Cuestionar la sororidad también es feminista
Un cuarto público

Abogada y escritora de clóset. Dedica su vida a temas de género y feminismos. Fundadora de Gender Issues, organización dedicada a políticas públicas para la igualdad. Cuenta con un doctorado en Política Pública y una estancia postdoctoral en la Universidad de Edimburgo. Coordinó el Programa de Género de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey durante tres años y es profesora en temas de género. Actualmente es Directora de Género e Inclusión Social del proyecto SURGES en The Palladium Group.

X: @tatianarevilla

Cuestionar la sororidad también es feminista
'Gracias a este movimiento de mujeres valientes sigo cuestionándome, aprendiendo y creciendo todos los días'. Foto: Alexa Herrara / La-Lista.

Cuando escucho la palabra sororidad viene a mi mente la idea que hay –o debe haber– una relación especial entre mujeres por el simple hecho de serlo, regresando con esto, a la esencialización del género y romantizando la hermandad entre todas.

¿De dónde viene la palabra?

Ornela Di Stefano (2020) analizó sus orígenes y uso. Define a la sororidad como un concepto que surge en consecuencia de la dominación patriarcal histórica y la necesidad de buscar resistencias a través de la solidaridad femenina universal. Así se crea la noción de sororidad, no como una asociación, sino como un pacto entre mujeres.

Al respecto, se ha criticado esta idea de falsa universalidad, por ejemplo, aplicada a los derechos humanos. De acuerdo con la académica Adriana Estévez (2017), desde el feminismo se ha argumentado que la supuesta universalidad humana está basada en una idea de individuo, lo cual niega diversidad cultural y de género, ya que se refiere a la idea de un hombre con características muy específicas, camuflando con esto, sistemas de opresión y relaciones de poder. Para mí, lo mismo pasa con esta supuesta solidaridad femenina universal.

En un recorrido histórico, Di Stefano narra la necesidad de encontrar un concepto espejo a la fraternidad entre varones, que encuentra su raíz en frater: fray-hermano e inus: que indica pertenencia.

Las mujeres retoman ese concepto y en la búsqueda para adaptarlo a lo femenino, encuentran la representación en la noción de sor: hermandad, un símil a la idea de fraternidad, pero para la hermandad entre mujeres.  

En México, se atribuye a Marcela Lagarde la socialización de la palabra para referirse a una “nueva cultura feminista”. Lagarde (1992), desde el feminismo de la diferencia, describe a la sororidad –entre otras definiciones– como:

“En la relación básica con la amiga, las mujeres encuentran la madre afectiva que no es la madre omnipotente de la pequeña niña, sino una mujer, una igual, de la cual aprenden, a la cual enseñan, con quien se acompañan, con quien construyen. No es más la madre, aparece la hermana como compañía. La sororidad puede significar la realización del deseo oculto que moviliza a la mujer a la búsqueda del objeto perdido, de la madre perdida”.

Es claro que el origen de la palabra contiene referentes simbólicos y culturales anclados en una visión binaria y patriarcal. Sé que no podemos juzgar con referentes actuales algo que surgió en otro contexto, y sé que tuvo un porqué y una función para la visibilización del movimiento feminista; pero, quizás, es momento de cuestionarnos si el concepto, hoy, nos sigue funcionando, o bien, puede estar replicando mandatos de género y dinámicas excluyentes.

Otro elemento que ha constituido discursivamente a la sororidad, es esta idea de un pacto político entre todas. Lagarde afirma que este pacto se debe dar entre las mujeres, quienes se reconocen como iguales, sin jerarquía, en un reconocimiento de la autoridad de cada una, personal, autónoma y libre. Me pregunto si existe este pacto entre iguales entre mujeres que son trabajadoras domésticas y sus empleadoras por poner un ejemplo; o entre mujeres que no se identifican ni políticamente, ni en experiencias de vida.

Dahlia de la Cerda mencionó en una entrevista que la sororidad era el animal mitológico favorito del feminismo, que la hermandad entre mujeres no se da por el simple hecho de ser feministas ni por ser mujeres. Señala que ella ha visto más hermandad entre mujeres de la periferia por pactos marginales, que por simple sororidad feminista.

¿Cuál sería mi palabra?

No estoy segura, me gusta empatía o afinidad. Palabras que no excluyen a nadie y que no nos obligan a crear lazos únicamente por la identidad de género. Estoy segura que en los feminismos actuales hay mucho espacio para encontrar otras palabras. Sus límites se han extendido, y descubrimos afectos, coincidencias y lugares de encuentro y resistencias mucho más amplios de los que nos han dictado ciertos mandatos y narrativas, incluida la sororidad.

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