Meztli | 616 días sin su hija

Todo era un plan. Una invitación a comer “en son de paz”. Meztli había accedido a sentarse con el padre de su hija en un restaurante de Coyoacán, en la Ciudad de México, para hablar de la custodia para que él pudiera llevar a la niña a Cuernavaca con la abuela. Parecía que las cosas estaban cambiando, fue muy amable.

Él le pidió perdón por todo el daño que le hizo. Ella se conmovió pensando que por fin se daba cuenta de la forma en la que la había tratado. En un cambio abrupto de tema y con la niña dormida en sus brazos, él le preguntó por la salud de su padre y su hermano, ya que ambos estaban en aislamiento y recuperándose del covid, pero la pregunta no era por cordialidad, solo anticipaba su línea final: “Ojalá te dé covid y no sobrevivas. Ojalá tú y tu familia se mueran de covid”, recuerda que le dijo.

Meztli entró en shock, sintió que algo le iba a pasar, pero se quedó paralizada. Él se levantó para pagar la cuenta y salir por la puerta trasera del restaurante con la niña.

¡Mi hija! ¡Se la robó!“, gritó Meztli. Sintió que su corazón se quebraba en millones de pedacitos y que, ahí mismo, ella tenía que recogerlos todos, sin que ninguno le faltara porque sentía que se moría.

Llamaron a las autoridades y el policía reviró tras la declaración:

—Pero si es su papá, señora. Dijo minimizando el suceso.

Pero ella rebatía:

—No importa, él ya me había amenazado con quitármela.

Esa misma noche, Meztli fue a casa de la mamá de su expareja para pedir que le devolvieran a la niña. No tuvo éxito.

Se enfrentaba a lo desconocido, no sabía qué hacer ni por dónde empezar. Se presentó a denunciar a la fiscalía de la Ciudad de México dos días después de lo sucedido.

La mujer que la atendió quedó muy desilusionada de la historia que Meztli le narraba. “A mí me dijeron que tú venías por golpes y yo no te veo ningún golpe, no te veo nada”, le dijo. Ahora ella se pregunta cuál es la forma en la que tienen que llegar las mujeres para que demuestren que algo les está pasando.

A Meztli le dijeron que no había delito porque a la niña se la había llevado el padre. Para ellos no había un secuestro, para ellos no había violencia.

Como parte de su denuncia le practicaron un peritaje psicológico 15 días después. Ella iba con mucho miedo porque ya había sido amenazada para que no presentara alguna denuncia, de cualquier forma lo hizo y no era sobre la sustracción de su hija sino por eventos violentos que sucedieron con anterioridad, en los que, por ejemplo, su expareja le rompió una mano o le lesionó el cuello.

Ella llegó en blanco. Sin identificar los tipos de violencia de los que era víctima. No sabía qué denunciar. No tenía herramientas para responder y se sentía como una delincuente siendo examinada o como una estudiante que rellena “ovalitos” en una prueba para entrar a la universidad. Su experiencia fue fría, cuadrada, metódica, con respuestas cortas y sintió que quien le realizaba las pruebas operaba como un robot.

Su peritaje psicológico dio como resultado: “Sin afectación”. Le anunciaron que le darían “carpetazo” a su investigación por el resultado, pero al final no pudieron hacerlo porque su expareja había interpuesto un amparo. Eso no permitió que archivaran su expediente.

A Meztli nunca le preguntaron sobre lo que vivió el año previo a que le arrebataran a la niña, el tiempo más terrorífico de su vida. En su relación hubo violencia psicoemocional, física y económica.

Vivían en Cuernavaca. Su relación inició bien y a los meses comenzó la violencia. Tuvo muchas lunas de miel. Una temporada bien y de pronto ya no.

Medio año antes de que Meztli se separara, su pareja comenzó a salir con otra mujer. Incluso la llevaba a la casa mientras estaban ella y la niña.

Meztli aprovechó l a situación para mudarse a otro lugar de Cuernavaca, pero la violencia volvía cuando el padre tenía para ver a la niña. En un segundo intento por escapar se mudó a la Ciudad de México, cuando eso sucedió, comenzaron las amenazas: “te voy a quitar a la niña y no la vas a volver a ver”, “nadie va a poder hacer nada por ti”, “si no puedo ser lo mejor en tu vida, por lo menos voy a ser lo peor en tu vida”.

Para ella, abandonar el hogar era una forma de ponerse a salvo, salir del núcleo de la violencia, era tener un poco más de esperanza para poder sobrevivir.

Aun cuando se mudó a la Ciudad de México no tuvo el corazón para negarle las convivencias al padre de su hija. Él veía a la niña cada 15 días, luego cada semana, comenzó a cambiar y parecía que las cosas iban bien, hasta que Meztli aceptó esa comida en Coyoacán que sería una tragedia definitiva.

Después de su denuncia y el peritaje en su contra, Meztli interpuso una queja en la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México y fue entonces que reconocieron que vivía violencia y le realizaron un peritaje psicológico con perspectiva de género.

La experiencia fue diferente: hicieron el ejercicio de visibilizar con ella lo que había vivido y la ayudaron a identificar si eso era una forma de violencia. Luego la mandaron con una antropóloga social, quien le explicó que tenían un fragmento de lo que a ella le pasaba, pero que querían conocer la película completa.

La antropóloga se lo explicó: eso que ella vivía era violencia vicaria.

La violencia vicaria no está tipificada en México, España lleva camino trabajando en el tema. Este tipo de violencia es la que se ejerce hacia la mujer a través de los hijos. Es tratar a los hijos como una posesión para controlar y afectar a las madres. En casos extremos puede llegar al infanticidio.

Meztli lleva 616 días sin su hija. El agresor está vinculado a proceso y el estatus de su denuncia se encuentra en el desahogo de pruebas.

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