Así es como vencí mi adicción de 27 años a esta bebida dietética carbonatada
"Si aguantar una endoscopía no hace que dejes de tomar bebidas carbonatadas, sabes que tienes una adicción": Sirin Kale. Foto: David Levene/The Guardian

La historia de amor más grande de mi vida es con una bebida carbonatada.

No puedo recordar un solo día en el que no fuera adicta a la Diet Coke. Algunos recuerdos: sentada en la mesa de la cocina de la casa de mi abuela en el norte de Chipre llorando porque mi madre no rellenaba mi vaso con amarillo y verde. Tenía cuatro o cinco años. Mi abuela me mira preocupada, y yo haciendo berrinches. Mi mamá no cedió.

Soy una adolescente anoréxica. Me mato de hambre todo el día y camino a la tienda de la esquina y mi recompensa es una botella de Diet Coke. Mi mamá ya no las compra en casa por mi adicción. Mi bajo nivel de azúcar hace que la dulzura artificial me sepa a euforia.

Cumplo 30 años. Estoy en mi trabajo anterior. Con muchas fanfarrias mi jefe me trae un paquete de ocho latas de Diet Coke, con una vela encendida. Y yo feliz.

Bebo Diet Coke desde que me despierto hasta que me voy a dormir. En un buen día son cinco latas, en un día malo siete latas. Mi novio se burla de mi rutina: despertar, caminar dando tumbos a la cocina. El sonido de una lata que se abre, el gas. Glu, glu, glu. ¡Sí, todas las mañanas!

Haciendo cuentas alegres, calculo que he bebido 11,315 litros de Diet Coke en mis 31 años en esta Tierra. Estoy siendo conservadora con estos cálculos, seguramente son más. Más de 11 mil litros de caramelo efervescente fermentando mis entrañas y llenando mi hígado de espuma.

De verdad quiero dejar de tomar Diet Coke, y no sólo porque gasto casi 700 dólares al año en esta cosa. Me resulta embarazoso y es malo para mi. Cuando voy de vacaciones lleno el carrito del supermercado con Diet Coke y los amigos se divierten a mis costillas. Me da ansiedad no tener Diet Coke en el refrigerador cuando llega la hora de dormir. Corro en medio de la noche a la tienda para estar segura de que va a haber una lata fría esperándome en la mañana. Acabo de pasar casi un año tomando medicina para una enfermedad del estómago que seguramente es consecuencia de mi consumo excesivo de Diet Coke, dice mi médico general. Si una endoscopía no te hace dejar estas bebidas ya sabes que tienes una adicción.

Para ahorrar un poco de dinero, compro cajas de 24 latas en el supermercado. Los empleados me conocen y me recuerdan que se me olvida mi caja, si acaso sucede. Esto me mortifica, pero es útil.

Quiero dejar de tomarla. Tengo que hacerlo. Dejé de fumar en mis 20, al primer intento, pero la Diet Coke es mi Everest de aluminio: ni siquiera intento llegar a la cumbre. Así es que propuse este texto para plantearme un reto. Para finales de enero de 2021 voy a dejar la Coca. Si soy honesta, no creí que pudiera lograrlo.

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Mi intento inicial de dejar la Diet Coke no sale bien. Me termino mi última ración la noche de año nuevo y bebo directamente de la botella de dos litros, como un bebé con mamila.

El día primero me despierto con resaca y veo la televisión en la cama con mi novio. Ordenamos pizza. “Agrega una lata de Diet Coke”, le digo. “Pensé que ibas a dejarla”, contesta. Mi cabeza está a punto de estallar y lo único que me puede ayudar es el dulce sabor de la Diet Coke. “Pídela”, digo y dejo la habitación para no discutir. Cuando llega, me la tomo, haciendo ruiditos de placer.

El día siguiente es peor. Me descubro añorando la Diet Coke de forma alarmante e inesperada.  Imagino una pequeña parte de mi cerebro, paralela a mi lengua y a mi paladar, que no se va a activar si no tomo Diet Coke. Quiero una cubeta de Diet Coke frente a mi y verla burbujear. Ya sé que mi dolor de cabeza no se va a ir y me siento terrible.

Según la doctora Sally Marlow del King ‘s College London, especialista en adicción y salud mental, esto se debe a que mi cuerpo resiente la falta de cafeína de la Diet Coke. Una lata promedio de Diet Coke contiene 42 mg de cafeína, el equivalente a dos tercios de un shot de espresso. La cafeína es una sustancia adictiva reconocida médicamente que cuando se consume en exceso activa el circuito de recompensa del cerebro. “La cafeína es un estimulante de los neurotransmisores, incluida la dopamina”, dice Marlow. “Tu cerebro ya se acostumbró a tomar cierta cantidad de cafeína y cuando la retiras lo resiente. Es físico. Y los dolores de cabeza son terribles”.

Marlow confesó algo inesperado: al igual que yo es adicta a la Diet Coke. “Logré dejar de tomarla hace cuatro años, pero me costó mucho”, dijo. “No creo que sea opción para mí tomar ocasionalmente una Diet Coke porque rápidamente volvería a tomar cinco o siete latas al día”. Logró dejarla hasta el cuarto intento.

Es reconfortante escuchar a un experto decirme que mi adicción a la Diet Coke es eso y no un mal hábito. “¡Ah, es real!”, ríe Marlow. Explica que la adicción tiene un componente biológico y uno psicológico. El componente biológico es la fisiología del cuerpo que necesita una sustancia adictiva, como la cafeína, la nicotina o el alcohol. “En el minuto en que esa sustancia entra a tu cuerpo, tu cerebro se entera y siente el golpe”, dice. “Con el tiempo, desarrollas una tolerancia a la sustancia”.

Marlow especula que las burbujas en la Diet Coke pueden aumentar la adicción a la bebida. “Esta sólo es una teoría pero sabemos que cuando una persona toma champagne absorbe más pronto el alcohol que cuando se trata de una copa de vino, porque las burbujas aumentan el área de entrega del alcohol a la corriente sanguínea”, dice. “Me pregunto si las burbujas en la Diet Coke hacen que absorbas las sustancias adictivas de la bebida más rápido”.

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En un comunicado en su sitio, Coca-Cola niega que sus productos sean adictivos. “Mucha gente disfruta los sabores dulces de vez en cuando, y eso es normal… Regularmente consumir comida y bebida que sabe bien y disfrutarla no es lo mismo que ser adicto a ellas… La cafeína es un estimulante suave, si la consumes regularmente y luego dejas de hacerlo abruptamente, puedes experimentar dolores de cabeza o algún malestar menor. Pero la mayoría de nosotros puede reducir o eliminar la cafeína de la dieta sin problemas serios”.

También está el efecto psicológico de la lata de Diet Coke, algo que Marlow conoce por experiencia. “Abría una lata y era casi como el perro de Pavlov”, dice. “Ya estaba anticipando el sabor de la Coca en mi boca. Ese es el aspecto psicológico de la adicción”. Ella me dijo que se necesitan 17 días para empezar a dejar una adicción. “Los primeros días son muy intensos”, dice. “Hay que aguantar”.

Yo no tengo la fortaleza para hacer lo que ella hizo. Dejarla de golpe. Así es que improviso un plan de extracción. Lo haré progresivamente: primero dos latas al día durante la primera semana y después una lata al día durante la segunda semana, y después ninguna lata. Corro a la tienda y me compro un paquete de ocho. Se me hace agua la boca mientras me dirijo a casa.

¿Cómo es que llegué al punto de estar unida por el cordón umbilical a esta bebida carbonatada sin azúcar?

Al igual que muchas mujeres, fui muy cruel conmigo durante la adolescencia. Crecí en los 2000, cuando no existía el body-positivity movement. La tribu de ninfas idénticas de Rachel Zoe de talla cero en EU y cuatro en Reino Unido estaba en todas las revistas de moda. Las modelos hablaban de que vivían de cigarros y Diet Coke. “Nada sabe tan bien como sentirse flaca”, dijo Kate Moss en 2009. Internalicé ese mensaje en todo mi ser.

Todas las niñas de la escuela querían ser lo más delgadas posible. Los baños olían a vómito. Durante el recreo, los grupos de niñas a dieta, incluida yo, nos saltábamos la comida y caminábamos agarradas del brazo a la tienda de la esquina a comprar Diet Coke que te llenaba y no tenía calorías. La Diet Coke era sinónimo de estar delgada y de estatus social. Todas queríamos probarla.

Probé otras bebidas. La Pepsi Max era una favorita porque es un poco más dulce, pero siempre regresaba a mi primer amor.

Diet Coke se lanzó en 1982, siete años antes de que naciera. Crecí viendo los anuncios de Diet Coke que presentaban a mujeres de negocios abrazando a un hombre fuerte sin camisa. La compañía Coca-Cola ya tenía una bebida dietética, el Tab, pero la Diet Coke se comercializó mejor. “Fue un éxito espectacular desde su lanzamiento”, dice el profesor Robert Crawford, experto en marketing de la Universidad RMIT en Melbourne y el coeditor de Descifrando Coca-Cola. “Tiene la huella de la época, que es la de la de las profesionistas que se abren paso en el lugar de trabajo, viéndose bien y sintiéndose bien. También refleja la locura por el fitness de la época”.

En la década de 2000 a 2010, Diet Coke se apoyó mucho en su sociedad con el mundo de la moda, y reclutó a Jean Paul Gaultier y a Karl Lagerfeld como directores creativos. En fechas más recientes el movimiento del body-positivity ha ganado fuerza y la DIet Coke se ha alejado de esta asociación. Pero para alguien que creció haciendo asociaciones de Diet Coke con modelos flaquisimas, la huella permanece. Para mi, Diet Coke es la cultura de la dieta en una lata.

“No quiero que te autoflageles todavía más”, dice Aisling Pigott de la Asociación Dietética de Diabéticos del Reino Unido, cuando le pido que me explique por qué es tan malo para mi beber tanto refresco de dieta. Puedo manejarlo, le dije. Y acepta.

“Causa erosión en los dientes y hay que taparlos”, dice Pigott. Mi estómago también va a tener problemas, lo sé por experiencia personal. “Corres mayor riesgo de desarrollar úlceras en el intestino y de padecer síndrome de colon irritable”, dice. “Y hay relación entre las bebidas carbonatadas y la reducción de la densidad ósea, lo que significa que tienes más probabilidades de sufrir fracturas con la edad”.

En realidad,  a mi lo que me preocupaba eran los riesgos para la salud del aspartame, el endulzante de la Diet Coke, Pigott me dijo que no me preocupara. “El aspartame es un endulzante que se ha probado mucho”, dice. “No existen evidencias que lo relacionen con consecuencias para la salud”. En el esquema mayor de las cosas, dice Pigott, la Diet Coke no es terrible. Es mejor opción que la Coca con azúcar. Lo que es potencialmente dañino es la cantidad que consumes”.

La primera semana de mi régimen pasa sin problemas. Me uno a un grupo de apoyo de Facebook para adictos a la Diet Coke que quieren dejarla. Puede que sea la falta de cafeína pero me conmueve la positividad que recibo de extraños en línea  y me dan ganas de llorar.

“Si yo puedo hacerlo, todos pueden”, dijo un adicto en recuperación. “¡Sí puedes!” Otra me dijo que la dejó hasta que le dio colitis. “Lo más difícil es que me habla”, escribe. “Nunca me voy a librar del sentimiento de ‘Mmm, Diet Coke’. Me encanta.”

“Yo tampoco amigo”, mientras volteo una lata para vaciar las últimas gotas en mi boca. “Yo tampoco”.

Semana dos de mi programa de extracción. El primer día todo va bien, pero el segundo día no puedo y bebo cuatro latas. Escondo las latas en el fondo del contenedor de basura para reciclar, esperando que mi novio no se dé cuenta, pero ya había contado las latas en el refrigerador en la mañana. Me atraparon.

Es humillante, pero la responsabilidad me ayuda a mantener el control. Después de ese día me quedo con mi lata al día pero sólo porque estoy tomando más té que nunca en mi vida. Me pregunto si alguna vez me gustará de nuevo el sabor del agua.

Según Anna Jezuita, una consejera especialista en cambio, dice que estoy siendo muy dura conmigo misma. “La Diet Coke ha sido tu amiga desde que tienes cuatro años”, dice. “Este es el Monte Everest de comportamiento habitual. No puedes destruirlo como si nada. Lo que tienes que hacer es acabar con un hábito y desarrollar otro, para que, además del Monte Everest, empieces a construir con piedras pequeñas un comportamiento nuevo”.

Le digo a Jezuita que pienso que me la estoy poniendo muy fácil por no hacer las cosas de golpe. “Ya sabes, en Occidente, nos enseñan a pensar que somos malos por naturaleza, que hay algo extraño y sucio en nosotros y que tenemos que checarnos continuamente”, dice.

Jezuita me ayuda a calibrar mis expectativas hacia algo más realista, la reducción, con el propósito de parar, pero de una forma más amable, sin despreciarme a mí misma. También me dice que disfrute el sabor de Diet Coke.”En verdad disfrútalo”, me dice. “Cada vez que tomes un trago, siéntate y deja que el mundo se detenga por un minuto”.

Mi Diet Coke de la mañana pronto se convierte en la mejor parte del día. La ansío casi en forma animal y me la tomo en pequeños sorbos para hacer que esa cola dure lo más posible.

Semana tres. Una semana sin Diet Coke. Me preparo como para el papanicolau pero con menos entusiasmo. El primer día siento que quiero llorar.  La extraño. Extraño mi Diet Coke.

El especialista en hipnosis y adicciones, Jason Demant, ha ayudado a mucha gente a vencer adicciones más difíciles. “Cocaína, alcohol, ese tipo de cosas”, dice. Me interroga sobre mi niñez, mi adolescencia, las relaciones que establezco cuando contemplo la majestuosidad suprema de una lata de Diet Coke. Le hablo sobre mi desorden alimenticio en la adolescencia de llenarme con Diet Coke en lugar de comer. Ya estoy por completo recuperada, pero la Diet Coke se quedó en mi vida.

“¿Sientes con frecuencia que tienes que seguir  reglas en tu vida?” pregunta  Demant. “¿Siempre eres buena gente? ¿Siempre haces lo correcto?”

Sí, contesto lentamente. Trabajo duro, trato de ser buena amiga y compañera, de comer bien y de hacer ejercicio, La Diet Coke es lo único que no hago bien. Y entonces hago lo que quiero que es tomar galones de esta cosa.

Demant me explica que la Diet Coke me dispara un sistema interno de recompensa y esa es la razón por la que no la puedo dejarla “Es como romper con las obligaciones de la vida. Lo que tienes que hacer es encontrar algo que te de esa misma sensación. ¿SI en vez de recompensarte con Diet Coke haces cosas para ti que te hagan sentir bien?”

Empiezo a incorporar pequeños gestos para mí a lo largo del día. Dedico más tiempo a jugar con mi gato. Veo televisión chafa. Leo en la tina. Mientras me cepillo los dientes y me preparo para ir a la cama escucho la sesión de hipnoterapia que me envió Demant después de nuestra sesión. “No necesitas tomar Diet Coke”, entona Demant sobre música con piano. Sí, me digo. No la quiero.

Empieza entonces a pasar algo milagroso. Dejo de tomar Diet Coke. Ya no hay Diet Coke en mi refrigerador y está bien. No la extraño. Para mi sorpresa bajé un kilo. Ya no me importa el peso pero es fascinante. Eso me hace pensar que el endulzante artificial de la Diet Coke disparaba mi apetito por cosas dulces. Algunos estudios establecen una relación entre tomar bebidas de dieta y un mayor consumo de azúcar.

Más que nada, siento paz. “Cuando eres adicto a algo, tu cerebro siempre está pensando en el siguiente golpe”, dice Marlow. “Si tomas cinco latas de Diet Coke ocupas mucho espacio en tu cerebro”. Y tiene razón. Aunque sigo pensando en la Diet Coke, no consume mis pensamientos como antes. No estoy contando las latas en el refrigerador, ni pienso en mi siguiente viaje urgente al supermercado.

Demant explica que tengo que tener cuidado en el futuro para no caer en viejos hábitos. “Con cualquier patrón compulsivo o adictivo, tienes que estar alerta todo el tiempo”, dice Demant. “Porque puedes pensar: ‘Ya pude con esto’ y cinco minutos después ya estás camino a la tienda para comprar Coca. Siempre tienes que estar alerta”. Marlow está de acuerdo. “Lo que sabemos de las adicciones es que la gente recae cuando piensa que puede tomar sólo una”, dice. “Para mucha gente, simplemente no es posible. Mi consejo es: no pienses que puedes con sólo una lata.  No vale la pena”. Marlow no ha tomado Diet Coke en cinco años.

Ya pasó un mes y ya no tomo Diet Coke. Cuando saco la basura, el contenedor ya no suena como la banda de metales del carnaval de Notting Hill. Tomo agua en la mañana, me gusta su sabor. Logré salir de la ola espumosa de caramelo hacia el mar claro y limpio: hay agua por todos lados y no hay efervescencia.

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