El priismo y la cultura política popular

Lunes 4 de agosto de 2025

Raymundo Espinoza Hernández

El priismo y la cultura política popular

El nacionalismo solía representarse como la forma ideológica de una política de masas orientada a garantizar la mejor negociación con Estados Unidos y otras potencias extranjeras.

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La cultura política de las y los mexicanas no es priista.

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Wikimedia: Armando Olivo Martín del Campo

Afirmar que en política “el PRI es el México profundo” es tanto como decir que el arquetipo de partido político mexicano es el PRI, como si el PRI representara mejor que cualquier otro partido la quintaesencia de la cultura política mexicana y justo por ello es que aparecen protoformas priistas en el resto de organizaciones ciudadanas que constituyen el sistema de partidos: patrimonialismo, cooptación de masas, pragmatismo, corrupción y represión, entre otras notas, distintivas aunque poco honrosas. No obstante, esta visión olvida las condiciones económicas y sociales del país, así como la forma de gobierno presidencial contemplada en la Constitución y la complejísima relación con Estados Unidos, que supone lidiar con su vocación imperialista.

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Por un lado, la pobreza y la desigualdad son presupuestos fácticos del clientelismo y el control corporativo, dinámicas que pervierten las elecciones al comprometer el sufragio y restarles autenticidad. Más todavía, el atraso económico y social es también un dique para la formación de ciudadanía crítica y el mejor indicador del déficit democrático de una sociedad. De hecho, el talante populista y autoritario del régimen presidencial mexicano tuvo como trasfondo una sociedad capitalista, dependiente y profundamente desigual, de masas empobrecidas susceptibles de ser manipuladas en aras del desarrollo nacional.

De aquí que, por otro lado, el presidencialismo posrevolucionario haya sido la concreción de un gobierno fuerte y paternalista, considerado responsable y capaz de superar el atraso económico y social del país merced al corporativismo, el populismo reformista, la conciliación de clases y la industrialización, así como de enfrentar las amenazas imperiales propias de la geopolítica de la región. En este sentido, el nacionalismo solía representarse como la forma ideológica de una política de masas orientada a garantizar las mejores condiciones de negociación con Estados Unidos y otras potencias extranjeras en un marco de relativa independencia, en especial gracias al petróleo.

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Ahora bien, cuando se dice que “el PRI es el México profundo” incluso podría quererse decir que la cultura política mexicana es priista por principio. Pero dicha implicación también es falsa. La cultura política de las y los mexicanas no es priista, como sí lo ha sido la cultura de la clase política en México, lo cual es muy diferente. El autoritarismo y la corrupción, por ejemplo, no están en la cultura política del pueblo de México. La cultura política priista es, en todo caso, la cultura de ciertos sectores de la clase política mexicana. La cultura política del pueblo de México es de solidaridad, autogestión y resistencia. En otras palabras, abajo, la cultura política mexicana es barroca. En cambio, por su pragmatismo, la cultura política priista se aproxima mayormente al realismo.

La cultura popular mexicana es, precisamente, la respuesta solidaria, autogestiva y de resistencia a las condiciones económicas y sociales del país, así como a la forma de gobierno presidencial contemplada en la Constitución. Ante el desamparo del Estado, el pueblo de México le hizo frente a la pobreza y la desigualdad del neoliberalismo, así como al autoritarismo y la corrupción del presidencialismo, con una cierta manera afirmativa de ser y de estar en un mundo contradictorio e invencible. La cultura popular barroca es como una pulsión de vida en medio de la muerte inminente.

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En este sentido, la lucha por la democracia forma parte del barroquismo que caracteriza también la cultura política del pueblo de México. Más todavía, democratizar los poderes judiciales es un acto radicalmente barroco. Pues se trata de un intento por ampliar la democracia en un contexto adverso a la democracia. Pero también es un esfuerzo por construir una justicia diferente en un ambiente plagado de injusticias que se reproducen y amplifican.

La cultura popular barroca está en la base de la democracia plebeya que emergió espontáneamente con enorme potencia en el primer gran proceso electoral en el que por ley no participarían partidos políticos. Al final, prevaleció la cultura política de ciertos sectores de la clase política mexicana, que no es otra cosa que una réplica o incluso una evolución de la cultura política priista. Aun así, el mensaje de fondo del pueblo de México en las elecciones judiciales fue poderoso: es posible unir voluntades con fines políticos desde la solidaridad, la autogestión y la resistencia sin mediaciones partidistas. Es de esta manera que la cultura política popular anuncia la democracia por venir.

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