‘Pensé que era el peor día de mi vida’: tener VPH y aprender a vivir con él
Tener VPH era un escenario que Daniela nunca imaginó y cuando recibió el diagnóstico sintió que se moría. El virus le cambió la vida y la obligó a gestionar sus emociones y derribar estigmas. Esta es su historia.
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Tener VPH era un escenario que Daniela nunca imaginó y cuando recibió el diagnóstico sintió que se moría. El virus le cambió la vida y la obligó a gestionar sus emociones y derribar estigmas. Esta es su historia.
Cuando descubrí que tenía el virus del papiloma humano (VPH) lo primero que pensé fue en la muerte. Me acuerdo que dije ‘me voy a morir’ y luego me derrumbé en la habitación. Fue en el mes de octubre, pero de 2016, mientras yo residía en el extranjero por un tema laboral.
Había tenido molestias en el área genital y pensé que era por usar las mallas térmicas, pero cuando decidí revisarme encontré algo que no esperaba… verrugas (condilomas). Ahí se detuvo el mundo. Recuerdo que esa noche parecía de película: estaba lloviendo y hacía muchísimo frío, tanto que llegué a sentir que el clima estaba acompañando el peor día de mi vida. O más bien, el que pensé que era el peor día de mi vida.
Me fui a acostar, y por supuesto que no dormí nada. Cuando amaneció seguía muy ansiosa, triste y desesperada. Llamé a mi novio, le conté lo que me estaba pasando y le pedí ayuda. Yo no sabía qué hacer, estaba bloqueada y en un país desconocido. Entonces, él se dedicó a buscar una clínica que no saliera de mi presupuesto. Sin el apoyo que me dio, la verdad es que me habría ido al abismo.
Ese día intenté distraer la mente, falté a clases y salí a caminar. Caminé y caminé y caminé… pero no pude pensar en otra cosa. Cada vez que iba al baño me revisaba. Hasta sentí que estaban creciendo las lesiones; aunque ahora que lo pienso es probable que me lo estuviera imaginando.
Mi primera revisión médica vino unos días después. Y esa, sí que fue la peor experiencia de mi vida. Según, todo era muy bonito, atendían puras mujeres y se la pasaban diciéndome que no me preocupara, pero me lastimaron.
Bajo el argumento de que debía cerciorarse que no hubiera pus, una doctora me tocó con saña. Y prácticamente me dijo que me estaba haciendo un favor.
Ni siquiera necesité hablar el mismo idioma para entender su hostilidad. Su cara lo decía todo. Le dije que me dolía y ella insistió en apachurrarme. Nunca paró, y tuve que gritarle ‘basta’. Fue feo, muy feo. Salí llorando de la consulta y no regresé por mis resultados.
Al final, hallé un nuevo consultorio y me sometí a un segundo papanicolau. Esperé dos semanas más para confirmar lo inevitable, pero me la pasé rogándole a Dios que no fuera VPH. En mi familia hay antecedentes de cáncer y no podía dejar de reprocharme lo que estaba pasando. Mi cabeza dibujaba escenarios y yo ya me veía en la quimioterapia.
Una tarde, recordé que una amiga cercana me había confiado su diagnóstico años atrás, entonces la contacté y le hice mil preguntas. A distancia, me relató de nueva cuenta su proceso. Me dio consejos y contención emocional.
Entendí que me había faltado sensibilidad para escucharla desde la primera vez y descubrí una bruma densa de prejuicios con los que cargaba, cosas que nunca había dicho en voz alta, pero que en el fondo creía.
Que solo las prostitutas tienen VPH, que para contagiarte tienes que estar con muchos hombres, que era cuestionable trabajar en el sexo servicio, que solo les pasaba a las ignorantes, que sí tenías la universidad no te ocurría algo así. La verdad no sé ni qué tanto pensaba. Aunque yo me creía ‘muy abierta’, me había tragado todos los estigmas. Y otra vez me sentí mal conmigo misma.
Mi amiga me contactó con otra conocida que se enteró del diagnóstico VPH en un viaje. Así, conocí la red virtual de información de virus del papiloma humano, que divulga testimonios y responde dudas en tu idioma. Fue esclarecedor, yo desconocía todo lo que leí y encontré alivio en las experiencias de otras personas.
A mi regreso a México, finalmente conocí la clase de VPH que tenía (es decir, el serotipo) y cuando me dijeron que no era canceroso mi alma descansó. Sin embargo, puedo decir que el VPH me cambió la vida.
La ginecóloga me explicó que el virus puede dormirse y reactivarse debido a la respuesta del sistema inmune. Es claro que no me voy a curar, porque el virus está dentro de mí, pero se me quedaron grabadas sus palabras: si estás triste bajarán tus defensas y va a salir; si estás estresada y no puedes dormir, el virus va a despertar; si te deprimes y dejas de comer bien, debes saber que hay un virus esperando que bajes la guardia.
Empecé a meditar, a hacer yoga, a tomar terapia, a gestionar mis emociones. Fue una cachetada que me dio la vida y lo asumí con la responsabilidad que me compete. Dejé de buscar culpables, porque difícilmente los iba a encontrar y me concentré en cuidar de mí.
También, me di cuenta que había muchas mujeres a mí alrededor con VPH, que vivimos esto en silencio y que no nos atrevemos a nombrarlo por evitar juicios y señalamientos. Ni siquiera he podido decírselo a mí madre, porque sé que sería incapaz de entenderlo, pero creo que debemos alertarnos entre nosotras.
Yo creí que mi primera pareja sexual sería la última y que él estaba cuidando de mí. Pero todo estaba en mi imaginación. Tenía la información de la vacuna contra el VPH, estaba al alcance de mi mano, pero la ignoré. Y sí llegué a la parte tóxica de pensar que no la necesitaba, porque mi pareja y yo estábamos enamorados.
Esta década y este diagnóstico me han enseñado demasiadas cosas: que yo debí cuidar de mí, que no debí ser ingenua y que no importa lo que las demás personas piensen, mientras yo esté sana y me sienta plena. Cuando supe mi diagnóstico de virus del papiloma humano me sentí como un perrito asustado, pero ya no. Ya no tengo culpa ni me siento como una víctima.
*Este testimonio fue construido con el relato de Daniela, representante de ventas, originaria de la Ciudad de México. Su nombre fue modificado para proteger su privacidad.