Una segunda maternidad: la labor de cuidado de las mujeres tras una desaparición

Una segunda maternidad: la labor de cuidado de las mujeres tras una desaparición

Por Alexis Ortiz
Fotos: Frida Betanzos

A sus 54 años, Isabel tenía un sueño muy sencillo: consentir a sus nietas y que ellas la llamaran “abuelita”. Parecería un anhelo fácil de cumplir, pero la violencia que se vive en México le arrebató esa oportunidad.

El 28 de diciembre de 2016, Isabel sufrió la desaparición de su hija, Griselda Arzamendi Manterola, en el Puerto de Veracruz. La joven de 30 años salió de su casa para ir a entregar un par de zapatos que había vendido, sin embargo, no se supo nada más de ella, hasta dos años después que las autoridades encontraron su cuerpo en la comunidad de Laguna de Arbolillo en el municipio de Alvarado.

Cuando desapareció, Griselda tenía dos hijas, una de dos años y otra de 12 años. Ambas quedaron bajo el cuidado de Isabel. Ella, desacostumbrada a la crianza desde hace tiempo, tardó en asimilar que de nueva cuenta tenía bajo su responsabilidad a dos niñas.

“Fue un bloqueo para mí, no me caía el veinte de que iba a volver a empezar. Hasta que lo empecé a digerir y dije: ¡Wow! Ni modo, hay que agarrar al toro por los cuernos y hacer el luto a un lado”, relata Isabel.

Especialmente, lamenta que no pudo tener la relación que ella soñaba con sus nietas. “Tuve que hacerla de mamá y las mamás a veces somos las brujas del cuento. Las abuelas estamos para consentir a los nietos, pero en mi caso no fue así”.

Isabel tenía mano firme cuando su nieta mayor le pedía permiso para salir con sus amigos. A veces no la dejaba y cuando sí lo hacía la bombardeaba con mensajes para saber dónde estaba.

“Eran unos encontronazos, nos volvimos muy agresivas, chocábamos constantemente”, recuerda Isabel.

La tristeza que reprimió para evitar llorar frente a sus nietas. La preocupación de que otra integrante de su familia fuera víctima de desaparición. Las noticias sobre la incesante violencia en Veracruz. Todo esto fue una bomba que hizo explotar a Isabel, aunque al final logró su objetivo de mantener a salvo a sus pequeñas y procurar que sigan estudiando.

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Griselda Arzamendi Manterola desapareció en el Puerto de Veracruz en 2016. Foto: Frida Betanzos/ La-Lista

México atraviesa una crisis de desapariciones que no solo ha lastimado a las más de 110 mil víctimas de este delito, sino a todas sus familias, incluyendo niños, niñas y adolescentes.

Raquel Maroño, investigadora del Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia (IMDHD), estima que en el 95% de los casos las mujeres se tienen que hacer cargo de los cuidados de todos estos menores de edad afectados por una desaparición.

La experta, quien ha acompañado a familiares de víctimas desde 2020, tiene un par de hipótesis sobre por qué ocurre esto. Lo primero es la tradicional división del trabajo: mientras los hombres salen a ganar dinero, las mujeres se hacen cargo de las labores de cuidado y de la búsqueda de sus seres queridos. Otro factor podría ser que, ante una desaparición, algunas familias se desintegran y ellas se quedan solas.

“Lo cierto es que las mujeres que llevan esta responsabilidad van encontrando maneras de resistir”, dice Maroño. “Sobra decir que ellas son muy fuertes y que las niñas, niños y adolescentes que quedan a su cargo usualmente se convierten en el motor de su motivación y de sus ganas de continuar”.

Isabel tuvo que ingeniárselas para mantener a sus nietas. Siempre se ha dedicado a la venta de postres, pero cuando no había suficientes ventas se iba a trabajar de seis de la mañana a cinco de la tarde en un lugar donde “palmeaba” hasta 40 kilos de masa para hacer tortilla.

En estos años, Isabel solo ha tenido el apoyo de su otra hija que ahora tiene 32 años. Su esposo murió antes de la desaparición de Griselda y su familia se alejó de ella, con el pretexto de que les podía pasar algo malo si la iban a visitar.

En Veracruz hay más de 7 mil 400 víctimas de desaparición. Es el cuarto estado de la República donde más se comete este delito. También es un estado donde muchas mujeres se han levantado como robles, no solo para buscar a sus seres queridos, sino para cuidar a todos los niños, niñas y adolescentes que se han visto afectados de forma indirecta por este crimen.

Mujeres se organizan para cuidar a niños, niñas y adolescentes

La-Lista aplicó una encuesta de forma aleatoria a 776 familias de víctimas del país para conocer cuántos menores de edad tienen a un familiar desaparecido. A través del cuestionario se reportaron 2 mil 327 niños, niñas y adolescentes en esta situación.

Esto quiere decir que, en promedio, en cada familia con una o más personas desaparecidas hay tres menores de edad que se han visto impactados por esa o esas ausencias.

En México hay más de 110 mil víctimas de desaparición, por lo que se puede estimar que son cientos de miles de niños, niñas y adolescentes que están atravesados por este problema. No solo son hijos e hijas de personas desaparecidas, sino hermanos y hermanas, sobrinos y sobrinas, primos y primas, nietos y nietas.

La depresión, la ansiedad, problemas económicos y dificultades para seguir estudiando fueron las principales afectaciones que los menores de edad padecen, según las familias que respondieron este cuestionario. 

Las mujeres son quienes han hecho frente a esta crisis: han impulsado la creación de leyes e instituciones para atender el problema de las desapariciones; salen a campo a buscar a sus seres queridos, pese a los riesgos que eso implica, y cuidan a los pequeños y las pequeñas que han sido afectados por este delito.

“Ahí donde los roles asignados a los sexos se siguen manteniendo en este país —como los roles del cuidado—, esos niños, niñas y adolescentes quedan en las manos de mujeres”, dice Tania Ramírez, directora de la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim).

La defensora de derechos humanos coincide con la hipótesis de que las mujeres se hacen cargo de estas infancias, mientras los hombres trabajan. “En un país donde por el mismo trabajo se paga mucho más a un varón, se vuelve una decisión más ‘inteligente’ y rentable que sea él quien trabaje”, critica Ramírez.

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Rocío y Leticia se hacen cargo de Andrés, tras la desaparición de Ricardo Delgado Valerio en 2015.

Aunque no siempre es así. Hay muchas mujeres que sufren la desaparición de sus parejas que son el sostén económico del hogar. Eso le sucedió a Rocío Guadalupe Sagahón Reyes, quien sufrió la desaparición de Ricardo Delgado Valerio, su exesposo. Ambos habían llegado a un acuerdo: mientras ella cuidaba a su hijo Andrés, quien fue diagnosticado con Asperger desde los tres años, él trabajaría y se haría cargo de la manutención de los dos.

El acuerdo funcionó por unos tres años, hasta el 3 de agosto de 2015, fecha en la que Ricardo desapareció. En ese tiempo él trabajaba como guardaespaldas de José Ramón Gutiérrez de Velasco Hoyos, un diputado local del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Hasta ahora las autoridades no han dado con el paradero de la víctima.

Rocío tuvo que “partirse” en dos partes luego de la desaparición de Ricardo. Por un lado tenía que seguir cuidando a su hijo Andrés Eduardo y, por el otro, tenía que buscar la manera de obtener dinero para mantenerlo.

Empezó dando clases particulares a niños, niñas y adolescentes. Vendía zapatos y ropa por catálogo. Llegó a trabajar en una taquería. Pero como el dinero no alcanzaba para cubrir los costos de las terapias de Andrés, Rocío decidió volver a trabajar como policía municipal, una profesión que ya no ejercía desde 2011.

“La desaparición de Ricardo fue algo impactante. Para un hijo con una condición como Andrés, o para un chico regular, siempre es importante la imagen paterna. Sí llegó un momento en el que dije ahora qué voy a hacer”, comparte Rocío.

Rocío se ha apoyado en su mamá y en su suegra para cuidar a Andrés. Entre las tres se turnan para llevarlo a sus terapias y a sus entrenamientos de lanzamiento de bala, un deporte en el que ha obtenido varias medallas a pesar de su condición física y de las afectaciones emocionales que tuvo por la desaparición de su papá.

Leticia Delgado, la abuelita paterna de Andrés, se encarga de la búsqueda de Ricardo, su hijo desaparecido. Ella se integró al colectivo Solecito de Veracruz y desde esa organización consiguió que su nieto tuviera acceso a terapias para atender su padecimiento de Asperger.

Cuando Rocío sale tarde de trabajar o tiene que hacer guardias los fines de semana, Leticia se hace cargo de los cuidados de Andrés. Lo mismo hace su abuelita materna. Aunque la mamá del menor siempre está al pendiente de él a través de llamadas y mensajes telefónicos.

“Nosotras las mamás traemos a la vida a este ser humano y cuando falta papá, como es el caso de Andrés, las mujeres no debemos bajar la guardia, de la manera que sea tenemos que sacar adelante a nuestros niños”, comenta Rocío.

Raquel Maroño, la investigadora del IMDHD, señala que, luego de una desaparición, la vida de las mujeres se reconfigura: “Ya tenían algunas cosas seguras, pero de repente eso se rompe y se van haciendo de las herramientas que pueden en el camino para sacar adelante a los niños, niñas y adolescentes que tienen a su cargo”.

La experta también ahonda más en uno de los motivos por los que las mujeres cargan con esta labor de cuidados. “Uno de los fenómenos que vemos constantemente en las familias es que a raíz de una desaparición hay hombres que dejan a la familia, no saben cómo lidiar con este dolor y se alejan de su núcleo. Esto hace que la tarea de conseguir recursos económicos, buscar a una persona desaparecida y cuidar a un menor recaiga en las mujeres”, expresa.

La ruptura familiar y la discriminación dejan solas a las mujeres

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Con su anonimato, María Silvia y sus nietos se protegen de la discriminación que ya han experimentado. Foto: Frida Betanzos/ La-Lista

“¿Por qué hace eso? ¿Todavía piensa que la va a encontrar?”. Esas fueron las palabras del exesposo de María Silvia cuando vio una página de Facebook que ella creó para exigir justicia por la desaparición de su hija.

Carla Mariana Piedra Sordo desapareció en el Puerto de Veracruz el 11 de julio de 2011. Aquel día, la joven de 26 años viajaba en un vehículo con su pareja, su hijo y su hija. Los pequeños, que en ese entonces tenían cuatro años, relatan que unos policías detuvieron el carro y se llevaron a su mamá y su papá, mientras a ellos los dejaron en una casa hogar del DIF.

Los menores pasaron varias horas en las instalaciones del DIF, hasta que su abuelita fue por ellos. No hay muchos más detalles de la desaparición de Carla y de su pareja. Los policías que habrían participado en este crimen ya fallecieron, lamenta María Silvia, quien se ha hecho cargo de los dos gemelos que dejó su hija.

En esta travesía, María Silvia ha estado casi sola. Únicamente ha recibido el apoyo económico de su otra hija y de su yerno. Su exesposo, de quien ya estaba separada cuando ocurrió el crimen, no le ofreció ningún tipo de ayuda para atender a sus propios nietos.

“Cuando pasó lo que pasó, mi exesposo, el papá de mi hija, se escondió, no dio la cara. Pero sí culpó”,  critica María Silvia. Para ese momento su expareja ya era jubilado y pensionado.

“No lo necesitamos, mis nietos tienen mucha abuela y mucha tía, y mucho todo”, comenta María Silvia con una sonrisa.

A 11 años de la desaparición de su hija, María Silvia, su nieta y su nieto aún no tienen mucha confianza en hablar de este tema. Piden que no se utilicen sus apellidos y tampoco quieren que sus rostros aparezcan en ninguna fotografía.

Los tres fueron rechazados por su propia familia. Con su anonimato se protegen de la discriminación que ya han experimentado. Cuando el nieto y la nieta de María Silvia entraron a estudiar al kínder y la primaria, algunos padres de familia se enteraron de lo que les había ocurrido y alejaban a sus hijos.

Para afrontar este problema, el acuerdo al que María Silvia llegó con su nieto y con su nieta es que si alguien les preguntaba por sus papá o su mamá, ambos dirían que habían fallecido en un accidente automovilístico.

La nieta y el nieto de María Silvia ahora tienen 15 años y este pacto aún permanece. La discriminación que enfrentan los menores de edad con un familiar desaparecido puede ser igual de desastrosa que los problemas ecomocionales, económicos y educativos que este delito les puede provocar.

“Cuando el contexto social no contiene a este tipo de personas, y más bien las vulnera o las vuelve a revictimizar, eso va a generar afectaciones en las niñas y en los niños. Por eso decimos que una terapia no basta (para atender a estos menores)”, comenta David Márquez, psicólogo egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).

La discriminación y la estigmatización no solo ha impactado al nieto y la nieta de María Silvia. Ella sufrió por los reclamos de su expareja, quien, en lugar de ayudarla, le cuestionó que no supo educar a Carla Mariana y que no sabía dónde estaba metida.

“Cuando eso pasó estaba destrozada, tenía pensamientos de hacerme hasta algo”, dice María Silvia, quien salió adelante gracias al cariño que le tiene a su nieto y a su nieta. “Esta es la segunda vez que crío hijos, y si yo no los hubiera tenido a ellos yo no estaría aquí”.

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