Colón. Al final se quedó cinco meses. “El confinamiento allá fue súper estricto. Al menos aquí en Reino Unido la gente podía salir a pasear por el parque; a nosotros solo se nos permitía rodear la cuadra”.

Al igual que cualquier otro bailarín, se mantuvo a flote impartiendo clases en un espacio reducido, encontrando refugio y consuelo en esa rutina diaria de ejercicio. “Pensé que iba a enloquecer. Pero la verdad es que me sorprendió lo madura que me sentía al respecto. Pensé que habría más lágrimas”, dice, sonriéndose a sí misma. “Creo que fue porque pude ver que en todo el mundo, todos nos encontrábamos en el mismo lugar, dándonos fuerza unos a otros. Fue difícil, pero lo hicimos”.

Su regreso a Inglaterra y a la danza, mostrando un virtuosismo radiante en los pas de deux de Don Quijote y Le Corsaire, cuando se levantaron brevemente las restricciones a finales del año pasado, fue pura alegría. “Pude ver lo bien que bailaban todos. Me sentí muy orgullosa. Creo que eso me dio un empujón para saber que todo iba a salir bien, solo teníamos que ser pacientes“.

Este año, sus interpretaciones han sido inolvidables. No solo en Dances at a Gathering, sino también como una gloriosa Aurora despertada de su sueño en el tercer acto de La Bella Durmiente. “La palabra en la que pienso es contenta”, comenta. “Tiene que estar feliz, pero no de forma descarada. Se siente muy grande”. Esta descripción también se podría aplicar a la misma Núñez. Contiene felicidad en su baile, pero va mucho más allá de la apariencia y las sonrisas.

Puesto que desea seguir actuando todo el tiempo que pueda, reconoce que el confinamiento pudo haber tenido un efecto secundario beneficioso, porque le proporcionó la oportunidad de descansar, de aliviar esos extraños dolores que siempre sufre el cuerpo de un bailarín. “Mi fisioterapeuta dijo que me daría otros 10 años”, cuenta, riendo de nuevo. Se inspira en bailarinas como Sylvie Guillem y Leanne Benjamin, prodigios como ella que prolongaron su carrera hasta bien entrados sus 40 años. “No fue que solo siguieran bailando, era que cada vez que las veías eran magníficas. Podías sentir su energía. Si llego a ser como ellas, será increíble.

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