Guadalupe | ¿Soy sobreviviente de violencia familiar?

Guadalupe habla de su historia, la cuenta desde una habitación donde las paredes pueden ser tan delgadas como para que la escuche su agresor. No viven juntos, pero sí. Las paredes de sus casas son contiguas. Están separados, pero al parecer ella no escapa del ojo visor que a control remoto la tiene presa.

La historia de violencia en su relación inició desde el noviazgo. Ocho años en total. Tuvo dudas cuando se casó, pero ya estaba embarazada y eso la impulsó a tomar una decisión. A esos ocho años vinieron otros 13 años de matrimonio.

El gaslight es la violencia que ella vivía. Una de las violencias más complejas de explicar, por lo tanto, de visibilizar y hacer conciencia. Consiste en una estrategia de manipulación que descoloca a las mujeres y las hace dudar de sí mismas al grado que no entienden, comprenden o recuerden la realidad. Las desarman con descrédito, incredulidad o devaluación. Su sello es cuando aparece la conocida frase “estás loca”. Eso-no-pasó, no-es-cierto, estás-loca. Guadalupe siempre sintió que hablar con su expareja era como hablarle a la pared. La indiferencia reinaba en su relación.

El maltrato no fue solo psicoemocional, también hubo violencia económica y física. Guadalupe fue golpeada cuando estaba embarazada y el límite llegó cuando la trató de ahorcar.

Sucedió lo que en muchas relaciones ocurre: la violencia aumentó cuando ella trató de defenderse, cuando trató de salir de ese círculo que da tantas vueltas que parece infinito. Cuando ella le propuso el divorcio, él le respondió que la iba a aplastar como a una cucaracha. Para Guadalupe eso marcó un antes y un después, le impactó mucho la amenaza, pero también vio que el verdadero yo de él fluía para atacarla de nuevo y con más violencia.

No denunció hasta que estuvo en marcha su proceso de divorcio. Su primera denuncia en la fiscalía de la Ciudad de México fue para dejar muestra de todas las violencias de las que era víctima. La segunda denuncia la hizo porque su exmarido empezó a golpearse así mismo mientras gritaba el nombre de Guadalupe, fingiendo que ella lo agredía. La tercera denuncia fue porque la amenazó con quitarle a su hija.

Después de denunciar vinieron los peritajes psicológicos y los tres salieron sin afectación, la probabilidad de que mandaran a archivo las carpetas era alta.

Un agente del Ministerio Público le explicó a Guadalupe que tiene que haber un cuerpo del delito: que si hay un homicidio, lo que prueba que hay un delito es un cadáver y en la violencia familiar lo que prueba es el estado emocional o psicológico que se deriva del dictamen psicológico. Si no hay afectación, no hay delito a perseguir.

En el primer peritaje psicológico, Guadalupe sintió que minimizaron sus síntomas y también sus enfermedades. El segundo peritaje se lo realizaron diferentes personas: una en un cubículo, otra en el que sigue y otra en el siguiente. Ella entró en un sistema de peritajes rápidos y en serie junto con varias mujeres. Para el tercer peritaje, Guadalupe comentó que tenía otro peritaje sin afectación y fueron a comprobarlo. Cree que aunque le hicieron de nuevo las pruebas, incluyendo de estrés postraumático, el alertarlos de los peritajes pasados los hizo continuar por la misma línea y no desdecirse como institución.

A ella la han estudiado, pero a su agresor no lo han llamado ni a comparecer. Un agente del Ministerio Público se lo explicó: no lo hacen porque va contra los derechos de los agresores.

Para ella ha sido difícil llamarse sobreviviente de violencia familiar. El proceso le ha tomado muchas horas de trabajo terapéutico. Sin embargo, ella sigue preguntándose: ¿cómo llegué a esto? ¿Cómo pude soportar eso? ¿Cómo no me di cuenta de esto? ¿Cómo me quedé callada? Y le duele porque también se piensa como una mujer con estudios, una psicóloga con formación y se pregunta: si eso me pasó a mí, ¿qué es lo que le pasa a otras mujeres que no tienen herramientas y que siguen calladas?

Las tres carpetas de Guadalupe no procedieron, tiene un convenio de divorcio que propuso su expareja en el tribunal de lo familiar que no la favorece y en el que no ha podido poner sobre la mesa el tema de la violencia familiar en la que vive.

La relación con la justicia es como la que llevaba con su pareja: siempre siente que le está hablando a la pared y piensa que acceder a la justicia significa enfrentarse a un gigante.

Guadalupe sigue luchando. Su lucha ha sido por el camino de la formación, estudia y toma cursos para aprender sobre diferentes temas que la atraviesan y le permiten el conocimiento y la construcción de ella como persona. No ha dejado la terapia, su camino ha sido largo, pero ahora piensa que no quedarse callada ayudará a otras mujeres.

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