Opinión

La Superliga Europea es la metáfora perfecta para el capitalismo global

Desde la élite del fútbol hasta los gigantes de la tecnología, nuestras vidas son dominadas cada vez más por mercados “libres” que resultan están manipulados.

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Durante los días de la Unión Soviética, era normal escuchar a las personas de izquierda criticar al Kremlin por implementar el tipo equivocado de socialismo. Decían que en teoría todo estaba bien, pero no con la manera retorcida de aplicarlo detrás de la cortina de hierro.

El mismo argumento resurgió esta semana, tras la respuesta furiosa a los planes (ya abortados) de formar una Superliga Europea de 20 clubes de fútbol, sólo que en esta ocasión sucede con la derecha. Los defensores del libre mercado dicen que odian la idea porque es el tipo equivocado de capitalismo.

Están en lo correcto y equivocados al mismo tiempo. Se supone que el capitalismo de libre mercado funciona a través de la competencia, lo que significa que no hay barreras para productos nuevos e innovadores. En el caso del fútbol, sería como un club pequeño que le da la oportunidad a un entrenador de probar nuevos y radicales métodos de entrenamiento con una camada de jugadores formados en su propia academia o con inversiones en el mercado de transferencias. Los equipos ganadores que Brian Clough desarrolló en la década de los 70, Derby County y Nottingham Forest, son un buen ejemplo de esto.

Los defensores del capitalismo de libre mercado dicen que el sistema puede tolerar la desigualdad siempre que exista la oportunidad de mejorarse a sí mismo. Se oponen a los grupos y compañías que utilizan el poder del mercado para protegerse de rivales más pequeños y débiles. Y tampoco les gusta el capitalismo rentista, que es donde las personas pueden acumular grandes ganancias provenientes de los bienes que poseen, pero sin tener que hacer nada por sí mismas.

Los organizadores de la ESL tomaron el manual del capitalismo de libre mercado y lo pusieron de cabeza. Tener 15 de 20 lugares garantizados para los miembros fundadores representa una barrera colosal para entrar, y claramente entorpece la competencia. No existe la oportunidad para la “destrucción creativa” si un grupo de clubes de élite puede atrancar su posición al acaparar la mayor parte de los ingresos por la transmisión que generan sus partidos. Los propietarios de los clubes son los clásicos capitalistas rentistas.

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Donde se equivocan los críticos de la ESL que defienden el libre mercado es donde piensan que la ESL es un tipo de aberración, una desviación inusual de las prácticas establecidas, en lugar de una metáfora para lo que es ahora el capitalismo global: un edificio construido con pilares de deudas donde los dueños de los negocios dicen que aman la competencia pero hacen todo lo posible para evitarla. Justo como los grandes clubes de Europa tienen “equipos semilleros” que pueden explicar para conseguir nuevos talentos, también los gigantes de la tecnología en Estados Unidos se han mantenido ocupados comprando todo lo que se asemeja a un competidor. Por eso Google compró un puñado de vendedores de publicidad en línea, y por eso Facebook adquirió Instagram y WhatsApp.

Para quien quiera entender cómo ha cambiado la economía del fútbol, un buen comienzo es The Glory Game, un libro que Hunter Davies escribió sobre su vida tras bambalinas con el Tottenham Hotspur, uno de los miembros de la ESL, en la temporada 1971-72. (Tengo que admitirlo: soy miembro abonado de los Spurs).

Davies dedica un capítulo de su libro a los directores de los Spurs a principios de la década de los 70, quienes eran aficionados devotos del club y que no recibieron reembolso alguno por sus servicios. Ellos vivían en Enfield, no en las Bahamas, donde Joe Lewis, el actual propietario, reside. No eran hombres radicales. Ni siquiera podían pensar que en algún momento habría una mujer en la junta directiva; se oponían a la publicidad dentro del estadio y apenas pudieron aceptar la idea de vender mercancía oficial de los Spurs. Eran conservadores en todos los sentidos de la palabra.

En el siguiente medio siglo desde entonces, los hombres que ganaban dinero vendiendo clavos y tuercas o con empresas procesadoras de papel en el norte de Londres, fueron reemplazados por oligarcas y fondos de cobertura. La televisión, apenas mencionada en The Glory Game, llegó con seis miles de millones de libras en ganancias. Las instalaciones han mejorado y los futbolistas están en mejor forma, son más fuertes y ganan más dinero que los de principios de aquella década. En pocos sectores del Reino Unido moderno puede decirse que los trabajadores reciben los frutos completos de su labor: la Premier League es uno de ellos.

Aún así, el modelo no funciona realmente y hubiera sido peor con la ESL. Pero va mucho más allá de la codicia, de la que se puede decir que no es nueva en el fútbol.

No cabe duda de que la codicia es parte de la historia, porque para algunos clubes la idea de compartir 3.5 mil millones de euros para comenzar fue simplemente demasiado tentadora gracias a sus deudas, pero también hay problemas con el producto en oferta.

Algunas partes competitivas ya desaparecieron del fútbol gracias a la concentración de la riqueza. En la década de los 70, había más oportunidades para que los clubes menos prósperos tuvieran un momento de gloria: no sólo el Derby y el Forest ganaron la liga, también Sunderland, Southampton e Ipswich ganaron la FA Cup. Los aficionados pueden aceptar la angustia de la derrota si ocasionalmente pueden tener esperanzas de emocionarse con una victoria, pero la ESL fue esencialmente una manera para que la élite se aislara de los riesgos del fracaso.

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Al presentar su idea medio cruda de la forma en que lo hicieron, los clubes de la ESL cometieron uno de los pecados del capitalismo: dañaron su propia marca. Las compañías, especialmente las que dependen de la lealtad a su producto, hacen eso bajo su propio riesgo, además obliga a los políticos a responder. Los aficionados tienen poder igual que los gobiernos, si es que deciden ejercerlo.

La ESL demostró que el capitalismo global opera bajo la premisa de mercados rígidos y no libres, y los que llevan las riendas sólo se interesan por reafirmar las desigualdades existentes. Fue una idea verdaderamente mala, pero al proporcionar una lección de economía a millones de fans, probablemente llevó a cabo un servicio público.

– Larry Elliott es columnista de The Guardian.

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