Israel se divide aún más por la reforma judicial de Benjamín Netanyahu
Las calles de Israel volvieron a llenarse por manifestaciones multitudinarias contra el Gobierno de Benjamín Netanyahu y su reforma. Foto: EFE/EPA/Abir Sultan.

Entre estallidos de violencia, las calles de Israel volvieron a llenarse este sábado por onceavo semana consecutiva por multitudinarias marchas de protesta contra el Gobierno de Benjamín Netanyahu y la reforma judicial que impulsa, pese a la profunda polarización social que ha provocado.

La reforma de Netanyahu, que suprime la capacidad del Supremo de revisar y anular leyes anticonstitucionales y da al Ejecutivo control total en el nombramiento de jueces, sigue su curso en el Parlamento y podría ser aprobada a finales de marzo.

The Economist dedicó un artículo en su edición de este destaca que alrededor de medio millón de israelíes participaron en manifestaciones en todo el país, chocando con la policía y paralizando partes de Jerusalén y Tel Aviv, aunque casi ningún israelí ultraortodoxo ha seguido el ejemplo. 

El gobierno insiste en que es necesaria la reforma bajo el argumento de que el tribunal ha tomado poderes sobre la base de leyes mal definidas, lo que equivale a una “dictadura judicial”; mientras que los manifestantes están convencidos de que la legislación pretende permitir que el gobierno siga una agenda nacionalista que complacerá a los partidos religiosos; además, les preocupa que una Suprema Corte debilitada deje a Israel sin restricciones legales efectivas sobre el gobierno, resaltó el semanario.

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Multitudinarias marchas de protesta en Tel Aviv contra el Gobierno de Benjamín Netanyahu y la reforma judicial que impulsa. Foto: EFE/EPA/Abir Sultan.

El medio con sede en Londres recordó que Israel en sus primeras décadas, como país independiente, libró lo que consideraba guerras existenciales contra sus vecinos árabes y organizaciones terroristas, y ahora el riesgo proviene de la batalla entre los mismos israelíes. 

“He estado advirtiendo durante años que nuestra mayor amenaza es interna”, dijo a The Economist, Naftali Bennett, el exprimer ministro que lideró una difícil coalición de derechistas, centristas, izquierdistas e islamistas durante 18 meses hasta noviembre de 2022. “Hay quienes se esfuerzan mucho por dividirnos en dos naciones: israelíes y judíos”, añadió.

En su publicación semanal, el medio de habla inglesa señala que Israel ha estado fraccionado por profundas divisiones desde su fundación en 1948. “Primero, entre la mayoría judía y una minoría de árabes palestinos que permanecieron dentro de sus fronteras. En segundo lugar, dentro de su población judía, entre la mayoría predominantemente secular, en su mayoría de ascendencia asquenazí (europea), y una minoría más religiosa”.

Detalló que aunque ninguno de los dos obtuvo una ventaja a lo largo de los años, las divisiones se han profundizado, dejando como consecuencia la crisis actual, la cual se debe “ostensiblemente al carácter democrático de las instituciones de Israel. También es un choque entre dos israeles: el más pobre y religioso, representado por la coalición de Benjamín Netanyahu; y el mayoritariamente secular, más de clase media, que ve a la Suprema Corte como el garante de los valores liberales del país”.

The Economist destacó que las últimas elecciones dieron a los partidos ultrarreligiosos una influencia sin precedentes en el gobierno al exigir que Bemjamín Netanyahu aceptara aprobar una ley que permita a la Knéset (el parlamento unicameral de Israel) anular los fallos judiciales como condición para unirse a su coalición. Este nuevo poder ha avivado el temor de los israelíes seculares de estar bajo el control de los ultraortodoxos y ha fortalecido su determinación de luchar por la independencia de la Suprema Corte.

Lo anterior, dijo el medio, ha llevado a dos partes de la clase media de Israel a unirse a las protestas: el sector tecnológico y el ejército. 

“Durante treinta años hemos luchado para mantener las empresas y la propiedad intelectual en Israel, a pesar de la presión para mudarnos a Silicon Valley”, indicó Yigal Erlich, uno de los pioneros de la próspera industria de capital de riesgo de Israel. “Pero a pesar de lo fuerte que se ha vuelto el sector tecnológico, necesita estabilidad, y el gobierno ahora está arriesgando eso con su loca legislación”, añadió.

El medio destacó que también miles de oficiales y pilotos militares han firmado peticiones, declarando que no “servirían a una dictadura”, sorprendiendo incluso a quienes están de acuerdo con ellas.

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Miles protestan contra el Gobierno de Benjamín Netanyahu y la reforma judicial que impulsa. Foto: EFE/EPA/Abir Sultan.

Agregó que ambos grupos se presentan como las élites al servicio del país, la columna vertebral de su establecimiento de seguridad y una fuente principal de ingresos fiscales. Ellos contrastan esto con la comunidad ultraortodoxa que apoya a Netanyahu, donde pocos hombres y mujeres jóvenes emprenden el servicio nacional.

El medio menciona que los árabes son otra de las divisiones que separa a la mayoría judía de israelíes de los palestinos. Ellos representan más del 20% de la población de Israel, pero han estado sorprendentemente ausentes de las protestas.

Los manifestantes en su mayoría han minimizado la ocupación, prefiriendo un mensaje de campaña más centrista y “patriótico”. Los izquierdistas que acudieron a las protestas anteriores con banderas palestinas en solidaridad se desanimaron, agregó.

“Tanto Netanyahu como Bennett, el ex primer ministro, están inmersos en la historia de la destrucción del segundo templo en Jerusalén hace dos mil años, argumentando que no fue causada por enemigos externos sino por luchas entre los judíos. Sin embargo, han sacado conclusiones diferentes. Bennett ve paralelismos con los acontecimientos actuales y teme que la coalición esté alimentando divisiones que amenazan la existencia misma de Israel. Netanyahu cree que solo manteniéndose en el poder, a cualquier costo, puede evitar que la calamidad caiga sobre el país. Con lo que está en juego tan alto, el compromiso por el momento parece difícil de alcanzar”, concluyó The Economist.

-Con información de EFE

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