Un salón de belleza, un lugar libre para las mujeres afganas en Kabul
Esta foto tomada el 18 de octubre de 2021, muestra a un salón de belleza en Kabul, un lugar en el que las mujeres se pueden reunir fuera de sus casas. Foto: Maryke Vermaak / AFP

Después de la toma del poder del régimen talibán en Kabul, en Afganistán, las mujeres han encontrado uno de los últimos lugares en donde pueden verse fuera de casa, con libertad y sin limitaciones: el salón de belleza que Mohadessa ha decidido mantener abierto.

En ese salón de belleza en Kabul los carteles exteriores han sido tapados con pintura blanca, pero las clientas llegan en auto y traspasan la gruesa cortina de terciopelo violeta para entrar de manera discreta en el local, en donde pueden dejar sus hiyabs, abayas y nicabs en un rincón.

Las patrullas de los talibanes, a unos metros de allí, parecen ser cosa de otro mundo.

En medio del barullo de los secadores y del olor a los barnices, varias mujeres en mallas, camisetas de tirantes y vestidos de fiesta van de aquí para allá bajo la mirada benevolente de Mohadessa, la jefa, una empresaria de 32 años, que luce una larga melena y cejas que recuerdan a las de Kim Kardashian, quien no solo decidió no cerrar su salón, sino tampoco echar a la calle a la veintena de chicas que trabajan ahí.

“No queremos dejar nuestro trabajo, que tanto nos gusta. Y la sociedad afgana necesita más que nunca mujeres que trabajen. Muchas de nuestras de empleadas son el sustento de sus familias”, explica a la AFP.

“Haram” (prohíbido)

Bajo el régimen anterior de los talibanes (1996-2001), los salones de belleza estaban prohibidos. Si las mujeres dejaban asomar bajo el burka sus uñas pintadas, se exponían a que les amputaran los dedos.

Desde que regresaron al poder, a mediados de agosto, los fundamentalistas aseguran que se han “modernizado”. Pero, aún así, varios de ellos han declarado en televisión que el perfume y el ruido de los zapatos de tacón se consideraban “haram” (prohibidos).

Han pasado más de dos meses desde que retomaron el poder, y todavía reina una cierta confusión sobre el alcance y la aplicación de sus edictos religiosos. Mohadessa se aprovecha, con prudencia, de esta ambigüedad, aunque, como muchos, teme que las leyes se endurezcan de un día para otro.

“Todas vienen a trabajar con miedo, sobre todo en el momento de la apertura”, comenta.

Esta mañana, víspera de un día feriado, hay unas treinta mujeres acicalándose para una boda, en la que -como ya ocurría antes- hombres y mujeres estarán estrictamente separados. La hermana de una de las novias, Farkhunda, profesora de inglés, observa el resultado.

¿Satisfecha? “Es mi primera verdadera salida desde finales de agosto”, dice.

Bajo el llamativo maquillaje, uno de sus ojos está inmóvil. “Perdí mi ojo izquierdo en un ataque de los talibanes contra mi escuela. Tengo mucho que decir sobre ellos pero hoy es un día de fiesta, no hablemos de eso”, explica.

“Una muralla contra el extremismo”

Cada movimiento de la cortina de la entrada sobresalta a las mujeres que están en continua alerta. Sin embargo, ninguna renuncia a sacar partido de su feminidad: extensiones de pelo, sofisticados peinados rematados con un moño o con aderezos brillantes, sombras de ojo con purpurina y hasta un colorete que hace que algunas parezcan muñecas de porcelana. 

“Esto es […] para nosotras una muralla contra el extremismo, ya sea con la moda, el maquillaje o el peinado”, explica Mohadessa.

En Kabul, pocas mujeres llevan burka largas y la mayoría opta por abayas negras. Aún así, todavía se ven en la calle túnicas cortas y coloridos abrigos. En cuanto al velo, se suele llevar “a la iraní”, con la cara y parte del pelo al descubierto. 

“Creo en la resistencia”, apunta por su parte Marwa (nombre modificado), una afgana de 22 años con las orejas llenas de ‘piercings’. 

“No somos el pueblo del burka, ni azul ni negro”, recalca la joven que, tras estudiar estilismo en India, ha tenido que interrumpir su proyecto de abrir la primera escuela de moda del país.

Y mientras Marwa sueña con un “milagro” para retomar sus proyectos y Farkhunda solo piensa en volver a dar clase, Mohadessa teme por su vida.

En su teléfono, muestra a la AFP una carta de amenaza con el sello del Ministerio talibán de Promoción de la Virtud y de la Represión del Vicio, que afirma haber recibido en su salón.

“A menos que vengan a amenazarme con un cuchillo en el cuello, quiero perseverar, seguiremos aquí”, recalca la empresaria.

Con información de AFP.

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