Congelar óvulos: Así es este procedimiento para ‘ganarle’ al reloj biológico
¿Para qué congelar óvulos? Gabriela Ortiz escogió esta técnica para garantizar su derecho a elegir sin presiones. Aún no sabe si quiere ser madre, pero le da paz tener otros años para pensarlo.
¿Para qué congelar óvulos? Gabriela Ortiz escogió esta técnica para garantizar su derecho a elegir sin presiones. Aún no sabe si quiere ser madre, pero le da paz tener otros años para pensarlo.
Gabriela Ortiz, de 35 años, estaba sentada frente a la ginecóloga cuando un pitido agudo la aturdió. Su doctora le acababa de decir que tenía la reserva ovárica de una mujer de 45 años y eso significaba que si en un futuro deseaba embarazarse, probablemente, tendría dificultades para lograrlo.
Ese ruido sordo no la dejaba pensar, había acudido a consulta solo para regular su ciclo menstrual y ahora estaba frente a un nuevo escenario: el de congelar sus óvulos.
Hace unos meses, Gaby había terminado una relación de cinco años, y mientras duró había discutido la posibilidad de formar una familia. De la nada, habían desaparecido su pareja sentimental y gran parte de su capacidad fértil.
“Por unos días, estuve pensando que algo estaba mal conmigo. Aunque mi conciencia me dijera que no, mis emociones decían lo contrario. Y era como si tuviera un defecto; incluso, me repetía ‘no estás bien, Gabriela’”, relata.
Gaby salió del consultorio y decidió meditar sus opciones. No tenía novio, no tenía prisa, no tenía claro si quería ser madre, pero tenía miedo de perder esa oportunidad. Además, tenía una buena capacidad económica, era independiente y no tenía deudas.
No quería que el reloj biológico femenino le arrebatara la posibilidad de imaginar un futuro y sin pensarlo demasiado dijo que sí.
“En cuanto pasó el llanto, y acabó esta etapa de preguntarme por qué me estaba pasando a mí… llegaron las respuestas. Había muchas dudas en mi cabeza, pero una sola certeza: quería la libertad de decidir, ya fuera en dos, en cuatro o en cinco años”, afirma.
El trance de congelar óvulos
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Aunque Gabriela decidió de manera informada y libre congelar sus óvulos, su cuerpo aún no estaba listo para ese trance. Tuvo que prepararlo tal y como lo hacen algunas atletas: suplementos, rutina estricta y cero alcohol.
Gaby tenía que tomar zinc, melatonina, aceite de salmón, hierro y varias vitaminas. “Todo con el objetivo de que la calidad de los óvulos fuera la mejor posible”, cuenta.
Esta etapa duró algunos meses y el entrenamiento también se volvió técnico. Para incorporar las hormonas al régimen, era indispensable que Gaby aprendiera a inyectarse sola, y así lo hizo.
También, organizó su vida y habló con sus jefes para tener permiso de ausentarse unos minutos cada tercer día de la jornada laboral.
Sin embargo, la bandera de salida para este maratón fue la revisión ginecológica, en la que su doctora le pudo asegurar que su ciclo ya era regular, y que el útero, los ovarios y los óvulos estaban listos después de semanas de preparación.
La carrera contra el reloj biológico empezó con las inyecciones hormonales y un estricto calendario: todos los días, a la misma hora, por el periodo indicado. Pero lamentablemente, cualquier falta le podía costar el tratamiento entero.
Gaby tuvo que poner a prueba su resistencia, disciplina y compromiso, así que se mentalizó a que su 2022 estaría dedicado a este “deporte extremo”.
“Tenía que estar yendo, un día sí un día no, con la ginecóloga. Diario era ver cuánto medían los óvulos, cómo habían crecido y si hacía falta alguna inyección. Y ahí viene el tema de la reserva ovárica. Estábamos haciendo todo lo posible para madurar al menos cinco ovocitos, cuando lo ideal son 10”.
Los óvulos empezaron a crecer y poco a poco todo el esfuerzo se materializó. A través de una máquina de ultrasonido, en pantalla oscura relucían circulitos blancos y redondos, a los que les tomaba foto. La posibilidad de convertirse en madre estaba ahí, tan lejos y a la vez tan cerca.
Gaby no había tomado una decisión, pero el proceso le estaba comprando algo que jamás imaginó: tiempo.
La joven avanzaba a paso firme hacia la meta, pero el camino no siempre se sintió como un paseo por el parque. A veces, creía que estaba montada en un juego mecánico sin freno y su estado de ánimo se sacudía con cada bajada.
“El principio fue extraño. Tenía una tristeza que no se iba, que después se convirtió en emoción al ver cómo creían los ovocitos. Los grababa en el monitor y los enseñaba a quienes sabían de mi proceso. Pero en general, puedo decir que fue una sacudida emocional muy, muy fuerte”.
Finalmente, el día llegó. La meta estaba a unos cuántos pasos y Gaby decidió cruzarla a solas. No le pidió a ninguna persona compañía, pero sí le comunicó a la ginecóloga que quería estar consciente en el momento de la extracción.
“Yo me acuerdo perfecto de todo. Era un monitor grande. Fue una maravilla ver como entraba el mini tubo y succionaba el óvulo. Vivirlo fue impresionante. Fue la culminación de todo un ciclo y no me arrepiento de no haberme puesto la anestesia. Duele y mucho, pero aguanté bastante bien”, evocó.
Al final, le extrajeron siete óvulos y solo cinco fueron viables, así que Gaby decidió ir por una segunda ronda y repitió todo el proceso, desde las vitaminas y las visitas al doctor hasta la nueva extracción. Y luego de todo este vieja, congeló 10 óvulos en total.
Reproducción asistida, ¿vale la pena?
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Han pasado casi tres años desde que Gaby tomó la decisión de congelar sus óvulos. Anualmente, paga una cuota para preservarlos vitrificados y cada que visita a su ginecóloga ella le consulta si “está lista para usarlos”. La respuesta siempre es la misma: no lo sé.
“Voy a cumplir 38 años en marzo, justo por las fechas en las que empezó todo, y aún no sé si quiero ser mamá, pero tengo esa tranquilidad que compré para poder decidir en el corto plazo”, confiesa.
Durante “el entrenamiento” dudó de sí misma, lloró en silencio y a mares, se frustró y celebró sus pequeñas victorias, se reprochó el gasto y también se aplaudió, se dio palabras de aliento y de desaprobación, pero al final concluyó que todo valió la pena.
“No creo haber tirado mi dinero a la basura ni creo haberme equivocado. En retrospectiva, estoy 100% segura de que tomé la decisión correcta; porque a partir de que terminó la segunda extracción y se quedaron mis 10 óvulos congelados, me quedé en paz”, platica.
Gaby no ve mayor problema en que los ovocitos no se utilicen después de todo. Pero ya se puso un plazo a sí misma para tomar la última decisión: los 41 años es su límite. Si tarda más, los óvulos ya no serán viables en su útero y utilizar uno diferente no es una opción para ella.
Pero insiste, ha valido la pena porque en este capítulo de su vida aprendió a entender a su cuerpo, a acompañarse en los días que parecen no tener salida, se sintió fuerte para librar un trance profundo, pero sobre todo libre de decidir sobre su maternidad.
“Me vi a mí misma inyectándome, yendo sola aquí y allá, pudiendo pagarlo, pudiendo soportarlo. La verdad es que dije, ‘soy mucho más fuerte de lo que pensaba. Soy capaz de llevarme bien conmigo y de soportarme. Hasta se volvió un tema de orgullo, el saber estaba haciendo esto sola, por y para mí”, remata.
En México existen alrededor de 100 clínicas de reproducción asistida, los precios varían dependiendo del procedimiento y las condiciones del caso, pero la congelación de óvulos oscila entre los 70 y los 160 mil pesos, según la cantidad de extracciones que sean necesarias. El precio global puede modificarse debido al costo de las inyecciones hormonales.
A Gabriela Ortiz su ginecóloga la puso en contacto con algunos proveedores, pero las farmacias y los centros pueden vender estos insumos incluso hasta dos veces más caro. Cada inyección tiene un valor aproximado de 4 mil pesos.
Luego de congelar óvulos, lo más recomendable es que la paciente trate de quedar embarazada de forma natural; si no lo consigue, entonces se procede a la fecundación in vitro, otra técnica que eleva las posibilidades para ejercer la maternidad, pero que no la garantiza.
Según datos del Centro de Ciencias Reproductivas de Fertilidad Shady Grove, una mujer de 41-42 años, con 10 ovocitos congelados, tiene 25% de posibilidades de tener al menos un hijo o una hija.