Iniciar su diseño e implementación es una prioridad, pero debemos hacerlo bien para que no se convierta en un sistema que reproduzca todo aquello para lo que fue creado.
Contar con sistemas nacionales de cuidado es quizá el tema que más consensos ha generado en la región. El posicionamiento del tema ha logrado transitar de las demandas feministas hacía el diseño de políticas públicas relacionadas con la economía de los cuidados.
En el caso de México, el tema ha logrado colocarse como una prioridad para la igualdad de género; sin embargo, la iniciativa para echar a andar el Sistema Nacional de Cuidados (SNC) sigue esperando.
¿Por qué sigue esperando? El argumento principal es que simplemente no hay presupuesto. Y esto es cierto, especialistas han explicado con números y argumentos sólidos lo reducido que es el espacio fiscal para implementar una política pública de esta magnitud. Nadie pone en duda que tenemos un problema con las finanzas públicas, más en un país en el que más de la mitad de la población ocupada, según datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), se encuentra en alguna ocupación informal (54.9%). Simplemente no hay dinero que alcance para todas las prioridades de agenda pública.
Evidentemente, la solución no es olvidarnos del asunto. Algunas personas creemos que se puede empezar por la reasignación presupuestal; expertxs en temas fiscales proponen la creación de impuestos para financiarlo y otros modelos más complejos. Propuestas hay muchas, voluntad política y feminismo de Estado no tanto.
¿Por qué no se ha querido asumir el costo del SNC o de la ampliación de las licencias de paternidad, por ejemplo? ¿Por qué el costo que están asumiendo las mujeres sí se sigue asumiendo? De acuerdo con Inegi, en el año 2020, el valor económico de las labores domésticas y de cuidados representó un monto de 6.4 billones de pesos, el 27.6% del PIB. Con esa cifra, las mujeres aportaron 2.7 veces más valor económico que los hombres por actividades no remuneradas. El Estado le han transferido la responsabilidad de cuidado especialmente a las mujeres, permitiendo que perdure este “arreglo” o dinámica social.
Pero imaginemos por un momento que se asigna presupuesto suficiente para echar a andar el SNC. Aun cuando así fuera, estaríamos lejos de solucionar el tema de los cuidados, la división del trabajo y la inserción laboral de las mujeres al mercado formal, por lo menos a corto plazo. Para que el SNC funcione, tres puntos me parecen fundamentales:
Como vemos, el SNC por sí mismo no nos resolverá todo inmediatamente. Iniciar su diseño e implementación es una prioridad, pero debemos hacerlo bien, con los elementos suficientes para que, como muchas otras políticas públicas implementadas en México, no se convierta en un sistema que reproduzca todo aquello para lo que fue creado y que, a la larga, no sea un programa más sin el alcance y la fuerza suficiente para deconstruir las dinámicas actuales de desigualdad de género.
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