Una goleadora, una alumna del IPN y una ingeniera: ‘cada víctima del feminicida de Iztacalco merece justicia’
A casi un año de que el feminicida de Iztacalco fue detenido, hermanas y madres de las víctimas honran a las jóvenes y claman por una indagatoria seria.

Cecilia González, Juana Garrido y Minerva Rivera son familiares de tres de las cinco víctimas del feminicida de Iztacalco. A diez meses de su detención, honran la memoria de las jóvenes y reclaman justicia.
/Portada: Majito Vázquez/La-Lista
Amairany Roblero tenía 18 años cuando desapareció, Frida Sofía Lima tenía 22 y Viviana Garrido, 32. Ellas nunca se habían visto, no estudiaron en la misma escuela, no vivían en la misma colonia y ni siquiera compartían círculo de amigos. Pero sí tenían algo en común: las tres conocieron a Miguel, el feminicida de Iztacalco, en algún punto de su vida. Todas terminaron siendo sus víctimas.
Miguel las persiguió, les mintió, les impidió volver a casa y las mató. Las atacó con tres años de diferencia entre cada una: en 2012 fue Amairany; en 2015, Frida y en 2018, Viviana. La evidencia de cada feminicidio estaba en su departamento y el pasado 16 de abril del 2024 fue descubierto.
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Al hombre de 39 años lo detuvieron en flagrancia, mientras huía luego de cometer otro feminicidio. La madre de la víctima lo halló en la escena del crimen. Sus gritos alertaron al vecindario. Miguel la hirió e intentó escapar, pero sus vecinos y un grupo de policías lo impidieron.
En un mes y trece días, se cumple un año de aquel episodio violento. Miguel está preso por los feminicidios que cometió, pero no ha sido sentenciado. Las familias de Amairany, Frida y Viviana denuncian anomalías en las indagatorias y reclaman una sentencia justa por cada caso.
Amairany Roblero: la mejor goleadora
Amairany Roblero era un alma libre. Le gustaba correr junto a su papá, salir a caminar y jugar fútbol. Era integrante de un equipo de sordos, junto a su hermano con discapacidad auditiva, y sabía lengua de señas. En el equipo de fútbol la nombraron “la mejor goleadora”.
El 1 de agosto del 2012 fue el último día que su familia la vio con vida. Amairany se despidió temprano para tomar un curso propedéutico, en el Tecnológico de Iztapalapa, y avisó que volvía un poco más tarde de lo habitual, pero no regresó.
Su madre es Cecilia González. Han pasado 13 años desde que su hija desapareció, pero este 24 de febrero portó una pancarta con su nombre y su foto frente a la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México.
Amairany aparece en cuclillas, sonriente y portando un uniforme blanco con detalles amarillos. Cecilia escogió esa foto porque así la recuerda, jugando y riendo.
“Ella ya había terminado su carrera técnica, pero seguía estudiando. Le gustaba mucho la marimba, porque yo soy de Chiapas, y muy cariñosa”, dice.
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Amairany era una chispa de felicidad en su hogar, organizaba reuniones y ponía a cantar a todos. Su madre siempre supo que Miguel estaba involucrado en su desaparición, pero hace apenas unos meses entendió “que ya no iba a volver a abrazar a su hija”.
La impotencia lastima a Cecilia todos los días, porque “ha habido muchas omisiones desde que Amairany desapareció”. La madre recuerda que Miguel fue citado a declarar por el caso hace algunos años y que la autoridad le dejó el camino libre para cometer más delitos. Cecilia no lo olvida.
Ahora, solo pide que la Fiscalía haga justicia. “Espero que haya un buen proceso, que se integre de manera correcta la carpeta, que hagan bien su trabajo y que no se caiga el caso”, explica.
Frida Sofía Lima: la soñadora del IPN
Frida Lima “era una chiquilla encantadora”, según cuenta su mamá. La joven llegó a la Ciudad de México desde Tlacotepec, Morelos, en busca de una oportunidad y todo el tiempo le decía a Minerva Rivera, su madre, que la ayudaría a “dejar el pueblo y mudarse a un mejor lugar; con una casa más grande, donde fuera feliz”.
Frida se la pasaba contando historias, tantas que hasta su mamá sugería que se las inventaba. Le gustaba el baile y tenía muchos amigos en el pueblo.
La joven cursaba la licenciatura en Administración Industrial, en el Instituto Politécnico Nacional (IPN), cuando conoció a Miguel, el feminicida y desapareció el 7 de febrero del 2015, precisamente antes del regreso a clases.
En diciembre había viajado al pueblo, por la temporada vacacional, y le había comprado un avión a uno de sus sobrinos por el Día de Reyes. Frida no tenía mucho dinero, pero lo que llegaba a sus manos lo compartía con sus seres queridos.
Minerva todavía puede escucharla diciendo: ‘ma, te voy a comprar un carro cuando me gradúe, para que te busques a alguien que lo maneje y te lleve a donde tú quieras’.
A diez años de que se abrió una carpeta de investigación por su caso, Minerva lamenta que el químico se haya cruzado en su camino y reclama a la autoridad capitalina resultados.
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“No nos dan respuestas, no nos entregan los restos que según ya están identificados y eso es mucho dolor, mucho coraje. Hay días que ni podemos dormir, me la paso imaginando cosas: cómo la mató, qué le hizo a mi niña y siento que no es justo”, afirma.
Minerva no quiere reparación del daño. Asegura que no va a comer con el dinero que le den a cambio del feminicidio de su hija y subraya que nadie podrá redituarle “la presencia, la alegría o el amor de Frida”.
Viviana Garrido: la súper mamá ingeniera
“Vivis”, como le dicen de cariño sus hermanas, era una mujer dedicada a sus estudios y al cuidado de su hija, quien tenía ocho años cuando desapareció. Sus días los repartía entre el diplomado y la familia, y aunque siempre llegaba a las fiestas familiares, era muy diligente con sus tareas.
Con Viviana Garrido eran diez hermanos, ella era de las de en medio, pero aun así estaba muy consentida y apegada al cariño materno. Le gustaba cantar, pero su verdadera pasión era la química. Y aunque su carrera fue muy pesada, se aferró a ella “como una guerrera”.
La ingeniera bioquímica industrial coincidió con Miguel en un empleo, pero en 2018 ya tenían dos años sin trabajar juntos. Sin embargo, en la casa del feminicida hallaron un diario que mencionaba a Viviana y restos de la joven; así fue como la familia supo que él estaba vinculado con su caso.
Han pasado siete años desde que Viviana no está. “Su niña ya cumplió 15 y es idéntica a su mamá”, dice su hermana, Teresa Garrido, quien también afirma que la menor era todo el mundo de Viviana.
“Corría a todos lados con ella. Todo lo que hacía, lo hacía por ella. El superarse, el no dormir, el estudiar inglés (…) y en honor a ese esfuerzo, mis padres quieren vivir más. No se vinieron abajo”, destaca.
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Aunque Teresa duda de la autoridad, admite que le queda confiar en la verdad, en las familias que apoyan la causa, en la ciudadanía que demanda justicia y en su hermana menor, Juana, quien es antropóloga y supervisa el caso.
“Se trata de que a cada una de las víctimas se les haga justicia y que (el feminicida) sea sentenciado. Que quede en la memoria, para que no haya más casos así y para que esto cambie. Antes de perder a mi hermana veíamos los panfletos y pasábamos de largo; no me daba cuenta de que había que hacer algo”.
‘Es común, más no legal, aislar a las víctimas de su propio caso’
Ante las omisiones e irregularidades que han denunciado públicamente los familiares de las tres víctimas del feminicida de Iztacalco, Leslie Jiménez, especialista en Derecho penal con perspectiva de género, aclara que “es muy común que las víctimas queden aisladas de sus caso, aunque no por eso es legal”.
La abogada recuerda que en las Fiscalías hay desinterés para socializar la información en un lenguaje accesible para los denunciantes y apunta que esto ocasiona “que se replique la sensación de que no hay claridad, avances o explicaciones suficientes sobre lo ocurrido”.
Además, la también colaboradora de Impunidad Cero reconoce que en los casos donde un feminicida serial es imputado, avanzan más rápido las carpetas de las víctimas por las que se le detuvo y se rezagan aquellas que se van sumando a la tragedia.
“Las víctimas que van surgiendo conforme se escarba en los hechos lamentablemente son las que llegan muy tarde al acceso a la justicia, y las que se piensa que llegan con menor importancia”, revela la defensora.
De acuerdo con su experiencia, en las Fiscalías existe esta lógica de decir: “ya se le sentenció por tal feminicidio y va a estar 80 años en la cárcel, ¿qué más quieren?”. Cuando claramente no se trata de una condena por 100 años de cárcel, sino de que el agresor o feminicida “responda por todos y cada uno de los delitos que cometió".
Jiménez explica que la investigación puede ser tardada “no necesariamente por algo malo”, sino porque casi todo el engranaje de la Fiscalía en CDMX atiende a temas administrativos, pero reprueba que pocas personas se tomen el tiempo de explicárselo a las víctimas alimentando una “una falsa expectativa de justicia, y un muy mal acercamiento al sistema”.
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